David al cuadrado y el puro fandango que es la vida

El Maestranza saldó anoche la deuda contraída en plena pandemia con el último espectáculo del bailaor David Coria y el cantaor David Lagos, elegante eclecticismo escénico que no olvida que las esencias del flamenco son las de la propia vida, desde las caravanas errantes de entonces hasta las colas de hoy

Álvaro Romero

Como ocurrió con todo lo bueno que venía ocurriendo a finales de aquel invierno de 2020, hace ahora tres años, cuando el coronavirus quiso para sí todo el protagonismo, el espectáculo ¡Fandango!,de la compañía del bailaor David Coria, tuvo que ponerse a esperar a pesar de haberse presentado, con aforos mínimos, en la Bienal de Sevilla de aquel año y de que se hizo con el Giraldillo al Mejor Espectáculo, además de haber ganado el Premio de la Crítica del Festival de Jerez. Casi nada. Anoche, el Maestranza estuvo más de medio y aplaudió con entusiasmo un espectáculo de mucho eclecticismo pero que, al cabo, no olvida que las esencias del flamenco son las de la propia vida, sin más, y sin menos, a saber: el miedo a la muerte, la alegría de vivir, el amor como un rayo que no cesa, la fiesta, el placer, el luto y la conciencia de que carne de nuestra madre somos y a ella volveremos...

Y todo ello sin pronunciar una palabra, sino cantándola y coreografiando su sentido a lo largo de casi una hora y media muy bien estructurada, tanto en argumento como en disposición plástica de blancos y negros sobre un escenario que siempre guardaba los ejes vertebrales del propio genio dancístico, tan flamenco como contemporáneo, y a pesar de esa asimetría de que acompañaran al bailaor protagonista tres bailaoras (Flor Oz, Paula Comitre y Marta Gálvez) y un bailaor (Rafael Ramírez), formando un grupo discrecional que ora se plegaba a él como una sombra ora se iba descomponiendo en las propias etapas de la vida, con la voz del jerezano David Lagos (Premio Andaluz de Flamenco 2022) de testigo. Su hermano Alfredo, a la guitarra, se erige en una de las columnas instrumentales de la trama, como los saxos (tenor y soprano) de Juan M. Jiménez y, por supuesto, la percusión y la creación sonora electrónica del “artomático” Daniel Muñoz. Nueve artistas en total que se van trabajando a lo largo del espectáculo el mérito de ir siendo imprescindibles. La música, en rigor, la pone Hodierno, que es el disco empapado de presente en el que David Lagos juega con una excitante mixtura de tradición y modernidad con la que David Coria estaba deseando trabajar, bailando nada más comenzar el pregón del miedo (“Nos venden mieo / y compramos mieo”).

25 años en el escenario

David Coria cumple ahora un cuarto de siglo desde que comenzara su carrera formando parte del taller flamenco de la Compañía Andaluza de Danza. Atrás quedaron sus participaciones con Antonio El Pipa, Aída Gómez o José Antonio en el Ballet Nacional de España, además de sus varias colaboraciones con otros genios como Rubén Olmo, Rafaela Carrasco o Rocío Molina. Ahora se le nota por qué ha podido montar su propia compañía, cuánto ha aprendido y cuánto ha cincelado su propia personalidad, tan en forma, en ese discurso heterogéneo y tan culto que es en él su capacidad de ser bailarín sin dejar jamás de ser bailaor.

Fandangueo

La propuesta de la compañía de David Coria y David Lagos se toma al pie de la letra, y también del cuerpo, la primera de las seis acepciones que ofrece el diccionario de la RAE de la palabra “fandango”, a saber, “antiguo baile español, ejecutado con acompañamiento de canto, guitarra, castañuelas y hasta platillos y violín, a tres tiempos y con movimiento vivo y apasionado”. Eso. Sobre esa definición, el espectáculo se deja empapar de todo lo demás en que también consiste vivir, sorteando tantas veces desde nuestro país ese tópico que nos fueron construyendo desde fuera, o sea, el discurso de la mentira de que España consista solamente en el estereotipo con el que nos ve el extranjero cuando entorna su mirada al otro lado de ese velo negro que cubría anoche el escenario. En ese claroscuro es donde empiezan definirse todos los matices de la propia vida, y por supuesto del fandango, desde el de Huelva hasta el abandolao de las costas malagueñas, pasando por el de Granada y los de Levante, y hasta por ciertas romeras de Cádiz cuando la fiesta se torna más sabrosa... Qué bien componían todos el cuadro zíngaro sobre aquella banqueta que era también mesa y tablao rumbero, qué bien sobrevolaba el polvo dorado del hedonismo, qué bien la transición escénica con el tronar de las castañuelas...

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Tragedia y sensualidad

El espectáculo de anoche conjugaba a la perfección los dos polos de la existencia: el Eros y el Thanatos, la potencia del amor y el fatum de la muerte, con momentos sublimes de esa oscura raíz del grito en el que se mutaba la bata de cola muerta y arrastrada como por mulillas por la plaza después de haberse dejado torear desnuda por las afrentas de la vida, que no siempre son cándidas ni bienintencionadas. La historia, en fin, a la que hay que seguir escuchando para no dejarnos caer en la peor de las repeticiones, aunque el vino siga corriendo, alma resucitadora del elixir de la propia vida, que es al cabo una eterna repetición, con gente que va y que viene, con el Camborio de Lorca que vuelve a aparecerse en sueños, con emigrantes, inmigrantes y exilios dolorosos que nos recuerdan el que hacemos desde el vientre materno, desde que partimos de él hasta que volvemos a su seno, es decir, al de la madre tierra para hacernos tierra con ella.

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