Beethoven ante el espejo cinematográfico

Como muchos otros grandes nombres de la Música, Beethoven no podía ser menos y también tuvo una nutrida representación en la ficción cinematográfica

20 abr 2020 / 13:20 h - Actualizado: 20 abr 2020 / 13:24 h.
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  • Gary Oldman
    Gary Oldman
  • Ed Harris
    Ed Harris

Éste se prometía un año de grandes fastos, ciclos e integrales de la obra musical más espléndida jamás imaginada, el legado que dejó Ludwig van Beethoven en sinfonías, música de cámara, conciertos, música coral, lieder y ópera para celebrar el doscientos cincuenta aniversario de su nacimiento en diciembre de 1770. Celebraciones que debían extenderse a lo largo y ancho del Mundo y que ahora han quedado tan en el aire como el resto de espectáculos, eventos y rutina que conforman nuestro quehacer cotidiano, y para los que ahora apenas contamos con medio año en el mejor de los casos y según vaya evolucionando esta pandemia que todo lo ha trastocado. Afortunadamente cada persona podemos organizar nuestro propio homenaje desde casa, programando ciclos de su música, desde la más accesible integral sinfónica hasta ciclos completos de su espléndida música de cámara en todas sus vertientes, o incluso permitirnos ver distintas versiones de su única ópera, Fidelio, o asomarnos a su genio y su música a través de las numerosas ocasiones en las que el cine se ha ocupado de ello, y para eso nos permitimos ahora hacer una breve guía, destacando los títulos que están más a nuestro alcance y que conforman a nuestro juicio la forma más amable de acercarnos al maestro.

Banda sonora de Ludwig van Beethoven

Evidentemente su música ha servido en incontables ocasiones para ilustrar películas. En el acervo popular es fácil recordar la importancia de su Sinfonía nº 9 en cintas como Jungla de cristal, donde Michael Kamen retrataba a los terroristas a los que se enfrentaba Bruce Willis con una versión algo más turbia y desafiante del coral final, o La naranja mecánica, donde el entonces Walter Carlos se afanaba en distorsionar la célebre partitura haciéndola más grotesca mediante su adaptación a la electrónica y adecuándola más así a las vandálicas correrías de Malcolm McDowell y sus secuaces. No olvidemos tampoco su uso en El club de los poetas muertos o en Help! con los propios Beatles atreviéndose a tararearla. Muy prolífico ha sido también el uso de la Sinfonía nº 7 en el cine, concretamente su Allegretto, desde El discurso del rey a Profesor Holland pasando por Viaje a Darjeeling y la extravagancia futurista que John Boorman dirigió en 1974 con el título de Zardoz. Quizás el recuerdo de la Sinfonía nº 6 “Pastoral” nos derive inevitablemente a Disney y su Fantasía de 1940, donde faunos, pegasos o minotauros danzaban al ritmo de su primer movimiento y la tierra se enfurecía al de la tormenta evocada en el penúltimo. La bagatela Para Elisa o el adagio sostenuto con el que arranca la Sonata conocida como Claro de luna han sido otras de las piezas más recurrentes en la gran pantalla a la hora de ilustrar acciones y emociones.

El personaje y su obra

Pero lo que aquí nos interesa es cómo el cine se ha ocupado y ha tratado a Ludwig van Beethoven, el hombre y el artista. Ya en los albores del cinematógrafo su figura suscitó un gran interés, con un cortometraje de Victorin-Hyppolyte Jasse de 1909 como primera película documentada sobre la materia, a la que siguió La gloria y el dolor de Ludwig van Beethoven, dirigida por Georges-André Lacroix en 1912, y Das Leben des Beethoven (La vida de Beethoven), de Hans Otto, en 1927. En todos los casos se trataba de films que combinaban la fuerza creativa del compositor son su carácter generalmente hierático y atormentado. Aunque Schubert era lógicamente el protagonista de El último amor de Franz Schubert (1926) del realizador de curioso apellido Alfred Deutsch-German, y de Amor inmortal (Serenade, 1940) de Jean Boyer, en ambas Beethoven tenía una aparición breve pero significativa. En 1936 el cine empezó a interesarse por un tema muy recurrente en su filmografía, la existencia de un amor misterioso e imposible según consta en la célebre carta del músico con destinataria desconocida que empezaba Mi ángel, mi todo, mi yo mismo. Abel Gance, autor de uno de los más completos y contundentes retratos de Napoleón en el cine, fue el encargado de plasmar esta intriga amorosa en la que se barajó la posibilidad de que la intrigante destinataria fuese la aristócrata Giulietta Guicciardi. Walter Kolm-Veltée recreó en Heroica de 1949 el proceso de gestación de la Sinfonía nº 3, algo que repetiría Simon Cellan-Jones en el telefilm de la BBC de 2003 de igual título, con Ian Hart como protagonista. Otro de los episodios más frecuentados es el interés de Beethoven por la tutela de su sobrino Karl, objeto del argumento de Beethoven: Tage aus einem Leben (Beethoven: Días de su vida), dirigida por Horst Seeman en 1976, y de la excéntrica El sobrino de Beethoven, que dirigió el famoso colaborador de Warhol y así mismo artista underground de los setenta Paul Morrissey, según fuentes literarias de dudoso rigor documental, como son las supuestas Memorias de Karl de Jacques Brenner, publicadas en 1967, e Il nipote di Beethoven (El sobrino de Beethoven) de Luigi Magnani del año 1972.

