30 años sin Roald Dahl, el escritor que convirtió su desgracia vital en fantasía

El autor de ‘Charlie y la fábrica de chocolate’, ‘Matilda’, o ‘Las Brujas’, otra vez en la gran pantalla, quedará para la Historia no solo por vender más de 200 millones de ejemplares, sino por ser un autor de literatura infantil que jamás subestimó a los niños

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
25 nov 2020 / 17:54 h - Actualizado: 25 nov 2020 / 07:51 h.
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Este lunes se han cumplido 30 años de la muerte de uno de los autores de literatura infantil más célebres de todos los tiempos: el galés Roald Dahl, que no solo ha destacado por no dedicarse solo a los niños, pues igualmente escribió muchísimo para los adultos, sino por no subestimar jamás a los pequeños. Sus historias infantiles derrochan fantasía, pero no cursilería, tal vez porque todas ellas, a pesar de un derroche imaginativo que las catapultó inmediatamente al cine, hunden sus raíces en la realidad más dura y doméstica que precisamente le tocó vivir a un niño que, con solo tres años, asistió a la muerte de su hermana (de una apendicitis) y su padre (de neumonía); con ocho, fue azotado por el director de su colegio hasta el punto de que su madre lo sacó de allí; y, siendo apenas un veinteañero, se estrelló con un avión de la Royal Air Force con el que había recorrido media África contra los nazis y no se quedó ciego de milagro.

Dahl había nacido en Cardiff (Gales) el mismo año que nuestros escritores Blas de Otero o Camilo José Cela, por ejemplo: 1916, pero siempre mantuvo una relación de nostalgia prestada con Noruega, la patria de su madre, que no regresó jamás por cumplir con el deseo de su marido de que los niños fueran educados en colegios británicos. En verano, en todo caso, sí pasaba las vacaciones allí, y fueron tantas las aventuras vividas y las anécdotas que sus propios familiares debieron de contarle, que de allí sacó uno de sus libros autobiográficos más deliciosos, Boy (relatos de infancia). No obstante, le aportó mucha más fama como escritor para niños Charlie y la fábrica de chocolate, cuya trama se la había inspirado la fábrica real que enviaba productos a su escuela de Repton para que los chiquillos los probaran en primicia. El pequeño Roald soñó muchas veces con inventar una barra de chocolate que asombrara al mismísimo señor Cadbury, el dueño de la fábrica, a quien en la ficción bautizó él como Señor Wonka muchos años después, cuando se dedicaba a dormir a sus propios hijos con cuentos que sacaba no tanto de la imaginación como del recuerdo.

Para entonces, su propia realidad había superado ya muchas veces a la ficción que él podía crear porque sus años en Tanzania trabajando para la petrolífera Shell y en Kenia o Egipto como piloto le habían suministrado sobrados argumentos como para estar a punto de morir y enamorarse de una enfermera en Alejandría, que fue a la primera persona que vio después de dos meses en la más absoluta ceguera y que se le hicieron más largos que la propia II Guerra Mundial en la que participó desde Grecia. Todo aquel sufrimiento lo convirtió en aventura en su segundo libro autobiográfico: Volando solo, otra delicia absolutamente recomendable, que no ha alcanzado la celebridad de muchos de sus otros libros, incluidos los de adultos, una serie de inteligentísimos relatos que publicaba en la prensa antes de que aparecieran en libro (Historias extraordinarias o Relatos de lo inesperado), antes de casarse con la actriz estadounidense Patricia Neal y antes de que el mismísimo Alfred Hichcock, Quentin Tarantino o la televisión de los 60 se interesaran por sus historias. Precisamente en aquella época, escribió muchos guiones cinematográficos porque aún no había vendido los 200 millones de ejemplares de los que las ediciones de sus libros presumen hoy en día.

Cuando murió de leucemia un 23 de noviembre de 1990, no todo el mundo sabía que su primer libro para niños, de 1943, había sido Los gremlins, unas malvadas criaturitas que asustarían a los espectadores del cine muchas décadas después, ni que, al margen de inteligentes cuentos para niños como James y el melocotón gigante o El Superzorro, Dahl había publicado incluso libros poéticos, como el atrevido y tan adelantado Cuentos en verso para niños perversos o ¡Qué asco de bichos!, nueve historias de animales más inteligentes que los humanos.

Hace solo un mes, el director estadounidense Robert Zemeckis, con un guion aderezado por Guillermo del Toro, ha vuelto a apostar por un éxito asegurado y surgido de la mente de Roald Dahl: Las Brujas, una historia de 1983 que al propio autor le produjo bastante dolor de cabeza porque el director de cine que la adaptó en 1990, Nicolas Roeg, cambió el final suavizando muchas escenas solo porque a su propio hijo no le agradaba. Dahl, enfurecido, prohibió que sus obras fueran llevadas al cine durante el resto de su vida. Lo que no sabía es que el resto de su vida iba a ser solo unos meses, ni que la vida de un escritor comienza principalmente cuando muere. No en vano, esta nueva versión de Las Brujas ha recaudado 10 millones de dólares en menos de tres semanas. Y a Dahl no le ha hecho falta ni levantar la cabeza.