Carmen de Bieito, que no la de Mérimée
El Maestranza alza por fin el telón con este esperado y popularísimo título operístico, tras una larga sucesión de vicisitudes relacionadas con la pandemia (****)
Juan José Roldán
Quien más y quien menos llevaba treinta años esperando que el coliseo sevillano programara la más popular y representada de cuantas óperas existen, símbolo además de una ciudad que ha visto cómo sus calles han servido de escenario para el más nutrido conjunto de títulos líricos jamás concebido. Fue en los fastos del 92, recién inaugurado el teatro, cuando Plácido Domingo como director musical y Nuria Espert como directora escénica desembarcaron en la ciudad para poner en marcha aquella Carmen que protagonizaron Teresa Berganza y José Carreras. Desde entonces Sevilla solo ha podido mirarse en la tragedia de Mérimée a través de otras disciplinas, tan solo pudiéndose recordar una representación rutinaria y rudimentaria de la ópera en el Corral del Hotel Triana, hace ya un buen puñado de años dentro del programa Ópera por Barrios y de la mano de una de esas compañías itinerantes que provienen de los antiguos países del este europeo. Hace algunos años pudimos disfrutar de la proyección en el Maestranza del clásico en celuloide de Cecil B. de Mille, con la música de Hugo Riesenfeld basada en los temas de Bizet, interpretada en directo por la Sinfónica de Sevilla. Eso y el espectáculo lírico-coreográfico-ecuestre que Távora paseó por medio mundo, han sido las pocas ocasiones que en las últimas décadas hemos podido acercarnos en Sevilla a un mito tan asociado a nuestra tierra.
Muchas han sido las adaptaciones de este clásico de la literatura francesa al cine, desde la protagonizada por Geraldine Farrar en 1915 a la que Vicente Aranda ambientó en localizaciones reales, pasando por la muy kitsch con Giralda al fondo que recrearon el equipo artístico de Gilda, Rita Hayworth y Glenn Ford en el reparto y Charles Vidor en la dirección. La de Bizet también ha visto múltiples adaptaciones, con Francesco Rosi dirigiendo a Domingo y Julia Migenes en Carmona, o la más libre y celebrada de Saura, pasando por toda una joya, la Carmen Jones de Otto Preminger. En esta rareza se adaptaba el musical de Broadway que de la mano de Oscar Hemmerstein, el libretista de Richard Rodgers en títulos como Oklahoma, Carrusel, El rey y yo o Sonrisas y lágrimas, tradujo las canciones al inglés y multiplicó los diálogos. Y es que Carmen es una ópera singular hasta en su estructura, con números cerrados manteniendo la pauta típica de una canción, melodías sencillas y pegadizas y que no exigen en lo vocal un esfuerzo considerable más allá de algunas inflexiones y momentos de lucimiento. Como la de Calixto Bieito, también la cinta de Preminger se ambientaba en el ámbito castrense, con Harry Belafonte como soldado a punto de desembarcar en Corea que sucumbe a los encantos de Dorothy Dandridge, doblada por Marilyn Horne, solo para destapar así su condición de macho celoso y maltratador, un particular que Preminger resuelve con tanta sutileza como convicción ¡hace setenta años! Bieito, en su condición de provocador nato, necesita mucho más, intentar descolocar al público mostrando toda una sucesión de miserias patrias, desde una bandera intemporal (sin escudos ni emblemas) que legitima los excesos y atropellos de las fuerzas de seguridad, violación incluida, hasta una legión paradigma del machirulo más grosero y primitivo (pero sin cabra), la corrupción representada en la continua presencia de legionarios sobre el escenario, a menudo junto a traficantes y prófugos de la justicia, y esa miseria del pueblo de la que no nos libramos ni después de cuarenta años de democracia. La de Bieito se publicita como ambientada en los setenta en algún lugar del estrecho, pero lo cierto es que ni la escenografía ni los figurines dejan muy claro ese particular (atención a la cabina de teléfono, más bien de unos ochenta muy entrados), por lo que vale igualmente para nuestros días, porque aquí no ha pasado nada y todo vuelve.