Dejando aparte los innumerables casos en que el músico ha sido objeto de un trabajo documental, destacando una miniserie dramatizada de 2005, su figura ha aparecido también de forma fugaz en producciones como Rossini (1942) de Mario Bonnard o Napoleón (1955) de Sacha Guitry, y de manera extravagante en títulos como Las alucinantes aventuras de Bill y Ted, dirigida por Stephen Herek en 1989, donde dos jóvenes construyen una máquina del tiempo y visitan a grandes figuras de la Historia, o en Beethoven Lives Upstairs (1992) de David Devine, donde un joven entabla amistad con su vecino de arriba, que resulta ser nuestro homenajeado, y que se convirtió en un trabajo de alto valor educativo muy utilizado en aulas de Canadá y Estados Unidos. Pero tratándose en todos estos casos de trabajos de difícil adquisición, centramos nuestras sugerencias en tres películas muy accesibles y populares.

Tres títulos significativos

Destacamos en primer lugar la cinta que al hilo de la intriga amorosa apuntada antes realizó el director británico Bernard Rose en 1994. Amor inmortal (Inmortal Beloved en su título original) partía más que de las cartas de amor de un supuesto testamento autógrafo del compositor, interpretado por el camaleónico Gary Oldman, que da pie al músico, biógrafo y amigo personal de Beethoven, Anton Schindler, a emprender una investigación para descubrir a la destinataria entre tres posibles candidatas, una la ya aludida Giulietta Guicciardi, a quien da vida Valeria Golino, otra la noble húngara Anne Maria Erdödy, interpretada por Isabella Rossellini. Aunque la elegida finalmente resulta ser históricamente muy improbable, la intriga sirve de pretexto para poner de relieve el carácter irascible y difícil del compositor, su tormentosa relación con su desgraciado sobrino, otro tema recurrente como se puede apreciar, y su inspiración musical, fuertemente influida por circunstancias tanto personales como estrictamente coyunturales. Cuidada al detalle en la ambientación, sucumbe a la tentación de recurrir en lo musical a interpretaciones históricamente no documentadas, confiando este particular al entonces especialista Sir Georg Solti, apenas tres años antes de fallecer, de forma que mientras vemos a Beethoven interpretar Para Elisa en un fortepiano, oímos a Murray Perahia en un piano moderno, y mientras ante nuestros ojos desfila una reducida orquesta de instrumentos históricos, a nuestros oídos llega la Sinfónica de Londres. Resulta sin embargo gratificante el uso que Rose y Solti hacen de la música de Beethoven, unas veces con intenciones diegéticas, para ilustrar interpretaciones del Claro de luna o de la Sonata Kreutzer, otras como banda sonora convencional, acompañando el espíritu jovial y esperanzado de un joven Beethoven al ritmo de la Heroica, o su entierro bajo la Misa Solemnis, o la virulencia del ejército napoleónico en Viena al son de la tormenta de la Pastoral, siempre de forma adecuada y elocuente. Pero especialmente sobrecogedora es la secuencia en la que totalmente sordo sube figuradamente al estrado donde se está interpretando su Sinfonía Coral e imagina su desgraciada niñez cuando era vejado por su ebrio padre y en su huida acaba bañado en un lago en el que se refleja un cielo estrellado que representa ese universo inabarcable e infinito, metáfora de la grandeza que había de informar su música, que alcanza su máxima expresión cuando todo el coro acompaña tan significativa escena.

En Copying Beethoven la directora polaca Agniezska Holland se decanta por otra de las vertientes que han informado las películas que se han hecho sobre el músico, la de recrear el proceso de gestación de una de sus obras cumbre, en este caso seguimos refiriéndonos a la Novena. Dirigida en 2003 y protagonizada por el siempre efectivo Ed Harris, la cinta elucubra sobre la posibilidad de que una joven estudiante, Anne Holtz interpretada por Diane Kruger, fuera contratada para copiar la obra en el pentagrama y ayudar al autor a dirigirla en su estreno. En realidad fue copiada por dos hombres y ni él la dirigió ni por lo tanto nadie le ayudó a hacerlo, pero la ficción sirvió para poner de relieve el ambiente caótico en el que vivía el genio, su carácter excéntrico y el anhelo de afecto que experimentó en los últimos años de su vida. Pero si hay una película que celebra el genio compositivo de Beethoven y saca a relucir toda la fascinación y el poder de seducción que sigue provocando su obra, es A Late Quartet, traducida aquí como El último concierto. El poco prolífico director israelí Yaron Zilberman dirigió esta pieza de cámara en 2012. En ella un prestigioso cuarteto de cuerda norteamericano, al que dan vida el desaparecido Philip Seymour Hoffman, el veterano Christopher Walken, la musa indie Catherine Keener y el actor ucraniano también de origen israelí Mark Ivanir, al que hemos visto recientemente en El nuevo papa de Sorrentino, se enfrenta a su último concierto antes de separarse, afrontando uno de los llamados últimos cuartetos de Beethoven, el nº 14 op. 131, uno de los más complejos y comprometedores, que sirve para ilustrar tanto sus anécdotas personales y familiares como la responsabilidad del intérprete como médium de obras tan trascendentales para el desarrollo del arte y de la vida en general como lo es todo el catálogo de este irrepetible genio.