Periodismo
Manuel Chaves Nogales, un autor imprescindible
A los 80 años de su muerte en el exilio londinense, el interés editorial y biográfico por el escritor sevillano está muy lejos de decrecer
Su obra confirma el valor del mejor periodismo para trascender la Historia y proyectarse en el presente
Aquellos obituarios que no pudieron publicarse en España en la hora de su muerte hace 80 años, cuando la condena y el silencio impuestos por el franquismo provocaron que hasta su propia familia conociera algo más tarde la noticia del deceso, alienta los deseos de recordar en toda su grandeza la vida azarosa de Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897 - Londres, 1944), que fue demasiado y dramáticamente corta.
A la edad en que otros iniciaban su periodo de madurez profesional o, en el mejor de los casos, comenzaban a consolidar esa madurez, Chaves Nogales había tenido ya experiencias tan intensas, en tantos ámbitos geográficos y de tan diversa naturaleza, y había alcanzado tal grado de excelencia en su trabajo, que todo ello habría bastado para justificar y dar sentido, no a una, sino a varias vidas enteras. Por la claridad de su estilo, la eficacia de su escritura y la lucidez de sus interpretaciones, Chaves Nogales ha seguido elevándose a la categoría de figura señera y reconocida de la edad de oro del periodismo español de entreguerras.
Apenas transcurrieron treinta años entre sus comienzos, como meritorio en El liberal -el mismo periódico del que fuera redactor su padre, el también periodista y cronista Manuel Chaves Rey-, y su temprano fallecimiento en Londres, ciudad a la que había llegado huyendo precipitadamente del París a punto de ser tomado por los nazis.
En Londres, última parada de su trayecto, donde vivirá como exiliado, colaboró con la BBC e informó a los lectores de América Latina del desarrollo de la Segunda Guerra Mundial y de la posguerra española. Complicaciones de una operación menor le provocan la muerte el 8 de mayo de 1944, sólo unas semanas antes del desembarco aliado de Normandía. “Llevo ocho años esperando ver cómo vencen al fascismo y me voy a morir precisamente en el momento en que los aliados van a liberar Europa de sus opresores…”, confesó a su amigo Antonio Soto, quien daría cuenta a la familia de su último lamento.
Murió en Londres, por las complicaciones de una operación menor el 8 de mayo de 1944, sólo unas semanas antes del desembarco aliado de Normandía
En su trayecto profesional, que transcurre de manera trepidante, casi sin respiro, Chaves Nogales se estableció muy joven en Madrid, donde amplió progresivamente su campo temático y sus colaboraciones con importantes publicaciones (Estampa, La Nación…), ascendió a redactor-jefe del Heraldo de Madrid y llegó a poner en marcha la mejor cabecera del país: el diario Ahora. Impartió conferencias, participó activamente en la vida intelectual y viajó por Europa como reportero, haciendo un uso pionero de la aviación.
Acérrimo defensor de la democracia, opuesto a cualquier modo de violencia política, enemigo de toda forma de tiranía y libre de subordinación a peajes ideológicos, asumirá riesgos severos por tratar de describir de manera fidedigna la terrible realidad de la Alemania de Hitler -donde entrevistará al mismísimo Goebbels, jefe del aparato de propaganda del régimen- y denunciar la amenaza que representa el estado nazi para la Europa democrática. Un interés paralelo al que muestra por la Italia de Mussolini o por el totalitarismo de la Unión Soviética de Stalin.
Acérrimo defensor de la democracia, opuesto a cualquier modo de violencia política, enemigo de toda forma de tiranía y libre de subordinación a peajes ideológicos
Sus viajes, sus crónicas y reportajes (que le inspirarán libros extraordinarios, como los dedicados a la experiencia rusa: La bolchevique enamorada, La vuelta a Europa en avión, Lo que ha quedado del Imperio de los zares o El maestro Juan Martínez que estaba allí), contribuirán a definir los fundamentos y a consolidar el establecimiento y desarrollo del “nuevo periodismo”, del que será reconocido como genuino representante.
