Benito Pérez Galdós: un escritor imprescindible un siglo después

En 2020 se conmemora el primer centenario de la muerte del escritor español moderno que mejor nos comprendió individual y colectivamente

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
24 dic 2019 / 08:20 h - Actualizado: 24 dic 2019 / 08:24 h.
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Al margen de algunos gigantes de la Literatura española como Cervantes o Lope de Vega, que ya alcanzaron su gloria, en vida o después de ella, probablemente ningún escritor español contemporáneo hubiera merecido tanto el Nobel como un novelista nacido en Las Palmas de Gran Canaria en 1843 y muerto en Madrid 76 años después, el 4 de enero de 1920, y a quien le dio tiempo no solo de escribir cien novelas a lo largo de su vida, sino también un buen puñado de cuentos, cuadernos de viaje y hasta obras de teatro, y, sobre todo, de conocer el carácter del españolito medio que intuyó Machado y que él, también audaz periodista, retrató de mil formas posibles después de dedicar las tardes a pasear por Madrid con el oído siempre predispuesto a escuchar el rumor de la calle.

Sin embargo, Benito Pérez Galdós se murió sin el Premio Nobel que mucho antes le habían dado al olvidado Echegaray y que solo dos años después le darían a Jacinto Benavente. Y todo, por ese cáncer cainita de la sociedad española que él tan bien conocía y que vulgarmente llamamos envidia. A su entierro asistieron como 30.000 madrileños en uno de los funerales más multitudinarios que iban a ver sus propios contemporáneos, pero sobre su cadáver aún caliente, otro grande de las Letras españolas, Valle Inclán, lo retrató en Luces de Bohemia como Don Benito el Garbancero. Para entonces, las fuerzas conservadoras de la política de aquellos años, con el respaldo de la Iglesia e incluso de la propia RAE, donde Galdós había ingresado en 1897, llevaban una década haciéndole una campaña feroz que le impidiera la concesión del más alto reconocimiento internacional, a pesar de la insistencia de la Academia sueca en 1912 y en 1913.

Al día siguiente de su entierro, Ortega y Gasset escribía lo siguiente en el diario El Sol: “La España oficial, fría, seca y protocolaria, ha estado ausente en la unánime demostración de pena provocada por la muerte de Galdós”, y añadía: “La visita del ministro de Instrucción Pública no basta... Son otros los que han faltado... El pueblo, con su fina y certera perspicacia, ha advertido esa ausencia... Sabe que se le ha muerto el más alto y peregrino de sus príncipes».

En efecto, el gran filósofo español sabía de lo que hablaba: intuía en Galdós esa figura adelantada a su tiempo, surgida del pueblo y que solo el pueblo, que no tiene prisa, iba a seguir valorando por los siglos de los siglos. Ahora, un siglo después de su muerte, pueden entenderse sus palabras, siempre tan dolorosamente actuales: “Los dos partidos que se han concordado para turnar pacíficamente en el poder son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado les mueve, no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza pobrísima y analfabeta. Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que de fijo ha de acabar en muerte. No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos...”. Eso lo escribió en Cánovas, el último de sus Episodios Nacionales, en 1912...

Los Episodios Nacionales, 46 en total, son una serie de novelas que él empezó a publicar en 1873 y que, con interrupciones, terminó cuarenta años después, y con las que interpreta el siglo XIX español mejor de lo que han podido hacerlo todos los libros de Historia de este país y del extranjero. Fue su padre, que había vivido en carne propia la Guerra de la Independencia, quien quizás le alumbró la intención de contar, desde la perspectiva de personajes psicológicamente muy pegados a la realidad, los grandes acontecimientos por los que había de pasar nuestro país en ese siglo en el que íbamos a dejar de ser un imperio, desde la propia guerra contra Napoleón hasta restauración monárquica con Alfonso XII, pasando por la muerte de Fernando VII, las guerras carlistas, la Revolución de 1848 o la caída de Isabel II veinte años después...

