Icónica Santalucía Sevilla Fest

Está muy bien eso del espíritu sureño

Kiko Veneno, con un emocionante repaso por los grandes himnos de su carrera, y Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, con un concierto muy centrado en su nuevo disco, protagonistas de una nueva jornada del Icónica Santa Lucía Sevilla Fest

Kiko Veneno con el vocalista de Derby Motoreta's Burrito Kachimba en el Icónica Fest

Kiko Veneno con el vocalista de Derby Motoreta's Burrito Kachimba en el Icónica Fest / Manu Suá

Ganas nos dan de afirmar que Kiko Veneno es lo más parecido que tenemos por aquí a Bob Dylan, aunque sería impreciso el paralelismo, toda vez que el genio de Duluth, además de no sobresalir por su pellizquito de estirpe flamenca y salero rumbero, tampoco le ha cantado nunca al viento de poniente, que dobla los juncos por la ribera, ni al vino de Chiclana o a los cartuchitos de las freidurías, ni a los Mercedes blancos o a los hombres-lobo de Pino Montano, tampoco a las madres abnegadas que nunca pierden la vez o a trágicos linces enamorados, ni a Joselito el Gallo o a los persons quebrados que vagan por el litoral gaditano, de bar en bar, con los ojos brillantitos.

Nadie como Kiko Veneno encarna en España más excelentemente el espíritu del gran músico popular, con esa voluntad de cantar verdades profundas, perlitas de sabiduría esencial con aires de refranero apócrifo contenidas en palabras sencillas, giros coloquiales, poesía sin artificio, salida de su corazón rebelde y honesto, y esa refrescante brisa de surrealismo cotidiano que brota en cualquiera de nuestras calles bañadas por la luz del mediodía. Y sin embargo siempre andamos un poco con la sensación de que su estatura artística no está reconocida en su justa magnitud. Tal vez porque lo tenemos demasiado cerquita, muy a mano, en Valencina, ya ves.

Pero bueno, ésta también puede ser solamente nuestra impresión, y al fin y al cabo ya aprendimos de él que es bonito saber que no hace falta tener razón (y que mala sangre tiene el que no le pide a la vida satisfacción, uoh-uoh-uoh-uoh). El caso es que el maestro compareció en el escenario del Icónica Santa Lucía Sevilla Fest de la Plaza de España e inició su actuación con una relectura entre el medio tiempo y un cuasi funk-de-tranqui de El lobo López, uno de sus temas emblemáticos, con la que demostró una de sus virtudes: la alergia al inmovilismo, la curiosidad siempre despierta, el alma joven, nunca miedo al cambio y el experimento, una querencia bien presente en sus dos últimos álbumes, Sombrero roto y Hambre. Aunque ese repertorio quedó relegado por sus clásicos, como ese Memphis Blues de sabroso hammond con el que don José María López Sanfeliu demostró un gran estado vocal a sus 72 años.

Con su rotundo y aguerrido paso y sus potentísimas atmósferas, Traspaso, de Punta Paloma, dedicada a los compañeros de cartel Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, le sirvió, por lo demás, para demostrar que de rock –y no sólo de ligereza– sabe también él un rato, hombre, vamos. ¿Queremos seguir con las canciones cosidas a conciencia en el imaginario colectivo-sentimental? Venga, que hay de sobra, ahí fue Superhéroes de barrio, su gran hit del 41015. Y acto seguido, puro monumento de la música popular española del siglo XX, Los delincuentes, aquella joya de Veneno, en versión para banda, violín bluegrass y matasuegras.

Kiko Veneno en el escenario de la Plaza de España

Kiko Veneno en el escenario de la Plaza de España / Manu Suá

“Tú me estás queriendo a mí un quince por cierto menos”, lamentó el hombre, lo que tocaba, en Veneno, tema en el que su banda (y de nuevo el hammond) brilló especialmente y que demostró las propiedades casi taumatúrgicas del jefe: cómo es posible tocar el corazón y explotar el poder de evocación de esa manera con tan sólo cantar “y en un cuartito los dos”. El toquecito electrónico y hasta bailable (en el sentido casi clubero) de su etapa más reciente llegó por fin con la preciosa Autorretrato. Ha reivindicado él a veces su condición de músico, no sólo de letrista, y hace bien, porque lo es de pleno, y grandísimo. Esto, a esas alturas del concierto, quedó bien claro para el que no lo supiera.

El inolvidable muro de metacrilato de Echo de menos, por su parte, se levantó y calentó de una vez por todas el ambiente, que hasta entonces parecía (incomprensiblemente para quien escribe) algo frío. Para el siguiente tema subió al escenario Dandy Piranha, el vocalista de los Derby Motoreta, que acompañó a Kiko en una sen-sa-cio-nal versión totalmente sui generis y de latido funk de la Riders on the storm de los Doors, y tan buena, tan buena fue, que la canción no sólo no pareció cansina y trillada hasta el bostezo, sino que floreció como algo realmente nuevo, vibrante. Qué enorme talento.

