25 años sin Gloria Fuertes, la poeta adelantada que no solo hablaba de globos

Mucho antes de que surgiera la memoria histórica para rescatar a las mujeres del 27, estuvo Gloria hablando sola por la tele de todo lo fundamental: de la mujer, claro, pero también del antibelicismo, del ecologismo, de la incomunicación, aunque todo el mundo creyera que era solo una poeta para niños

Álvaro Romero

Mucho antes de que surgiera la memoria histórica para rescatar a las mujeres del 27, estuvo Gloria hablando sola por la tele de todo lo fundamental: de la mujer, claro, pero también del antibelicismo, del ecologismo, de la incomunicación, aunque todo el mundo creyera que era solo una poeta para niños

A Gloria Fuertes, de cuya muerte se cumplirá un cuarto de siglo el próximo mes de noviembre, no tuvo que rescatarla nadie porque ella se encargó de vivir en el candelero, es decir, en la tele de aquellos años que no solo fueron de Transición política. Nacida en el madrileño barrio de Lavapiés en 1917, aquella ventana de la caja tonta le llegó después de haber aglutinado en su propia producción poética todos los hitos importantes de la poesía española moderna y de demostrar con creces que, más allá de los Blas de Otero y de los Celayas, había una mujer en España, tan de verso en pecho, que ya había escrito sobre el existencialismo que zamarreaba Europa, el surrealismo que no terminaba de pasar de moda, la poesía social tan necesaria, el intimismo que le abría la puerta a la poesía de la experiencia, el pacifismo, el ecologismo, el misticismo, el feminismo y todos los demás ismos que estaban por crecer aún cuando ella no era más que una oficinista lesbiana y pobre.

25 años después de su muerte, es posible que todavía haya en España quien crea que Gloria Fuertes era aquella señora que salía con corbata en la tele haciendo la canción de los globos. Tamaña injusticia solo puede combatirse acudiendo a su obra, tan adelantada y tan empática en tantos sentidos. Hija del conserje de un edificio y de una costurera que también servía en algunas casas, Gloria no tuvo apoyo familiar para hacerse escritora –su madre la castigaba si la descubrí leyendo-, pero sí una voluntad de hierro para descubrirse a sí misma como protagonista de su propia poesía autobiográfica: “Gloria Fuertes nació en Madrid / a los dos días de edad, / pues fue muy laborioso el parto de mi madre”, escribiría en Isla ignorada, el primer poemario de sus 17 años. “A los tres años ya sabía leer / y a los seis sabía mis labores. / Yo era buena y delgada, / alta y algo enferma. / A los nueve años me pilló un carro / y a los catorce me pilló la guerra; / a los quince se murió mi padre, / se fue cuando más falta me hacía. / Aprendí a regatear en las tiendas / y a ir a los pueblos por zanahorias. (...) / Quise ir a la guerra, para pararla, / pero me detuvieron a mitad del camino. / Luego me salió una oficina, / donde trabajo como si fuera tonta, / pero Dios y el botones saben que no lo soy. (...) He publicado versos en todos los calendarios, / escribo en un periódico de niños, / y quiero comprarme a plazos una flor natural / como la que le dan a Pemán algunas veces”.

En efecto, Gloria solo pudo estudiar en su época lo máximo que se le permitía a una muchacha hace ahora justamente un siglo: mecanografía, taquigrafía, higiene, puericultura, historia sagrada y, por supuesto, sus labores. Pero ella, más allá de su puesto como secretaria en Talleres Metalúrgicos, dedicó todas las horas que le sobraban a escribir cuentos, poemas y obras de teatro en revistas infantiles como Maravillas, o a organizar aquella biblioteca infantil ambulante que giraba por los pueblos pobres cuando ya no existían las Misiones Pedagógicas de la II República, sino el hambre sin apellidos de los años 40.

El Instituto Internacional de Madrid

No fue hasta 1955 cuando a Gloria le cambió la vida al estudiar biblioteconomía e inglés en el Instituto Internacional de Madrid y al conocer a la hispanista estadounidense Phyllis Turnbull. “Tus besos cambian el curso / de mis aguas / y humedecen la sequía / de mis desiertos interiores”, escribirá Gloria, hechizada ya por un romance que le durará 15 años.... Será por Phyllis por quien descubra la beca Fullbright en Estados Unidos, y allá que marcha para impartir clases de literatura española en la Universidad de Pennsylvania. “La primera vez que pisé una universidad fue para impartir clases”, dirá ella tantos años después. A su vuelta de América, siguió dando clases a los americanos en el Instituto Internacional de Madrid.

