Salvador Navarro: «En mis novelas trato de evitar lo previsible»
El escritor sevillano publica ‘El niño del beso’, una entretenida historia de amor, con mimbres de novela de aventuras
Antonio Puente Mayor
Salvador Navarro (Sevilla, 1967) se define como «contador de historias», ya sean en forma de novelas, libros de relatos o publicaciones en las redes sociales. Y es que, según sus propias palabras, «Escribir ayuda a ordenar mis pensamientos, a comprender la vida en los demás y la mía propia, a investigar sobre lo que me preocupa, me divierte o me conmueve, a perder la vergüenza si algo de vergüenza me queda, a compartir con el exterior mi visión del mundo». Ingeniero industrial de Renault, su primera publicación es de 2002, ‘Eres lo único que tengo, niña’, a la que sucedieron otras como ‘Rosa.0’, ‘Andrea no está loca’, ‘No te supe perder’, ‘Huyendo de mí’ o ‘Nunca sabrás quién fui’. Muy influido por la narrativa americana del siglo XX —desarrolla una literatura urbana con fuertes componentes psicológicos—, en los últimos tiempos nos ha brindado títulos como ‘Y si aparece’ o ‘Toda tu vida en mí’, a los que hemos de sumar ‘El niño del beso’, una de sus novelas más personales, que acaba de ver la luz en Amazon.
¿Qué van a encontrar tus lectores en ‘El niño del beso’?
Una entretenida historia de amor, con mimbres de novela de aventuras.
Sorprende la dedicatoria de la primera página, ‘a todos a quienes les robaron su juventud’, ¿quiénes son los aludidos?
Yo, el primero. Es un relato que trata de desbrozar el duro camino de los que hemos nacido con una sexualidad diferente a la mayoritaria y que tuvimos que malgastar los años más hermosos de nuestra entrada en el mundo adulto en luchar contra el juicio adverso de gentes amargadas que, históricamente, nos han considerado parias. Incluso diría más, que hemos tenido que bregar también con fuego amigo. La familia, por ejemplo, que no está educada para asumir que hay un homosexual entre los suyos.
Un ejercicio de valentía por tu parte, tal como lo describes.
Mi vida en libertad comienza a los 29 años, cuando decido hablar uno a uno con mis amigos, mis hermanos, mi padre, para decirles que no podía más. Que me atormentaba vivir una doble vida. Que me ahogaba.
¿Cómo reaccionaron?
Con muchos besos, abrazos y llantos. Con arrepentimiento también por no haber sabido ver las señales que yo iba lanzando. Para mí supuso un crecimiento brutal como persona. Mostrar quién era yo de verdad, mis potencialidades, mi sensibilidad. ¡Yo era un témpano de hielo que ni sentía ni padecía!
¿A nivel laboral? Un empleo como el tuyo, de ingeniero en la Renault, con un cargo directivo, no debió ser fácil.
Mi patada al armario tenía la energía acumulada de toda una vida, no lo podía romper a medias. Es cierto que el director de la fábrica, en un seminario de management, me ayudó a encontrar el camino. Yo había llegado a casarme con mi marido sin pedir los quince días de permiso que me correspondían. Era una época en la que los comentarios homófobos eran diarios, despectivos, insultantes. Yo no quería ser un héroe.
Volvamos a la novela, ¿quién es ‘El niño del beso’?
Un librero que se llama Pablo. Soltero, homosexual, en la cuarentena, vive cómodo en Sevilla. Sus negocios no van mal, tiene un amplio círculo de amistades, una vida sexual activa. Todo fluye. Hasta que un día recibe un regalo anónimo por debajo de la puerta, un viaje de quince días con todos los gastos pagados a Japón. Esa misma noche le incendian la librería.
Vayamos por partes. ¿Quién puede ser tan generoso para regalarle ese viaje?
Pablo se enamoró perdidamente a los dieciséis años, en el instituto, de un compañero japonés. Eran inseparables. Hasta que un día le dio un beso y el amigo lo rechazó de malos modos. Para siempre. Ahora, Pablo recibe ese regalo bajo la puerta. Ese beso había marcado su entrada en el infierno, luego vino la expulsión de su casa por unos padres ultraconservadores, el tener que buscarse la vida con dieciocho años en la calle. Ese viaje a Japón parecía la redención, treinta años después.
Pero, al mismo tiempo, hay quien le quiere mal, quien le prende fuego al negocio.
Sí, esa es la historia de ‘El niño del beso’. La liberación y el dolor. Las vías que la vida nos abre y las puertas que nos cierra. Pablo se ve obligado a hacer frente a su pasado para entender quién o quiénes pueden quererle tan mal.
Veo que te lanzas a escribir en primera persona, cuando no es habitual en ti, ¿por qué?
El relato lo necesitaba. Lo decidí cuando ya tenía avanzada la novela. Para implicar de lleno al lector entendí que Pablo le tenía que hablar directamente a él, sin intermediarios. El efecto tras el cambio era brutal, la empatía de quien lo lee se multiplica por diez.
Tengo la sensación de que has arriesgado mucho con la estructura.
Siempre arriesgo. Ya me conoces desde hace una década, Antonio, y en mis novelas trato de evitar lo previsible. Huyo de lo cómodo. En este caso, la historia se rompe justo a la mitad. De pronto, el japonés toma la palabra y el lector comienza a ver, desde fuera, al Pablo que lo había tenido seducido hasta entonces. A partir de ahí, la novela entra en un ritmo desconcertante, donde voy entregando la narración a todos los personajes clave. Quienes han llegado a ese punto ya no pueden cerrar el libro ni para comer.
¿Cuánto hay de ti en Pablo?
Yo no soy librero, ni me he enamorado de ningún japonés, ni me han incendiado ningún negocio, ni mi familia me expulsó de casa. Sin embargo, construir su historia removió cada una de mis tripas.
¿Qué opinas de quienes critican al mundo LGTBI, quienes hablan de vosotros como un lobby y que se os da más espacio público del que representáis?
Les diría que no vamos a permitir ni un paso atrás. Que vamos a defender con uñas y dientes los derechos logrados, que no vamos a consentir que nuevas generaciones de adolescentes vuelvan a pasar por el calvario de sentirse ridiculizados, señalados, obligados a llevar una doble vida. Ya quisieran muchos de los anónimos que lanzan mensajes homófobos ante este tipo de propuestas culturales tener la mitad de las agallas de los que hemos dicho ‘basta ya’. Somos tan válidos como el que más. Hemos luchado por tener nuestro espacio en un mundo que no estaba hecho para nosotros. Aquí cabemos todos.
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