Música

María José Llergo: embriagada de amor

La cantante cordobesa cautiva al público que acudió a la inauguración del Festival del Patio, organizado por la Diputación de Sevilla, en una noche de ‘sold out’ y celebración de la vida

María José Llergó durante el concierto.

María José Llergó durante el concierto. / Archivo fotográfico Festival del Patio Diputación de Sevilla / Lolo Vasco

Preferíamos la expresión original, tomada de la –pensamos– infravalorada comedia de Paul Thomas Anderson, Punch drunk love, cargada de matices distintos, pero los lectores de esta casa son principalmente hispanohablantes y nos hemos impuesto la pequeña concesión idiomática.

En tal estado, en cualquier caso, se nos presentó en el Patio de la Diputación de Sevilla la cordobesa María José Llergo, embriagada, casi colocada de amor, surfeando un tsunami de sentimiento, desbordada por su propia euforia sentimental, “os quiero mucho” mil veces, os quiero tanto, toda ella corazones dibujados con los dedos, los brazos, con el cuerpo entero. Un espectáculo no apto para paladares recios, la verdad. Un espectáculo, al cabo, arrebatador, contagioso en su hiperbólico apasionamiento, si bien pelín monótono en su tendencia a la épica emocional y mermado en matices respecto a sus trabajos registrados en estudio.

En Sanación, su tarjeta de presentación discográfica, latía de manera mucho más notoria el acervo flamenco y rural en el que Llergo, pese a que de todos modos en aquel trabajo de hace casi cinco años la cantante ya abordaba dicha educación sentimental muy lejos de sentirse atada a sus preceptos tradicionales. Publicado el año pasado, Ultrabelleza, el disco que presentaba anoche en Sevilla en la inauguración del Festival del Patio, supuso una paso aún más bastardo, un muy bonito surco más en la vieja y noble tradición dentro o, como en este caso, alrededor de lo jondo que procura hacer convivir el pálpito, la profundidad y la sensibilidad del imaginario flamenco con las circunstancias, la estética y las tensiones del mundo contemporáneo.

Hablamos, en definitiva, de pop en su sentido más amplio, que ningún fedatario de autenticidades y otros brazos incorruptos se palpe la ropa. Y la primera que lo sabe es la propia María José Llergo, faltaría más. Lo sabe también por descontado el público, ya más que habituado a esta clase de propuestas aperturistas, que en el caso de la artista cordobesa busca una suerte de pop global, homologable internacionalmente, a medio camino entre la pista de baile y el intimismo confesional, pero sin por ello verse obligada a obviar sus raíces, la cultura autóctona, determinados campos semánticos y resonancias tan familiares para cualquier persona criada en el sur de España, el pedacito de tierra a partir del cual ella comenzó su camino.

Y este camino no parece atender a más mandatos que el de la exploración autobiográfica. Ultrabelleza es, así, un documento que da fe del momento se diría pletórico que vive Llergo, una mujer enamorada, feliz, viviendo su sueño y cantando al mundo que se siente libre y convencida de sus elecciones. Todo esto se aprecia con particular elocuencia en su puesta en escena en directo, de tono más celebratorio y clubero que sus discos, en los que encontramos una mayor amplitud de registros.

Acompañada por una mínima banda (batería, teclados, sampler y controladores digitales), Llergo arrancó el concierto con Ultrabelleza, a la que siguió Superpoder, que partiendo de una electrónica mullida y atmosférica, de amplio espectro, permiten a la cantante lanzar su dulce grito de liberación (“esa niña está rota, siente demasiado / murmuran los vecinos por el vecindario / pasa la vida, pasan los años / ahora vuelo por el mundo, vivo en escenarios”).

Muy comunicativa en todo momento, con ese aire de candor que en ningún caso rebaja la firmeza de su discurso, Llergo apostó por el formato expansivo –formidable Me miras pero no me ves, con su ritmo tribal, profundo, al hueso– en detrimento de los momentos de recogimiento y austeridad sonora –apenas el hermoso comienzo de Visión y reflejo, antes de que rompieran el subwoofer y el charles cluberos–, y en temas como A través de ti volvió a poner de manifiesto que de lo que se trata aquí es de ampliar el sentido de lo que entendemos como “pop moderno” incorporando cierta poesía, ciertos dejes y ciertas cadencias vocales de la cultura flamenca.

“Me encantaría que pudierais bailar”, se quejó como sin hacerlo la artista, porque ciertamente, pese a que el público presenciaba el concierto sentado, todo en el concierto invitaba a plegar las sillas y lanzarse a danzar. Con ese afán insistieron tanto Malahe, con sus airecillos de hipervitaminado pop feérico a lo Florence + The Machine; La luz, su himno a la sororidad y a las mujeres de su familia; o ese banger que es Lucha, un tema que podría haber firmado la Mala Rodríguez de Malamarismo o Bruja.

Tras el supuesto final con Aprendiendo a volar que todo el mundo sabía que no era tal, como ella misma bromeó, Llergo terminó de cautivar a los espectadores con una demostración aplastante de naturalidad y espontaneidad, esos dones que se tienen o no se tienen y no hay más que hablar, con una preciosa versión desnuda, sólo voz y teclado, de la copla Pena, penita, pena, que la artista interpretó entre los espectadores, buscando esa comunión tan hedonista como profunda a la que está orientado todo su último álbum. Rueda, rueda, de regreso a su pulsión de baile y gozo, despidió la noche con el público definitivamente rendido a una joven de gran talento, cuya ternura militante apenas disimula, ni falta que hace, la osadía de su viaje artístico y personal.