Icónica Santalucía Sevilla Fest
Ricky Martin en Sevilla: ‘vini, vidi, vici’
La estrella portorriqueña abre su gira española con un multitudinario concierto en la Plaza de España, dentro del festival Icónica Santa Lucía Sevilla Fest
Eran los años 90 y sencillamente resultaba imposible escapar de esa canción, ni dando un pasito p’alante, ni dando un pasito p’atrás. O sea que este señor andaba ya latineando imperial, wagneriamente por todo el mundo mucho mucho antes de que le reguetón se convirtiese en el nuevo estándar pop, mucho antes de que no hubiese revista de tendencias ni suplemento de prensa generalista que no cayese rendida ante la magnitud del fenómeno, el de la música en español a ritmo sincopado, que ha acabado derribando a patadas la puerta de mercados tan esquivos y en otras épocas impenetrables como el estadounidense.
Estrella desde siempre, desde los tiempos del grupo infantil Menudo y de su partipación como actor en populares telenovelas, y fantasía sexual andante desde hace 30 años, Ricky Martin ha dado inicio esta noche en Sevilla a su nueva gira española, Live 2024, y los galones del puertorriqueño eran bien visibles en los prolegómenos de su actuación dentro del Icónica Santa Lucía Sevilla Fest en la Plaza de España, donde de manera casi literal no cabía un alfiler. Faltaba una hora aún para el comienzo del espectáculo y la multitud se arremolinaba ya cerca del escenario, pasito a pasito, suave, suave-sito, en una noche de altas temperaturas, pero no tanto –nos atrevemos a decir– como las que despierta el actor y cantante con sus sabrosuras y contoneos.
Tras un vídeo de tono épico y tras la aparición del cuerpo de baile, la estrella desató la fiesta nada más aparecer cantando Pégate dentro de un traje anguloso XXXL que había recibido el visto bueno de David Bowie. María, coreada, incluso vociferada masivamente, apareció pronto, y el despliegue de energía era tal, como si la interpretación estuviera a 1.5 como las notas de voz del WhatsApp, que llegamos a temer por la necesidad de asistencia médida para los músicos. El inicial siguió a degüello, con una Adrelanina hiperrítmica, y la pausa o la cordura o lo que fuese aquello llegó por primera vez con Vuelve, en la que Ricky Martin, repentinan ataviado con una elegante gabardina, dedicó su primer speech con voz aterciopelada, como de mucha intimidad, al público de Sevilla, para a continuación interpretar dicha balada, con su preceptivo solo de guitarra filo-Scorpions, y poner tiernecita como la mantequilla caliente –o como la Nocilla, perdón– a su audiciencia. Que el tipo tiene carisma, más que el Diablo, es bastante evidente, en fin.
Shake, con su ritmo funk y en inglés, por si a alguien se le olvidaba que es un kaiser internacional, abrió otro pequeño bloque en el que Martin cantó Lola, La bomba y She bangs, en el que el concierto iba a todo trapo, le faltaba derrapar en las curvas. Diseñado en este sentido a la perfección, la pausa reflexiva, el descanso del guerrero nocturno, llegó con Asignatura pendiente, una de esas baladas adobadas con piano y redobles de batería del tipo “he llegado a casa del aeropuerto y me estoy dando cuenta de que la fama mundial y los viajes constantes por todo el mundo tiene sus desventajas”. Lógico, por tanto, que después cantase Disparo al corazón, ya saben, el amor que lo pone todo patas arriba, la catarsis que salva del vacío de hoteles, limusinas y resacas intercambiables sine die al “loco aventurero que se moría”.
Vino bien la tregua, insistimos, porque hasta entonces el ritmo que habían impuesto Ricky Martin y su banda era casi demencial, por lo vertiginoso. A medio vivir, con su saxo Kenny G, abrió a continuación un medley compuesto por Fuego de noche, nieve de día y Te extraño, seguida por el público con sentido oleaje de brazos meciéndose en el aire. En clave de medio tiempo introspectivo y “penita”, como apuntó una espectadora, continuó el concierto con Tal vez… “Es que son muchas historias”, apuntó, coqueto, Martin, antes de volver a dar vidilla al público con Tu recuerdo, también baladosa y tranqui, pero como más sabrosona, ¿no? La distrutó especialmente el respetable, y también nuestro hombre, que se gustó con unos bailecitos lentos y apretaos que coquetearon por momentos dramáticamente con el flamenco.
La apoteosis de tambores y ritmo endemoniado regresó con un breve interludio de música tradicional boricua y una nueva descarga de temas que pusieron a botar con ganas a la Plaza de España, primero con La mordidita, después con Por arriba, por abajo, una Venta pa’cá (sin Maluma, claro) muy celebrada y bailada que fue de las escasas incursiones en su repertorio más reciente. Cada vez con menos ropa cubriendo su cuerpo cuidado –que dirían en First Dates—, el cantante ofreció otro momento álgido con Livin’ la vida loca, uno de sus mayores hits.
Canción oficial del Mundial de fútbol de 1998, ya ha llovido, Cup of life –en si versión spanglish– fue la canción elegida para poner el broche final a una actuación que al público se le hizo corta y –a nosotros– tan pensada al milímetro, tan acelerada –que nunca fue sinómino de apasionada–, que nos dejó un regusto autómata. Impresión en absoluto compartida por la mayoría del público que abandonaba encantado el recinto, conste esto también.
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