La presidenta de la fundación que lleva su nombre hoy, Paloma Porpetta, recuerda que Gabriela Mistral (Premio Nobel en 1945) y Gloria Fuertes son las dos únicas mujeres incluidas en la célebre antología Norton que agrupaba a cien poetas en lengua castellana. Gloria había publicado ya títulos tan significativos como Aconsejo beber hilo o Todo asusta, había relanzado su voz más personal en otros libros como Ni tiro, ni veneno, ni navaja, Poeta de guardia o Cómo atar los bigotes al tigre, y había escanciado todo el sabor de su personalísima lírica de apariencia espontánea en poemarios que no le concedían una vuelta atrás en su celebridad en vida, como Sola en la sala o Cuando amas aprendes Geografía.

La tele

Y entonces llegó la televisión, la única que había entonces en España, y sus colaboraciones en programas infantiles como Un globo, dos globos, tres globos, que tomaba su largo título del verso de una de sus canciones más populares, o La mansión de los Plaff. Eran los años 70 y Franco estaba a punto de morir. De hecho, murió y aquellos globos que se escapaban al cielo supusieron una metáfora impagable de los nuevos aires que conducían a la democracia. Gloria colabora en la inolvidable revista de humor La Codorniz, fundada por Miguel Mihura, y en la revista Discóbolo. Recibiría hasta en cinco ocasiones el Aro de Plata y un Aro de Oro de Televisión Española a la mejor escritora. En 1975, el año que publica sus Obras incompletas, su libro Cangura para todo fue galardonado con el diploma de honor del Premio Internacional de Literatura Infantil Hans Christian Andersen. Sus libros infantiles de aquella década van surgiendo como a montones: La gata Chundarata y otros cuentos, La oca loca, El camello cojito, El dragón tragón, La momia tiene catarro, Tres tigres con trigo, Así soy yo, La ardilla y su pandilla, Monto y Lío se encuentran a su tío, El perro que no sabía ladrar, Coleta la poeta, El abecedario de don Hilario... La lista parece interminable hasta los años 90. Pero, paralelamente, va fraguándose una obra poética para adultos que quizá ha sido mucho más ignorada y que hoy, mientras se rescatan hasta obras menores en calidad y en cantidad de tantas mujeres de su época, no parece lógico que continúen en el olvido. El desparpajo, en Gloria Fuertes, nunca está reñido con la profundidad. El resto de su vida es conocido: muere de cáncer de pulmón el 27 de noviembre de 1998. Sola, en su casa. Tenía 81 años. Y en el banco, sin que nadie lo hubiera sospechado después de una vida ciertamente austera, 100 millones de pesetas. Todo lo dona al orfanato Ciudad de los Muchachos, con lo cual hasta al morir derramó su generosidad con los niños que más lo necesitaban. Su herencia más perdurable, sin embargo, ha sido esa palabra poliédrica sobre la vida misma en toda su anchura.

Su poesía amorosa

Dejó escrito Gloria una vez: “Lo único que he pedido fiado ha sido amor, y lo he pagado con creces, hoy estoy arruinada”. Para ella, amor y soledad van de la mano. Más que dos temas distintos, son dos caras de la misma moneda, o al menos pueden serlo constantemente. Son dos cruces con las que ha de cargar el ser humano, que es ineluctablemente solo e ineluctablemente ha de desarrollarse por completo en la otredad. “Nunca terminaré de amarte / y de lo que me alegro / es de que esta labor tan empezada, / este trajín humano de quererte, / no le voy a acabar en esta vida; / nunca terminaré de amarte. / Guardo para el final las dos puntadas, / te-quiero, he de coser cuando me muera, / e iré donde me lleven tan tranquila, / me sentaré a la sombra con tus manos, / y seguiré bordándote lo mismo. / El asombro de Dios seré, su orgullo, / de verme tan constante en mi trabajo”. El amor es para Gloria la máxima oportunidad de desdoblarte, multiplicarte, enriquecerte, para bien o para mal. “El amor te convierte en rosal / y en el pecho te nace / esa espina robusta como un clavo / donde el demonio cuelga su uniforme”, escribirá. Y también: “Al tocar lo que amas te quemas en los dedos, / y sigues, sigues, sigues hasta abrasarte todo; / después / ya en pie de nuevo, / tu cuerpo es otra cosa, /... es la estatua de un héroe muerto en algo, / al que no se le ven las cicatrices”.