Benito Pérez Galdós: un escritor imprescindible un siglo después

Un adelantado

Sí, puede que parezca que la novela histórica es un género recién descubierto por determinados autores de hoy, pero nadie hizo tanta novela histórica como Galdós, un auténtico adelantado a su época por muchas razones. Una de ellas puede ser la de haber encarnado esa figura multidisciplinar del cronista que hace, simultáneamente, historia del presente en el periódico y del pasado en sus novelas, pero que al mismo tiempo nunca renunció al teatro, y ni siquiera al ensayo o al estudio monográfico. En 1873, el mismo año en que comenzó con sus Episodios Nacionales, comienza una serie de “Biografías de damas célebres españolas”, es decir, una focalización de mujeres célebres o un guiño al feminismo que entonces ni se consideraba... Galdós se había especializado desde muy pronto en la construcción profunda de personajes femeninos a través de mujeres protagonistas en muchas de sus grandes novelas: Gloria Lantigua en Gloria, Amparo en Tormento, María Egipcíaca en La familia de León Roch, Benina en Misericordia, o Isidora Rufete en La desheredada... Esta última, publicada en 1881, supuso un giro en su novelística que apreció su amigo Leopoldo Alas, Clarín, el autor de La Regenta: “Galdós ha publicado un programa de literatura incendiaria, su programa de naturalista: ha escrito en 507 páginas la historia de una prostituta”.

Muy amigo de grandes personajes de la época como Marcelino Menéndez Pelayo o el mismísimo Antonio Cánovas del Castillo, Galdós se había convertido en la última década del siglo XIX en un autor naturalista experto en retratar la debilidad sentimental femenina, el egoísmo masculino y la exploración de la inquietud romántica, como había demostrado en algunos de sus títulos más célebres: Fortuna y Jacinta o Miau.

También había escrito mucho teatro, aunque quizá el más emblemático de sus estrenos fue del de Electra, en 1901, por lo que supuso de alegato contra el poder de la Iglesia y del Vaticano y su esperanza en un país liberadamente laico.

Político

En 1886, en plena producción de algunas de sus mejores novelas y próximo al Partido Liberal por su amistad con Sagasta, fue la primera vez que Galdós ingresó como diputado en el Congreso por Guayama, un municipio de una de las últimas colonias del alicaído imperio español: Puerto Rico. Galdós no piso jamás el país caribeño y apenas si habló en el Congreso, pero continuó vinculado a la política, hasta el punto de que en 1909 presidió, junto a Pablo Iglesias, la coalición republicano-socialista, aunque él asegurara que “ya no se sentía político” y un año después, en las elecciones generales, se presentara como líder de Conjunción Republicano-Socialista, formada por partidos republicanos y el PSOE.

Un single en tiempos revueltos

Galdós fue toda su vida un solterón, pero hoy hubiera sido un single. Se le conoce una hija natural, María Pérez-Galdós Cobián, nacida de su relación con la modelo Lorenza Cobián. Más conocida ha terminado siendo su pasión con la también escritora Emilia Pardo Bazán.

Uno de sus estudiosos más profundos, Hayward Keniston, reflexiona a propósito de su personalidad y trascendencia: “¡Qué gloriosa ironía hay en el hecho de que él, tan a menudo considerado enemigo de la Fe, resulta ser el mayor defensor de la fe, de la fe en la democracia, la fe en la justicia, la fe en las verdades eternas, la fe en el ser humano! Este es el mensaje que predicó a una generación que avanzaba a tientas y confusa en la aparente desesperanza de la vida”.

Ahora, un siglo después de su muerte, Madrid y Canarias especialmente se desviven por dedicarle un año de actos en tan señalada efeméride. En la capital de España, donde lo nombrarán hijo predilecto y la biblioteca pública del barrio de Conde Duque pasará a bautizarse con su nombre, se han elaborado rutas galdosianas por doquier. Por cierto, que el diccionario de la RAE incluye ya galdosiano como un adjetivo vinculado al escritor que en la última Transición de nuestro país protagonizó el billete por antonomasia, el de las mil pesetas.

Aquel retrato se lo había hecho Joaquín Sorolla en 1894... sin que ni el pintor ni el novelista retratado imaginasen que, más de un siglo después, el Instituto Cervantes y la Comunidad de Madrid fueran a editar algunos de sus Episodios Nacionales, como el titulado El 19 de marzo y el 2 de mayo, a seis de los idiomas internacionales más pujantes, que incluye, por supuesto, el chino. El próximo 4 de enero se regalarán en Madrid 20.000 ejemplares de ese episodio que aborda el Motín de Aranjuez y el levantamiento de los madrileños contra los franceses. Instituto Cervantes y Comunidad de Madrid prevén ya otras actividades como jornadas de estudio, encuentros con escritores o reflexiones sobre el peso de Galdós en otros ámbitos como el cine, donde Buñuel, por ejemplo, se murió reivindicándolo. El año galdosiano promete.