Izik-Dzurko y Méndez potencian la melancolía del otoño

Hubo más nostalgia en el tercer concierto de abono de la ROSS que unas prometidas danzas, con el pianista creciendo y la batuta afianzándose

Fotografía de Marina Casanova del concierto de anoche de la ROSS en el Maestranza

Fotografía de Marina Casanova del concierto de anoche de la ROSS en el Maestranza / Juan José Roldán

Juan José Roldán

Que Sevilla es una ciudad difícil y desconcertante lo demuestra el hecho de que a dos días de que recale aquí la Mahler Chamber Orchestra, una de las pocas plazas españolas donde actuará, quede por vender más de la mitad del aforo. Las propuestas locales más o menos se defienden, pero necesitamos otras que sitúen nuestra programación a niveles de otras ciudades europeas se semejante calado, y eso, que una vez fue realidad, ahora parece tan difícil de conseguir, salvo en raras ocasiones en las que la popularidad del o la intérprete le precede. Tratándose de una propuesta eminentemente local, el aforo de ayer no fue desdeñable, hay que decir que la ocasión lo merecía, con un programa en los atriles de la Sinfónica realmente atractivo, empezando por el estreno en su ciudad de una obra de la sevillana Elena Mendoza, presente en la sala, y siguiendo con otras dos que no por más trilladas son menos atractivas y seductoras.

La de Mendoza, artista todavía poco conocida a nivel popular en su ciudad natal, a pesar de recolectar fuera un enorme reconocimiento y situarla a la vanguardia de las músicas actuales digamos serias, resultó una pieza de enorme singularidad, por su tratamiento de las texturas y porque, sin apartarse de corrientes compositivas ancladas ya en un pasado reciente, y muy concretamente en esas Atmósferas de Ligeti que disfrutábamos precisamente justo una semana antes en el concierto de apertura de temporada de la Sinfónica Conjunta, experimenta con instrumentos inusuales y en principio poco o nada convencionales para integrarlos en el conjunto de una bien equipada formación sinfónica. En concreto, en Stilleben mir Orchester (Naturaleza quieta, que es como en Alemania denominan las naturalezas muertas para quitarle esa acepción funeraria) suenan copas de cristal con agua hasta la mitad, latas de conservas, ralladores y otros utensilios de cocina, hasta llegar a las botellas sopladas con las que parte de los metales y las maderas van cerrando la pieza con ademanes puramente teatrales y una concepción bastante dramática de la interpretación. El resultado es tan seductor como sugestivo gracias a la atención y el sentido de la precisión que imprimió el director mallorquín Antonio Méndez, una de las voces más personales y comprometidas del actual panorama musical español.

Como tarjeta de presentación en nuestra ciudad, al pianista canadiense Jaeden Izik-Dzurko, ganador entre otros del premio Paloma O’Shea del Festival de Santander, ya tuvimos ocasión de conocerle en el pasado Festival de Primavera de Juventudes Musicales, donde hizo alarde de su fuerza y energía al teclado. Esta vez sin embargo, frente al Concierto para piano de Schumann, se decantó más por una lectura etérea y volátil de la partitura, como si acariciase las teclas y se dejase llevar por su naturaleza fuertemente emocional y melancólica. Se trata por supuesto de una pieza que demanda más poesía que virtuosismo, aunque esto resulta discutible cuando se escucha al allegro vivace final. No cabe duda de que Méndez y Izik-Dzurko se decantaron por esta línea, pero los resultados no fueron del todo convincentes desde el punto de vista expresivo. No es que sonara ni amanerado ni melindroso, tampoco afectado, pero sí algo apagado y falto de aliento, ya fuera en unos diálogos entre orquesta y solista un poco raquíticos como en un sonido en general demasiado suave, como si por querer ser melodioso se resultase pasteloso sin llegar a ser empalagoso. No fue a pesar de ello una interpretación desdeñable sino simplemente particular, no acorde con lo que algunos esperábamos de ella, pero válida y perfectamente ejecutada a nivel general.

Algo parecido sucedió con el arranque de las impresionantes Danzas sinfónicas de Rachmaninov, que resultó algo moroso y falto de empuje, a pesar de que Méndez demostraría a lo largo de la partitura una enorme disciplina y un sentido dramático del conjunto realmente encomiable. Así, aunque no resultara tan voluptuosa ni intensa como hubiera sido deseable, sus líneas fueron claras y concisas, con grandes oportunidades de lucimiento, muy bien aprovechadas, de los solistas de la orquesta, desde el clarinete al saxofón, al fagot o el piano. Pero siguió faltando intención, expresividad y más emoción. Fue en términos generales una interpretación bien construida, muy bien articulada, pero algo fría y falta de aliento. Lo mejor, el vals central, tan bello como seductor, así como convenientemente siniestro y sensual. Esa misma falta de intensidad generalizada se observó también en el final, siempre desde la admiración que nos profesa el buen nivel alcanzado por todas y cada uno de los integrantes de la orquesta, mimada hasta el último detalle por la atenta batuta de Antonio Méndez.

ROSS

3er concierto del ciclo Gran Sinfónico de la temporada nº 34 de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Jaeden Izik-Dzurko, piano. Antonio Méndez, dirección. Programa: Stilleben mit Orchester, de Elena Mendoza; Concierto para piano en La menor Op. 54, de Schumann; Danzas sinfónicas Op. 45, de Rachmáninov. Teatro de la Maestranza, viernes 24 de noviembre de 2023

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