Más de dos décadas antes de que estallara la guerra civil, Antonio Machado había firmado aquellos versos tan manoseados y seguramente tan incomprendidos: “Españolito que vienes / al mundo, te guarde Dios / una de las dos Españas / ha de helarte el corazón”. Aquellos versos formaban parte de los “Proverbios y cantares” de su definitivo Campos de Castilla, el libro que el poeta sevillano publicó el mismo año en que enviudó de su jovencísima Leonor Izquierdo, 1912, y que completó con lo más granado de su condición de filósofo del 98 y toda la melancolía de que era capaz un viudo exiliado por sí mismo desde Soria hasta Baeza... Lo que pocas veces se ha dicho es que a él mismo, venido al mundo en “un patio donde madura el limonero”, en el corazón de la Sevilla de 1875, no le iba a helar el corazón –tan lejos, en el Colliure francés de su último exilio forzado, en febrero de 1939- una de las dos Españas, sino las dos, que es la tesis implícita del último libro del profesor jubilado de la Universidad de Sevilla Enrique Baltanás, que hace décadas viene manteniendo que los hermanos Machado, tanto Antonio como Manuel, formaban parte de la tercera España aunque no tuvieran la posibilidad del exilio provechoso que tuvo, por ejemplo, Juan Ramón Jiménez.
Baltanás titula su último ensayo, publicado por la editorial Rialp, de un modo más positivo: Antonio Machado. Poeta de todas las Españas, lo cual contiene la única certeza de un personaje tan traído y llevado en los últimos ochenta años aunque sus restos, junto con los de su madre, Ana Ruiz, sigan descansando en aquel cementerio francés adonde habían de acudir los jóvenes poetas de la posguerra en 1959 aunque el homenaje no tuviera eco en ningún periódico de aquí... Esa única certeza es que Antonio Machado fue solo un poeta, sin más, y desde luego sin afiliaciones políticas, aunque en 1937 se afiliara al partido presidencialista de Izquierda Republicana –el partido de Azaña- por el mismo afán de superviviente en el lado que le sorprendió la guerra (Madrid) que el que sintió su hermano Manuel en el otro lado, Burgos... En cualquier caso, lo que incomoda a Baltanás -que ya publicó en la Fundación Lara hace casi veinte años Los Machado: una familia, dos siglos de Cultura en España, y en Renacimiento La obra común de los Hermanos Machado- es que cierta izquierda –o toda- se haya apoderado de Antonio Machado como de “un santo laico” cuando la realidad de los hechos encierra tantos tristes matices en aquellos últimos años de la vida del poeta (los de la guerra civil española) como para que nadie –ni la derecha ni la izquierda de después- tuviera que sacar pecho.

Baltanás abunda en la tesis de otro escritor sevillano, José Luis Rodríguez Ojeda, cuando escribía en su poemario de 2019 No se engañe nadie aquello de “Cuánto Manuel en Antonio / y cuánto Antonio en Manuel. / Dos almas muy parecidas, por idéntica niñez. / Lo demás son circunstancias, / lo que cualquier vida es; / pero lo que sueña el niño / sigue en el hombre después. / Si releemos sus versos / los de los dos a la vez, / se ve la misma raíz / en el fondo (hasta se ve / en el tono y en la forma, / algunas veces también) / La misma luz buscan ambos / que daba en el patio aquel / Dejemos la cantinela / de la buena o mala fe...”. Del mismo modo que Manuel, llegados los días señalaítos de aquella guerra incivil, sobrevivió plegándose al latido de Burgos –en manos de los franquistas-, Antonio tuvo que plegarse a los dictámenes del Madrid en manos del gobierno legítimo aunque no estuviera de acuerdo con todo lo que la izquierda había dicho y hecho desde que se instaurara la II República en la primavera de 1931...
