Soustrot saca a Chaikovski del abismo

El director titular de la Sinfónica logra una interpretación cristalina y brillante de las dos sinfonías que Chaikovski dedicó a un destino tan flexible como implacable

Juan José Roldán

Aunque la hemos disfrutado en varias ocasiones desde entonces, sea en ópera, ballet o conciertos especiales navideños, hace exactamente dos meses que no regresábamos a la programación oficial de la Sinfónica, y se echaba de menos. Volvió anoche de la mano de su titular, Marc Soustrot, que tantas páginas gloriosas ha escrito al frente de la formación, desde mucho antes de encargarse de su custodia. Y lo hizo con el tantas veces transitado Chaikovski, cuya integral sinfónica han acometido prácticamente todos los directores titulares que ha tenido la orquesta desde su fundación. Si la estrategia para programar estos conciertos tan populares es llenar el teatro, ayer eso funcionó, aunque seguimos pensando que es dar la espalda a ese público cultivado a lo largo de treinta años, que demanda nuevos territorios aún sin explorar. El concierto de anoche y hoy mismo estuvo presidido en el programa de mano por el recuerdo a Peter Derheimer, timbalista de la orquesta desde su fundación, que nos dejó el pasado mes de octubre. Cuesta creer que alguien a quien tantas veces hemos visto sobre los atriles, haya dejado de existir, y con tantos años todavía por delante para disfrutar. Será cosa de ese mismo inexorable e implacable destino al que apelaba Chaikovski en sus dos sinfonías más autobiográficas.

Soustrot abrió con la segunda de estas sinfonías, invirtiendo su orden cronológico. Una nutrida representación de la orquesta, precisamente solo con timbales como percusión, se hizo cargo de ella. El maestro se decantó por dar al conjunto un aire apesadumbrado, melancólico y triste, a pesar de que en ella el autor describe un destino sujeto al cambio, a la providencia, no obstante ese sintomático acoso inicial que se repite a lo largo de la partitura y que describe tantas dudas y lamentos. Así, el scherzo inicial sonó majestuoso y lleno de vigor, para después aplacarse en el muy reconocible andante cantabile, que el solo de trompa cinceló con mucho sentido del equilibrio y el sentimiento, acompañado por una cuerda precisa y nunca sujeta al decaimiento, la misma que logró lucir en un vals animado con gracia y buen gusto. Soustrot supo al final imbuir a la partitura de esa rebeldía y desenlace triunfal que le caracteriza, con la complicidad de una orquesta impecable en todas sus familias e interrelación entre ellas, acaso con preeminencia de metales en su registro más agudo, lo que provocó un sonido a menudo demasiado metálico, pero destacando una total ausencia de deslices ni salidas de tono, siempre resplandeciente, disciplinada y majestuosa.

El destino se hace aún más patente e implacable en la fanfarria inicial de la Sinfonía nº 4. Esta fuerza inexorable que impide alcanzar la felicidad, como el propio autor la definía, y que resulta invencible y determinante para que nuestro bienestar y nuestra paz no sean absolutas, encontró sin embargo en Soustrot una estética menos angustiosa, más relajada en el sentido de no resultar inescrutable e invencible. Fue como darle la vuelta al sentido de estas dos columnas angulares del sinfonismo tardorromántico, de forma que el allegro inicial derivó en exultante desafío, grandioso y decidido, el andantino menos melancólico de lo habitual, el scherzo centrado en el virtuosismo y la impecable técnica del pizzicato, sin más pretensiones, y el final un deleite enloquecido y febril, perfecto colofón para este recorrido de un alma atormentada y afligida que busca el alivio y la redención, salir en definitiva del abismo.

ROSS ***

5º concierto del ciclo Gran Sinfónico de la Temporada nº 33 de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Marc Soustrot, dirección. Programa: Sinfonías nº 5 en Mi menor Op. 64 y nº 4 en Fa menor Op. 36, de Chaikovski. Teatro de la Maestranza, jueves 19 de enero 2023

Tracking Pixel Contents