Breve como la vida, intensa hasta el ridículo

La ópera de Falla se representó por primera vez en Sevilla, con Ainhoa Arteta entregándose a una Salud sumida en el trastorno y el sueño de la razón (***)

Foto: Guillermo Mendo / Juan José Roldán

Juan José Roldán

El estreno por fin de La vida breve en el Teatro de la Maestranza, tras treinta años de historia presentándose solo en versión concierto, podría venir a suplir la ausencia de zarzuela en la programación de este año. Sin embargo el título de Falla dista mucho de la estética y la intención del repertorio lírico típicamente español, en sus ambiciones y en la absorción de tendencias bien ancladas en su momento en el resto del continente europeo. Aun siendo todavía muy joven, Falla exhibió en esta partitura de apenas hora y cuarto de duración todo lo aprendido de los maestros franceses impresionistas, con toques del Stravinski más innovador, y todo ello combinado con el acervo popular andaluz, más directamente la gitanería imperante en la época, aplicado más al canto que a la literatura instrumental, resultando con ello un fascinante mural de colores y fragancias en el que la orquesta y el coro cobran tanto protagonismo como la voz, a menudo desgarrada e impotente de su torturada protagonista.

No alcanzamos a comprender por qué solo se han programado dos funciones, y menos aún seguidas, sin tiempo para que la voz de la soprano protagonista descanse y se relaje, teniendo en cuenta el intenso esfuerzo al que debe someterla. Siendo una ópera que se representa tan poco, no extraña que se haya echado mano de la que hace trece años estrenó el Palau de les Arts junto a Cavalleria Rusticana, una ópera con la que la de Falla mantiene varios aspectos en común y que se fraguó igualmente como consecuencia de la convocatoria de un concurso de ópera, lo que hace que unirlas en una misma función resulte más que acertado. Aquí se ha optado por representarla sola, potenciando el carácter de poema sinfónico que atesora esta pieza, rubricada por unos coros que por momentos recuerdan a Dafnis y Cloé de Ravel. Quizás por ello el reconocido artista Giancarlo del Monaco, de quien no recuerdo hayamos visto una escenografía suya desde el ya lejano Don Carlo de 2011, haya optado por un solo escenario que se revela como cárcel emocional de una Salud que sufre las consecuencias de un maltrato sistemático, de haberse sentido engañada y utilizada fundamentalmente en lo sexual por quien representaba para ella el amor más sincero y profundo. Una omnipresente Salud que se retuerce ante su abuela y su tío, y más aún ante los invitados a la fatal boda, y da rienda suelta a Ainhoa Arteta para desplegar toda su amplia gama de registros trágicos y excesivos.

Estamos pues ante la enésima representación de una mujer frágil y sufriente, torturada, trastornada y finalmente sacrificada. Es a lo más que llegan estos directores que se creen modernos y revolucionarios y no acaban de entender cuál es la nueva sensibilidad que necesitamos y demandamos, y que hubiera resuelto mejor si fuera Paco, el vil extorsionador de la podre gitana, quien expiara su comportamiento, mostrándose trastornado entre la realidad y la ensoñación que encierran las paredes rugosas e intensamente rojas que atosigan este drama tan vigente hoy como hace un siglo. En este contexto los gemidos de la protagonista mientras practica el coito, sus correrías huyendo despavorida de las bailarinas o el Cristo en la cruz cantando por soleares y bendiciendo a los contrayentes, no acaban sino resultando recursos cómicos dentro de una puesta en escena tan cargada de simbolismo que su análisis daría para un libro completo. Pero no ha sido del Monaco el primero en articular el drama así, ya Herbert Wernicke rebuscó en la esencia de la tragedia, libre de decoración folclórica aunque sin renunciar a ciertos toques localistas como la inclusión de nazarenos, como también hace aquí del Monaco, en su producción de los noventa para el Teatro de Basilea. Así las cosas, es la iluminación lo que más nos convenció, con un uso ciertamente inteligente y sorprendente de las sombras. También hubo algunos recursos interesantes, como la congelación de escenas mientras Salud sufre su amargo destino y la abuela lo vaticina en las cartas.

Sinfónica y coro extraordinarios

Ya hemos apuntado el inconveniente que para la voz debió ser afrontar tan intenso rol dos días seguidos, quizás por eso no podemos compartir el entusiasmo de nuestros compañeros que asistieron a la función del sábado. Encontramos una Ainhoa Arteta con serias dificultades para entonar de forma homogénea y equilibrada, con roces y asperezas y cierta tendencia a resolver los registros más graves de su hoy algo disminuida tesitura echando mano de la declamación. No cabe reprocharle nada en cuanto a proyección y a esos holgados y rotundos agudos que le caracteriza, y desde luego se empeña a fondo en su actuación, aunque resulte a menudo histriónica. María Luisa Corbacho exhibió una voz con demasiado vibrato, mientras Alejandro Roy dio muestras de una extraordinaria proyección, con agudos refulgentes y una considerable corrección como actor. Rubén Amoretti cumplió más en lo teatral que en lo musical, quedando su voz a veces apagada, mientras las aportaciones de Helena Ressurreiçao y Gerado Bullón fueron muy escasas como para emitir un veredicto acertado. Mucho nos convenció Alejandro del Cerro aunque fuera desde bambalinas, liderando como voz en la fragua un coro que junto a la orquesta dirigida por un flamante Lucas Macías, acabaron pareciéndonos los reyes de la función.

El director onubense llevó con mano firme y diestra a una Sinfónica que continúa manifestando su desencanto, consiguiendo unos resultados espectaculares. Extrajo de ella una generosa paleta de colores, brillando en todas sus familias instrumentales y logrando una experiencia inmejorable en lo estrictamente concertante, a lo que el coro del Maestranza se adaptó sonando majestuoso y brillante. Mención especial merece también la coreografía, un nuevo acierto en la carrera de Nuria Castejón, que se benefició además de un rutilante y colorista vestuario.

La ficha

LA VIDA BREVE ***

Pulsa para ver más contenido para ti

Ópera de Manuel de Falla. Libreto de Carlos Fernández Shaw. Kucas Macías, dirección musical. Giancarlo del Monaco, dirección escénica y escenografía. Allex Aguilera, reposición de la puesta en escena. Jesús Ruiz, vestuario. Luis Perdiguero, iluminación. Nuria Castejón, coreografía. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro Teatro de la Maestrnaza. Íñigo Sampil, director del coro.Con Ainhoa Arteta, Alejandro Roy, María Luisa Corbacho, Rubén Amoretti, Gerardo Bullón, Helena Ressurreiçao, Alejandro del Cerro, el cantaor Sebastián Cruz y el guitarrista Manuel Herrera. Producción del Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia. Teatro de la Maestranza, domingo 19 de marzo de 2023

Pulsa para ver más contenido para ti