El republicanismo de Antonio y de Manuel manaba de un manantial más sereno, que venía de su padre, Demófilo, y sobre todo de su abuelo, Antonio Machado Núñez, nacido precisamente el mismo año y en la misma ciudad que La Pepa, la primera de nuestras constituciones, es decir, en la Cádiz liberal desde la que recorrería luego toda España como eminente naturalista y profesor universitario y bajo cuyas alas protectoras se refugiaría toda la familia... Por eso nacieron los Machado en Sevilla, porque aquí estuvo el abuelo de profesor y hasta de alcalde; y por eso se fueron los Machado a Madrid, al conseguir el abuelo plaza en la Universidad Central... Baltanás rescata cartas de Machado a su último amor, Pilar de Valderrama, la Guiomar de su última etapa a partir de su larga estancia en Segovia, en las que le confiesa la decepción que le ha supuesto la República, y un discurso previo, de febrero de 1931, cuando don Antonio presenta en Segovia a José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala como fundadores de la Agrupación al Servicio de la República. El texto no tiene desperdicio: “La revolución no es volverse loco y levantar barricadas; es algo menos violento pero más grave. Rota la continuidad evolutiva de nuestra historia, solo cabe saltar hacia el mañana. Para ello se requiere el concurso de mentalidades creadoras, porque, si no, la revolución es una catástrofe. Saludo a estos tres hombres como verdaderos revolucionarios, como los hombres del orden, del orden nuevo”.
El viejo de Rocafort
Entre los testimonios rescatados por Baltanás para demostrar que Machado era un poeta que jamás se había relacionado con la política y que si lo estuvo durante los años de la guerra civil fue mucho más por el interés de los republicanos en él que a la inversa, destaca el de la esposa del premio Nobel mexicano Octavio Paz, Elena Garro, que recuerda en Memorias por España aquella visita con Arturo Serano Plaja al pueblo valenciano en el que la República había conseguido aislar al poeta junto con su familia, es decir, su anciana madre y sus hermanos José y Joaquín con sus respectivas esposas... El relato de Elena Garro es desconsolador por la tristeza que desprendía en aquellos días de 1938 aquel hogar silencioso en que Machado se movía lento y enfermizo y sonreía solo por cumplir, como un gesto educado de la cara, mientras seguía cayéndosele sobre la chaqueta la ceniza de sus abandonados y compulsivos cigarrillos... Octavio Paz y Arturo Serrano le hablaron de México y España y Machado intuyó enseguida que venían a pedirle una firma de apoyo. “Sí, ya veo, se trata de alguna firma, siempre venís a los mismo...”, cuenta Garro que dijo el poeta con voz de reproche. Al retratar a la madre del poeta, escribe la esposa de Paz: “Era una pequeña figura goyesca, con su falda negra acampanada hasta los tobillos, su blusa negra de manga larga y su pañoleta bien colocada sobre la cabeza y, para mí, la madre de los Machado quedó como la imagen de España, a la que todos iban a fisgar, a comentar, para luego decir: ‘Yo la he visto...’ y después ¡nada! Me disgustó tomar parte en la fila de fisgones y lamenté haber entrado en aquella casa de jardín deshojado y tan callada, tan callada que volví a Valencia sin palabras...”. Elena Garro había intuido rápidamente una realidad a la que se agarra Baltanás para sostener la tesis de su libro: que Machado se había convertido en aquellos años en una figura emblemática a la que los republicanos habían decidido agarrarse porque todas las demás figuras se habían marchado al exilio ya o estaban a punto de hacerlo.
Machado, que había conseguido su traslado a la Universidad Popular de Madrid con el nacimiento de la II República, abandonando así su década larga de profesor en Segovia, le estaba especialmente agradecido al nuevo régimen aunque no comulgara exactamente con todos sus postulados, y desde luego ni con los del nazismo que estaba por hervir en la vieja Europa ni con los del comunismo que ya hervían en la Rusia roja. Si se comparan los discursos de Antonio y de Manuel –tan colaboradores en aquellos años en sus obras teatrales escritas al alimón- allá donde tuvieron la oportunidad de expresarse a este respecto ideológico, las coincidencias saltan clarísimas. Manuel podía hacerlo en los periódicos: “El mundo se debate hoy –lejos de toda libertad- entre dos dictaduras: la capitalista y la colectivista, la burguesa y la proletaria, entre el fascismo y el comunismo. Ambas son igualmente enemigas de la individualidad. Les interesa, sobre todo, el hombre, no la persona. La cantidad siempre, más que la calidad. Ambas son para mí igualmente detestables”. Antonio, por su parte, eligió parapetarse tras su Juan de Mirena para decir: “Nosotros no pretenderíamos nunca educar a las masas. A las masas que les parta un rayo. Nos dirigimos al hombre, que es lo único que nos interesa; al hombre en todos los sentidos de la palabra: al hombre in genere y al hombre individual, al hombre esencial y al hombre empíricamente dado en circunstancias (...). Pero el hombre masa no existe para nosotros. (...) Porque aquellos mismos que defienden a las aglomeraciones humanas frente a sus más abominables explotadores, han recogido el concepto de masa para convertirlo en categoría social, ética, y aún estética. Y esto es francamente absurdo. Imaginad lo que podría ser una pedagogía para las masas. ¡La educación del niño-masa! Ello sería, en verdad, la pedagogía del mismo Herodes, algo monstruoso”.