Un periodismo “de calle”, “de a pie”, que se lanza a buscar la noticia y se enfrenta cara a cara con los hechos; que primero busca e investiga, para luego contar con amenidad, independencia y lo más objetivamente posible, sin renunciar a la valoración y la opinión, pero dejando muy claramente diferenciado lo que es la descripción veraz de los hechos y la visión u opinión del periodista. Sus crónicas, entrevistas o reportajes resultaban brillantes porque poseía un don natural para contar, pero no por ello renunciaba a ahondar y desentrañar lo que pudiera subyacer bajo la superficie de los hechos.
Tampoco esta concepción del periodismo le llevó a eludir el compromiso cívico con los principios de una sociedad democrática. Así, cuando se proclamó la Segunda República en 1931, asumió la defensa de este régimen desde su profunda convicción de que representaba el único escenario político que garantizaba el progreso y las libertades públicas -entre ellas, la libertad de prensa-, y con ello el beneficio general para todos los ciudadanos. Y defendió la República con los medios a su alcance, sin dudas ni titubeos, pero sin eludir tampoco las críticas a sus errores, ni renunciar a la denuncia de los peligros que sobre ella se cernían. Por eso, alertó contra las actuaciones que desangraban y debilitaban desde dentro ese mismo régimen; tal fue el caso de la crisis revolucionaria de 1934 en Asturias -asunto de uno de sus mejores reportajes como enviado especial-, que calificó sin ambages como “peligroso atentado contra la República”, pero tras cuyo desenlace también asumió la denuncia de la excesiva dureza de la represión posterior.
Defendió la República con los medios a su alcance, sin dudas ni titubeos, pero sin eludir tampoco las críticas a sus errores, ni renunciar a la denuncia de los peligros que sobre ella se cernían
Cuando en julio de 1936 tuvo lugar la sublevación militar que provocaría la consecuente Guerra Civil, no vaciló en posicionarse del lado de la legalidad vigente. Pero cuando el gobierno republicano abandona Madrid y se traslada a Valencia, horrorizado por los bombardeos del bando rebelde contra la población civil, pero también por la represión en la retaguardia y la incapacidad del ejecutivo republicano para neutralizar las milicias armadas, el entonces director de Ahora decide tomar el camino del exilio hacia París y desde allí escribe los estremecedores relatos sobre la guerra y la revolución que integran A sangre y fuego, expresión de su convencimiento de que “ya no quedaba nada que defender” y de su absoluto rechazo a toda forma de violencia política de cualquier credo o color.
En París desarrolla durante los tres años siguientes una intensa actividad periodística pero, sabiéndose objetivo de la condena no escrita que pesa sobre él desde la citada entrevista a Goebbels, deberá huir de la capital francesa rumbo a su segundo y definitivo exilio londinense cuando los nazis están a punto de llegar a la ciudad, y ya nunca volverá a ver a su familia.
En el Reino Unido, desde 1940 y hasta su muerte, mantendrá una frenética actividad informativa, en contacto con otros exiliados españoles y orientada, en gran medida, al ámbito hispanoamericano. En estos años escribe un asombroso libro, adelantado a su tiempo, ejemplo de clarividencia en su análisis y de perfección formal: La agonía de Francia.
Las décadas de silencio y ostracismo que pesaron sobre la vida y la obra de este insigne periodista, escritor y ensayista sevillano han sido superadas por la extraordinaria recepción editorial
Las décadas de silencio y ostracismo que pesaron sobre la vida y la obra de este insigne periodista, escritor y ensayista sevillano han sido gozosa y sorpresivamente superadas por la extraordinaria recepción editorial y por el interés también hacia su persona, que se mantienen sin decaer desde el año 1993. Un fenómeno que no se debe solamente a su excelente oficio ni a la innegable calidad de su escritura (con esa cumbre de la literatura biográfica española que es su Juan Belmonte, matador de toros), ni siquiera a la mayor o menor capacidad de acierto en sus previsiones. Se debe sobre todo al papel que su discurso y sus posicionamientos han ido adquiriendo como referente ético en un momento terrible de nuestra historia, que llega a trascender para proyectarse sobre el presente, confirmando la validez universal de su inquebrantable compromiso con la causa de la libertad.
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