La incomunicación

Contra ella luchó toda su vida Gloria Fuertes. Se trata de un mal virus disimulado que corroe sus versos y que es precisamente la razón principal por la que los sigue construyendo en un bucle de necesidad poética que tiene mucho de necesidad vital. “No sé por qué me quejo porque al fin estoy sola. / Y el placer de tirar la ceniza en el suelo, / sin que nadie te riña. / Y untar pan en la salsa / y beberse los posos, / y limpiarse la boca con el dorso de la mano, / cantar al vagabundo porque al fin fue valiente, / ir matando los besos como si fueran piojos, / beber blanco, / pronunciar ciertas frases, / decir ciertas palabras, / exponerte a que un día te borren de la nómina... / No debiera estar seria / pues vivo como quiero, / solo que a veces tengo / un leve sarpullido”. Gloria será siempre la maga solitaria, aunque a veces tire por la borda su propia magia para darnos la mano más de verdad. “Tengo que deciros... / que eso del ruiseñor / es mentira. / Que el amor que sintió / era deseo. / Que la espiga no danza, / se mueve, / porque el aire la empuja. / Que estoy sola, / aunque me estáis oyendo. / Cómo duelen, me duelen, duelen mucho / las abejas que salen de mi cuerpo. / Que la luna se enciende, / no es verdad. / El pianista envenenaba a sus hermanos, / y los poetas guisan y comen y hasta odian. / Tenía que deciros... / hoy tengo algarabía. / Cuando piso el paisaje que quiero / se me llena el talle de avispas / tengo fuerzas en los senos y en las piernas. / ¡Voy a curarme! / ¡La vida me sonríe como tonta! / ...Todo es falso... / La verdad, / que estoy sola esperando el coche de línea”.

Será en esa soledad consciente cuando escriba “Gracias, amor, / por tu imbécil comportamiento / me hiciste saber que no era verdad eso de / ‘Poesía eres tú’. / ¡Poesía soy yo!”. Y contra cualquier sentencia dada por buena, vendrá Gloria a discutirla para descubrirnos la libertad. “Hay quien dice que estoy como una cabra, / lo dicen, lo repiten, ya lo creo, / pero soy una cabra muy extraña / que lleva una medalla y siete cuernos. / ¡Cabra! En vez de mala leche yo soy llanto. / ¡Cabra! Por lo más peligroso me paseo. / ¡Cabra! Me llevo bien con alimañas todas / ¡Cabra! Escribo en los tebeos. / Vivo sola. Cabra sola / -que no quise cabrito en compañía-, / cuando subo a lo alto de ese valle / siempre encuentro un lirio de alegría. / Y vivo por mi cuenta, cabra sola, / que yo a ningún rebaño pertenezco. / Si sufrir es estar como una cabra, / entonces sí lo estoy, no dudar de ello”.

Gloria lamentará siempre la división, la organización perversa de los seres humanos a un lado u otro de la felicidad. “Dos Españas. / Dos Europas. / Dos Américas. / Dos sexos. / Dos amores. / ¿Y cuándo una España, / una Europa, / una América, / un sexo, / un amor?”. La poeta está para buscar la verdad, la que se escapa por las ranuras de los disimulos y hacen tanto daño, para denunciar escribiendo. “Hago versos, señores, hago versos, / pero no me gusta que me llamen poetisa, / me gusta el vino como a los albañiles / y tengo una asistenta que habla sola. / Este mundo resulta divertido, / pasan cosas señores que no expongo, / se dan casos, aunque nunca se dan casas / a los pobres que no pueden dar traspaso. / Sigue habiendo solteras con su perro, / sigue habiendo casados con querida, / a los déspotas duros nadie les dice nada, / y leemos que hay muertos y pasamos la hoja, / y nos pisan el cuello y nadie se levanta, / y nos odia la gente y decimos: ¡la vida! / Esto pasa, señores, y yo debo decirlo”.