La fantástica reinterpretación de La leyenda del tiempo que Camarón elevó al Olimpo para siempre nos volvió a poner muy difícil la intención de ir ahorrando espacio para el siguiente concierto: cuánto sentimiento, y qué bonito, y qué radiante, en esos aires de himno comunal folk-rock. De nuevo volvieron las pantallitas iluminadas, ya saben, el nuevo medidor de popularidad, con Los tontos, su redondísima colaboración con C. Tangana. Y dónde, claro, dónde irse mejor que En un Mercedes blanco, con el pellizco de su intro de cante flamenco por derecho de Willy Leal, con los aires salseros de su desarrollo, con el éxtasis de los cachitos de hierro y cromo arrancados y estallando en el aire.

Kiko Veneno y su banda en el Icónica Fest

Kiko Veneno y su banda en el Icónica Fest / Manu Suá

Pero es que, además, cuando parecía insuperable el subidón y acabada la función, llegó Joselito, el de la voz de oro, y después un Volando voy para amar y celebrar la vida, a fondo, porque es hoy, y mañana es tarde, con el feliz resultado de destrozarnos definitivamente todo (inútil) conato de objetividad. Bendito sea Kiko Veneno, un tipo lúcido, patrimonio nuestro que anda, siente y canta, un artista que lleva tanto tiempo regalándonos belleza y alegría hasta al hablar de penas que a veces corremos el riesgo de darlo por sentado, y eso es algo que no hay que hacer nunca en la vida, con nada, donde nada es absolutamente nada. Eso lo sabe él, evidentemente.

En su turno, muy esperado, Derby Motoreta’s Burrito Kachimba, uno de las grandes sensaciones del rock nacional de los últimos años, explicaron por la vía de los hechos por qué han logrado la atención de las personas que aún están interesadas en el rock, muchas más de las que los departamentos de marketing de las multinacionales nos hacen creer. Su rock denso y corpulento, llamados por ellos kinkidelia, bebe a partes iguales del legado del rock andaluz (si bien a veces más Medina Azahara 2.0 que Triana) y de la nueva ola psicodélica internacional que han limpiado de prejuicios los sonidos contundentes (también el del heavy, tradicionalmente denostado por los paladares finos y hoy en día gozando en ciertos casos de pátina casi cool), esa en la que destacan nombres como King Gizzard & the Lizard Wizard o Ty Segall, pero justo es decir también que la banda sevillana ha logrado un sello propio y reconocible.

Fogueados a base de bien en numerosos grupos de la escena sevillana de los últimos años, los integrantes de DMBK encontraron por fin su camino en este proyecto con el que han moldeado un sonido que la expresión acomplejada calificaría como homologable en el mercado internacional. Comenzaron sin contemplaciones, con Seis pistones, de su nuevo disco, Bolsa amarilla y piedra potente, rock macizo al borde del metal y riffs descendientes de Black Sabbath, al igual que Porcelana Teeth, con su acento casi de liturgia pagana y la redoblada apuesta por el tono lisérgico de su nuevo trabajo, publicado este mismo año.

Derby Motoreta's Burrito Kachimba en el escenario de Icónica

Derby Motoreta's Burrito Kachimba en el escenario de Icónica / Manu Suá

La fuenteCaño cojoEl valle… Los temas se fueron sucediendo y técnicamente era imposible era complicado encontrar un pero (el sonido que levantan es una auténtica e impecable muralla)... Pero. Cierta sensación monocorde flotaba en el ambiente. Por eso los temas de formas más urgentes, por ejemplo El chinche, con mayor dinamismo y toques de blues endemoniao, o aquellos otros con mayor dinamismo y despliegue de matices instrumentales, caso de Ef Laló, sentaron francamente bien. En cierto sentido, resulta sorprendente (y saludable) que la banda haya conseguido llegar a tanta gente, y no lo decimos por considerar que no lo merezca su música, sino porque la suya es café para los muy cafeteros. Nosotros somos de tomarlo fuerte y solo, así que bienvenido sea el tueste DMBK. Más aún cuando conjugan el sonido pétreo con la generación de atmósferas y los aires entre intrigantes y espaciales de canciones como Manguara, o el planteamiento ritual, por momentos casi doom, de piezas como Gitana.

Lógicamente, el público entró más y mejor en los temas más nerviosos y entre comillas punkarras, o menos acorazados y con más aire si lo preferimos, caso de TierraTurbocamello, con su gamberrismo andalusí, o esa Gun-gun de sabrosos sintes. El “maestro alfarero”, como presentó Dandy Piranha a Kiko Veneno, regresó al escenario para acompañar a la banda en Alas del mar, uno de los momentos más emotivos de una noche en la que, con la excepción de temas como el estupendo Las leyes de la frontera, con ese soniquete de cinta de gasolinera y películas del Vaquilla, más accesible al fin y al cabo, DMBK demostró su osadía al redoblar su apuesta por encontrar su techo con personalidad y fe a raudales, sin concesiones ni atajos.