Óbito
Muere Paul Auster, el chico maravilla de la literatura norteamericana
El novelista, uno de los más populares y celebrado de su país, autor de la 'Trilogía de Nueva York, muere en su casa de Brooklyn
Elena Hevia
Para muchos lectores, Paul Auster era uno más de la familia. Los más veteranos le descubrieron con sus primeros libros, especialmente con la imbatible ‘Trilogía de Nueva York’, que quedará ya en la cumbre de una trayectoria de 34 libros, y pasaron su recomendación a los amigos como una buena nueva que había que predicar. Lo más jóvenes le coronaron tiempo después, ya entrado el siglo XXI, quizá con obras que quizá ya no estaban a la altura de sus primeros y mejores trabajos, pero donde su inagotable inventiva y, sobre todo, su prosa dinámica e hipnótica sutilmente cargada de misterio, marca de la casa, seguía funcionando a la perfección. Para unos y otros, la última novela de Auster solía ser una cita ineludible y gozosa.
Auster, azotado en los últimos tiempos por la trágica muerte de su nieta y de su hijo mayor, Daniel, anunció en marzo del año pasado a través de su esposa la escritora Siri Hustvedt que padecía el cáncer de pulmón que ha acabado con él a los 77 años y muchos quisieron ver en su última novela, ‘Baumgartner’, retrato de un viejo profesor viudo, una suerte de texto testamentario.
El azar, el azar
Leer una novela de Paul Auster es como entrar en una vieja novela de aventuras o de misterio, en la que el lector es arrastrado por el enigma siguiendo a protagonistas que, de alguna manera, son el propio escritor trasmutado en personaje, azotado por fuerzas que lo impulsan a situaciones inverosímiles y giros de guion sorprendentes. El azar era su sello distintivo. El escritor del azar. Y se le pueden reprochar algunas cosas pero no que el tratamiento del destino caprichoso fuera algo impostado. Ya es sabido y forma parte de la leyenda: cuando tenía 14 años en un campamento de verano fue testigo de la muerte de un compañero a pocos centímetros de él que fue derribado por la rama de un árbol, fulminada a su vez por un rayo. Ese acontecimiento, aseguraba, cambió su vida para siempre y la forma de encarar sus ficciones, en las que de una forma u otra, pero muy especialmente en la ambiciosa y polifacética ‘4,3,2,1’ -posiblemente, su mejor trabajo en años-, un retrato de sí mismo a través de cuatro posibilidades distintas. De hecho, buena parte de sus novelas estaban protagonizadas por escritores en los que no era difícil detectar al propio autor.
Nació en Newark, Nueva Jersey en 1947, la misma ciudad de otro grande y también judío, de la literatura latinoamericana, Philip Roth, pero su hábitat natural fue Nueva York y en especial, Brooklyn, concretamente Park Slope, barrio donde tenía su hogar en uno de los característicos edificio rojizos de la zona. Allí trabajaba junto a su esposa, Siri Hustvedt , a la que conoció poco antes de publicar su primer libro, las impactantes memorias, ‘La invención de la soledad’ (1982), cuya semilla estaba en la reciente muerte del padre del autor. Samuel Auster quedó marcado desde niño por un terrible secreto familiar: el abuelo paterno del escritor fue acribillado a tiros por la abuela en un ataque de locura. El libro era una suerte de reconciliación con un padre con el que jamás se había entendido, un intento de comprender la herida profunda de aquel hombre introvertido y melancólico con el que jamás llegó a entenderse.
French Connection
Tras estudiar en la Universidad de Columbia, a principios de los años 70 se trasladó a París junto a su novia de entonces Lydia Davis, gran escritora que en los círculos académicos estadounidenses ha tenido siempre una mayor consideración que él. En el 77 nació Daniel y la pareja se separó poco después. Esa vocación europea, que mantuvo como traductor de la lengua francesa y como enamorado de su literatura, tuvo un viaje de ida y vuelta en el reconocimiento porque fue siempre mucho más celebrado en Europa, especialmente en Francia y en España, que en su Estados Unidos natal. De ahí que fuera distinguido como Comendador de las Artes y las Letras en Francia y y como Premio Príncipe de Asturias en el 2006.
En 1985 publicó ‘Ciudad de cristal’, primera entrega de su trilogía neoyorquina que se completaría poco después con ‘Fantasmas’ y ‘La habitación cerrada’. Disfrazados de historias de misterio, con una prosa concisa y liofilizada, el escritor utilizó en estos libros el género policial para hacerse preguntas esenciales sobre la identidad -otro de sus asuntos sustanciales- a través de las peripecias de un hombre, Daniel Quinn -uno de los seudónimos utilizados por Auster- que recibe una llamada equivocada al confundirle con un detective y él decide adoptar esa personalidad, en un juego de espejos. De hecho, el autor solía contar que esa llamada realmente se produjo: durante dos noches consecutivas alguien llamó a su domicilio preguntando por una agencia de detectives. La novela surge de la hipótesis de lo que podría haber ocurrido de haber contestado si el autor hubiera contestado que sí.
Su vertiente política
A largo de más de cuatro décadas, Auster ha seguido imparable con novelas tan incontestables como ‘El Palacio de la Luna’(1989), todo un canto de amor a Nueva York que emula las viejas novelas de Julio Verne; ‘La música del azar’ (1991), ‘Leviatán’ (1993), trasposición ficcional de la historia real de Unabomber, y ‘Mr. Vértigo’ (1994), en la que el autor empieza a involucrarse más en el terreno político gracias a una parábola en la que el protagonista, un chico maravilla, adquiere el poder de volar hasta que lo pierde, un trayecto que sigue en paralelo la histórica pérdida de la inocencia de Estados Unidos tras la segunda guerra mundial. En los últimos años, el autor había liderado un movimiento de escritores e intelectuales contra Trump.
Con estas novelas y con las que vendrían después, el autor ha trenzado un universo autorreferencial en el que los personajes viajan de una obra a otra de sus obras. Y este trasvase no solo ocurre en su trabajo, ya que uno de los personajes de Leviatán, Iris Vegan, será la heroína de la primera novela de Siri Hustvedt.
Auster solía contar que el kilómetro cero de su escritura estaba marcado por el encuentro que a los 8 años tuvo con su jugador de béisbol favorito, Willie Mays. Frente a él, con los ojos muy abiertos y un rictus de desesperación, el pequeño se dio cuenta de que no llevaba nada con qué escribir y no podía pedirle a su héroe, el lun autógrafo. Desde entonces llevó siempre un lápiz a todas partes. Y ese lápiz, con el que empezó a escribir otras cosas, fue el inicio de su propia novela de iniciación, de su trayectoria como chico maravilla de la literatura norteamericana.
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