La decepción de Machado con la República tenía la misma raíz que la de Miguel de Unamuno, por ejemplo, aunque su resignación un tanto más silenciosa no se pareciera a la actitud más beligerante del escritor vasco. Baltanás rescata en su último libro las consideraciones de un fascista arrepentido como Dionisio Ridruejo, que escribe un prólogo a las Poesías completas de Antonio Machado en una fecha tan temprana como 1940... Ridruejo había sido alumno de Machado en el instituto de Segovia, y cuenta de él que le influyó desde el principio tras encontrar en sus versos a Soria, su tierra de origen. Es Ridruejo, que considera a Machado “el poeta más grande de España desde el vencimiento del siglo XVII hasta la fecha” el primero que considera la tesis del “azar geográfico” para explicarse las aparentes diferencias de postura entre los dos hermanos Machado. Por otro lado, Baltanás también rescata el último rescate, a su vez, de la obra teatral última e inédita de los dos hermanos Machado por parte de Rafael Alarcón Sierra y Antonio Rodríguez Almodóvar, La Diosa Razón, escrita por ambos entre 1934 y 1935 y que no pudieron publicar ni estrenar por la separación de ambos a partir de 1936. Se trata de la obra más política de los dos hermanos y aunque la trama es la Revolución Francesa, el Terror y la época de Thermidor como telón de fondo de la protagonista femenina, Susana Montalbán, que va cambiando de maridos o de amantes, en realidad lo que hay es un paralelismo entre aquella revolución del país vecino y la España en la que se vivía “una situación prerevolucionaria e incluso francamente revolucionaria, con la espoleta de los acontecimientos de Asturias de 1934”.

Su torpe aliño indumentario
Por culpa de la guerra, Antonio no volverá a ver más ni a su hermano Manuel –el único con el que tenía verdadera confianza- ni a su amada Pilar de Valderrama, católica de ideología bastante conservadora que no termina con su marido para irse con Antonio por esto mismo y por la presión de ser una señora con tres hijos... “Pilar de Valderrama no era María Teresa León”, dice con afán comparador Baltanás, que dedica un amplio capítulo en el libro a la difícil relación de esta señora infeliz en su matrimonio con el viudo Machado en la provinciana Segovia de 1928, después de que el poeta hubiera sido propuesto como miembro de la RAE y fuera ya un personaje consolidado de la cultura española... Por otro lado, el libro de Baltanás también revela capítulos poco conocidos de Machado como sus dificultades para conseguir el bachillerato, ya con 25 años cumplidos, o para hacerse con la licenciatura de Filosofía y Letras con 43... Su “torpe aliño indumentario” recorre todo el libro de Baltanás, claro, al recordarlo en el París de principios de siglo adonde acude a la llamada de su hermano y donde, una década después, se ve obligado a pedirle dinero prestado a Rubén Darío -quien le había dado el definitivo impulso para publicar Soledades allá por 1903- para regresar a España con su mujer enferma después de unos meses allí para ampliar su conocimiento del francés gracias a una beca...
El torpe aliño indumentario de Machado lo va a perseguir toda su vida, también en Baeza al regresar viudo desde Soria, y en Segovia luego en aquellos años 20 tan solitarios, y en Madrid, y en Rocafort, por supuesto, y en Barcelona, y desde luego en el pueblecito francés al que el Gobierno republicano lo tuvo que empujar a falta de otra alternativa para que se alojara en el hotel Bougnol Quintana, aunque aquella estancia solo durara unas semanas porque Machado y su familia salieron de Barcelona el 22 de enero de 1939 y el poeta terminaría muriendo el 22 de febrero... aquel día en que le encontraron en su bolsillo su último verso... “Estos días azules y este sol de la infancia”. Hacía muchísimo más que el poeta de Sevilla había dejado escrito su testamento libertario: “Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”. Allá sigue, tan ligero de equipaje y tan lejos de todas las Españas, aunque todas sigan teniendo la tentación de acapararlo a su manera.