El Coro de la Sociedad Musical de Sevilla protagonizó el último evento musical en la ciudad antes del estado de alarma y el confinamiento general de la población. Fue en el Espacio Turina y bajo la dirección del compositor y director belga Bart Vandewege interpretaron un híbrido coral basado en la difícil Pasión según San Mateo de Heinrich Schütz, combinada con piezas de Buxtehude, Kapsberger y los corales luteranos que Bach introdujo en su propia Pasión, todo según una cuidada y apasionada edición del propio Vandewege. La experiencia fue un éxito, pero solo cinco días después tanto el Espacio Turina como el resto de salas de concierto de la ciudad cerraron sus puertas sin que aún sepamos con certeza cuándo podrán reabrir y en qué condiciones lo harán. En estos dos meses y medio de confinamiento han sido muchas las iniciativas de solistas y agrupaciones de todo el mundo que han trasladado su escenario a las redes, ofreciendo frecuentemente atractivas actuaciones que han acercado formaciones impensables a la mayoría de los mortales, sin distinción de localidad ni bolsillo.

El Coro de la Sociedad Musical de Sevilla, fundado en 2003, ha tenido directores locales como Alfredo Cañamero, Israel Sánchez y el contratenor Gabriel Díaz, que lo dirige en la actualidad. Desde entonces ha contado con colaboraciones de la talla de Monica Huggett, de quien todavía recordamos la estupenda gestión de la Barroca de Sevilla en sus inicios, Gerald Talbot, Martin Schmidt o el imprescindible Raúl Mallavibarrena, abordando las obras más emblemáticas del repertorio coral, de Monteverdi o Tomás Luis de Victoria a Britten o Pärt, pasando por Haendel, Vivaldi, Bach o Bruckner. Su decisión de cantar a capella la célebre Rapsodia Bohemia de Queen cubre varias necesidades, por un lado decantarse por un repertorio popular que llegue a un máximo de público, por otro potenciar la vocación operística del tema de Freddie Mercury, y por otro desviarse de la tendencia general de interpretar temas amables, llenos de luz y esperanza, que caracteriza la mayoría de estas iniciativas destinadas a hacer más llevadero el aislamiento social e insuflarnos de positivismo frente al incierto desenlace de esta trágica situación. A ella no solo nos ha llevado la biología, sino también la propia estulticia humana, incapaz de valorar ni cuidar el medio ambiente que nos sustenta, ni de invertir tanto o más en ciencia de lo que se hace en otros campos menos trascendentes y a menudo destructivos. La letra de Mercury no es precisamente un camino de rosas, sino que hace referencia a pasados vergonzosos, demonios internos y un inevitable sentimiento de remordimiento a la vez que de resignación frente a la realidad que nos ha tocado vivir.

Tras varios años de éxitos ininterrumpidos, Freddie Mercury, alma later del conjunto, estuvo bastante tiempo ideando un ambicioso tema entre su casa de Kensington y el Estudio Rockfield donde solían grabar sus discos. Tras varios esbozos, el resto de la formación confió definitivamente en la idea de Mercury, la apoyaron y se involucraron inmediatamente en el que habría de convertirse en uno de los temas icónicos del rock y la música en general, único en alcanzar sin variar de versión el número uno de las listas británicas en dos ocasiones, cuando se lanzó en 1976, que ocupó dicha posición durante nueve semanas, y en 1991, cuando se relanzó con ocasión del fallecimiento de Mercury, que lo ocupó cinco semanas. Bohemian Rhapsody se incluyó en el disco A Night at the Opera, toda una declaración de principios para un tema que pretendía reivindicar la lírica como fuente de inspiración, lo que le valió ser recibido en su momento con asombro y estupefacción. No debemos olvidar que su originalidad es solo relativa, teniendo en cuenta que a mitad de los setenta del siglo pasado el género Ópera Rock estaba muy de moda, con títulos como Tommy de The Who, The Rocky Horror Picture Show de Richard O’Brien, y Jesucristo Superstar y Evita de Andrew Lloyd Webber como principales referentes. No obstante no se puede negar que tanto la estructura como el carácter paranoico y psicodélico de la canción le hacen merecer ese calificativo de pieza icónica e irrepetible del rock sinfónico que practicaban grupos como Queen y solistas como David Bowie.

Dividido en seis secciones, Bohemian Rhapsody comienza con una introducción que aclara que la vida es real y no fantasía, y no tiene escapatoria. La balada que le sigue supone la confesión del protagonista de un crimen execrable para el que pide clemencia y expresa arrepentimiento. A veces desearía no haber nacido, confiesa con cierto complejo de Edipo a su madre, mientras un extraordinario solo de guitarra de Brian May conduce al protagonista a emprender su propio camino, un descenso al infierno resuelto con las voces muchas veces superpuestas de los cuatro integrantes de la banda, Mercury, May, Roger Taylor y John Deacon, hasta conseguir el efecto de un coro operístico que invoca personajes como Figaro, Galileo o Scaramouche en su deseo de salvar al protagonista del Satán al que ha confiado su alma tras declamar Belcebú me ha reservado un demonio, todo lo cual se ha interpretado como un anhelo de liberación sexual del ambiguo Mercury en la sección rock que precede a una coda, nada realmente importa, en la que se enfrenta con resignación y cierta sensación de libertad a un futuro incierto.

Nadie confiaba en que por su larga duración fuese a convertirse en un éxito, pero su emisión radiofónica a ambos lados del Atlántico provocó que sus seguidores reclamasen su publicación en single, reconocido en el Libro Guinness de los Récords como el mejor sencillo británico de todos los tiempos. Cada uno y una en su casa, autograbándose con un móvil, una video cámara o el ordenador, hasta treinta y nueve voces del Coro de la Sociedad Musical de Sevilla, bajo coordinación de Alfonso Luis Hernández, autor también de los acertados arreglos del tema, se han reencontrando en esta atractiva cita, que ha cobrado vida con la masterización del sonido del propio Bart Vandewege, protagonista de es última actuación del conjunto antes del confinamiento, y la edición en video, no exenta de elocuentes cambios de color y movimientos de celdas, de Juan Antonio Cabezas. El resultado se puede disfrutar en youtube. El esfuerzo y la evidente dedicación de cada uno y una de sus artífices merece que le echemos un vistazo y nos dejemos embriagar por este clásico imperecedero y tan significativo.