Su verso fresco, sincero, le servirá siempre para autodefinirse: “Vengo de abajo, / quizá por eso nunca dejaré a los del barrio. / Tiro hacia arriba, / la pupila del pobre me tiene viva. / Salud, trabajo, / es todo lo que pide el que está abajo. / Le doy cultura, / que aún no sabe leer / con su estatura. / Le leo versos, / al hombre más sencillo / del Universo”. Su sentido crítico con la sociedad que le toca alrededor tiene tanta actualidad, que siempre será una poeta universal: “Tampoco han prohibido los niños en la guerra / y se los sigue el hombre comiendo en salsa blanca. / La Protectora de Animales está haciendo el ridículo. / Tampoco han prohibido comer las inocentes pescadillas, / los tiernos y purísimos corderos, / las melancólicas lubinas, / las perdices, / y qué me dices / de Mariquita Pérez / que la compraban abrigos de seiscientas pesetas / habiendo tanta niña sin muñeca ni ropa, / los enfermos trabajan, / los ancianos ejercen, / el opio en tal café puede comprarse / la juventud se vende, / todo está oficialmente permitido, / comprended y pensad: nada se arregla con tener buenos sentimientos, / hay que tener arranque y ganas de gritar: / ¡Mientras haya guerras comeré pájaros fritos!”.

El niño somalí y Dios

La denuncia social, internacional, humana de Gloria Fuertes no tuvo límites ni fronteras. “Es un niño que no tiene nada. / Niño sin juguetes, sin comida, / sin agua”, escribirá mientras tantos españoles veían la misma estampa por televisión. “Estuve allí, / y le dije al niño somalí: / -Te traigo unos cuentos. / Y el niño me dijo con la mirada: / -Yo no estoy para cuentos, / ni para nada. / Hoy tampoco estoy para versos / porque me duele la mirada / de ese niño de Somalia. / Es un niño que solo tiene moscas / en los ojos y en los labios secos. / Son de esas moscas / que solo pican a los muertos”.

Profundamente religiosa, a su manera, Gloria mantiene con Dios un eterno diálogo, sin caer en dogmatismos ni misticismos. Dios está en todas partes, y es el hombre el que inventó el engaño, el dolor y la destrucción. A ella le conmueve Dios porque está con nosotros. “Lo más triste de Dios / es que no puede creer en Dios. / Ni ponerse el sombrero nuevo / para ir a misa como tú y como yo. / Tampoco puede dar las gracias al Señor, / ni hacer novillos / ni tirar una piedra a un farol. / ¿Qué sería sin nosotros de Dios?”. Su idea de Dios es tan particular, tan concreta y cálida, que cuesta con Gloria ser ateo. “Dios ahoga pero no aprieta. / No te adula pero te defiende. / El hombre te alza y te deja caer, / Dios te deja caer sin alzarte. / Siempre está sobre aviso: / luego te quita el dolor y te pone la cena / -otras veces te pone el dolor y te quita la vida-. / Está lleno de sabiduría y de paciencia, / sobre todo de paciencia con los perversos, / -perverso quiere decir mal intencionado. / No es un señor con barba, / no es una paloma, / es todo lo que vemos, lo que oímos, lo que tocamos. / Aunque parezca mentira Dios existe”.

El Padrenuestro de Gloria Fuertes, absolutamente recomendable, es más largo que el que propuso Cristo: “Padre nuestro que estás en la tierra, / en el surco, / en el huerto, / en la mina, / en el puerto, / en el cine, / en el vino, / en la casa del médico. / Padre nuestro que estás en la tierra, / donde tienes tu gloria y tu infierno, / y tu limbo que está en los cafés / donde los burgueses beben su refresco. / Padre nuestro que estás en la escuela de gratis, / y en el verdulero, / y en el que pasa hambre, / y en el poeta, -¡nunca en el usurero!-. / Padrenuestro que estás en la tierra, / en un banco del Prado leyendo, / eres ese Viejo que da migas de pan a los pájaros del paseo...”.

Esperanza

Gloria debe seguir siendo una referencia lírica en nuestro tiempo. “La gloria no la busco / Ya la tengo en mi nombre”, dijo. Pero parece que lo es más fuera que dentro de nuestro país. Actualmente, una veintena de hispanistas norteamericanos están presentando tesis doctorales sobre ella. “Aunque no nos muriéramos al morirnos, / le va bien a ese trance la palabra: Muerte. / Muerte es que no nos miren los que amamos, / muerte es quedarse solo, mudo y quieto / y no poder gritar que sigues vivo”.

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Gloria vivió tan intensamente, que vivió y nos vivió. “Vivo de milagro. / Porque es un milagro cuando solo se vive de vivir”. Su lección de vida es tan intensa, que algunos de sus versos deberíamos llevarlos en la cartera todos los días: “La gente corre tanto / porque no sabe dónde va. / El que sabe dónde va / va despacio / para paladear / el ir llegando”.

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