Muy buen trabajo escénico
Así, con pocos elementos pero muy buen oficio, Bieito y su equipo consiguen un trabajo teatral de primer orden, con una muy cuidada iluminación y, lo que es más importante, un excelente trabajo de dirección, movimientos de masas bien calculados y articulados e interpretaciones llenas de intención y expresividad por parte prácticamente de todo el elenco, al menos en este segundo reparto con el que, después de retrasos, cambios de producción y amenazas del covid, se ha tenido que estrenar la función. En esta Carmen hay soluciones cinematográficas muy bien aplicadas, como ese torero desnudo bajo la luna y a la sombra del toro de Osborne que acompaña al entreacto del tercer acto y tanto recuerda al novillero de Tú solo, dirigida por otro Escamilla, Teo; o la espectacular forma en la que en el último acto el gentío saluda a los toreros, a quienes no vemos, en una solución muy similar a la de las carreras de Ascot en My Fair Lady. Afortunadamente lo de provocar le queda grande ya a cualquiera que se lo proponga, y desde luego el público sevillano ha demostrado con creces que es difícil de escandalizar, que aquí lo mismo cabe rezarle a la Virgen que besarse en plena calle con una persona del mismo sexo. Solo cabe reprocharle al afamado director escénico que acentúe tanto todos estos factores para analizar el origen del mal, esa supremacía del macho sobre la mujer que deriva en el feminicidio, como esa niña pequeña que acompaña al elenco durante gran parte de la función, toda vestida de rosa, jugando a las muñecas y mimetizando ademanes de seducción.
Gran espectáculo musical
Habiendo dejado clara la satisfacción que nos ha provocado el muy trabajado espectáculo teatral, algo que tanto echamos de menos en otras funciones más sofisticadas en recursos, hemos de dejar constancia también del excelente nivel musical alcanzado en términos globales en esta versión del Maestranza de la ya mítica producción del Liceo en colaboración con varios teatros italianos. La directora estonia Anu Tali marcó con destreza y precisión todas las pautas reconocibles en la partitura. Inflexiones, cambios de registro, ataques, entradas, climas... la suya fue una dirección tan atenta al matiz y al detalle, en cierto modo tan marcial en lo técnico, lírica y sentimental en lo expresivo, estricta y concentrada, que funcionó a la perfección, haciendo que la música fluyera y brillara en todo su esplendor, algo a lo que naturalmente la buena disposición de la orquesta ayudó sobre manera. Una vez más la espléndida acústica del lugar redondeó los buenos resultados. Lástima que esto no impidiera ciertos desencuentros con el coro, sobre todo en sus primeras apariciones; quizás las mascarillas y la lejanía de las voces en algunos pasajes contribuyeran a esos pequeños desajustes. Por lo demás, también la aportación de los y las integrantes del coro alcanzó en general un buen nivel, plegándose a ello el feliz regreso al escenario de los niños y las niñas de la Escolanía de Los Palacios, una vez más embelesándonos con su disciplinada participación.
En este segundo reparto quien más brilló a nivel canoro fue Raquel Lojendio componiendo una Micaela de voz rutilante, generosa proyección y timbre tan afinado como hermoso, así en el dúo con Don José del primer acto, Tu la verras, como en un muy emotivo y matizado Je dis, que rien ne m’épouvante del tercer acto, manteniendo siempre el equilibrio técnico y expresivo perfecto y una línea de canto homogénea y precisa. El debut de Sandra Ferrández en el rol principal, al margen de alguna sustitución y versión sucedáneo, se saldó con muy buenos resultados, entonando con calidez y buen gusto sus numerosos highlights, desde una Habanera cantada con garbo a una Seguidilla de acentuado sarcasmo, o un Les tringles des sistres tintaient del segundo acto dinámico y brillante, con la impagable colaboración de Tali a la batuta. Su trágico dúo final con un execrable Don José, estuvo tan bien entonado como trabajado a nivel teatral, logrando que esta durísima versión del desenlace alcanzara un nivel conmovedor casi inaguantable. Aquí también aportó lo suyo el tenor italiano Antonio Corianò, que mantuvo el tipo durante toda la representación, logrando un eficaz y competente La fleur que tu m’avais jetée, con voz no demasiado ancha pero bien timbrada y fraseada, que no decayó en ningún momento.
Algo más endeble resultó el barítono canadiense Jean-Kristof Bouton, que aunque no cantó ni de lejos mal, acusó una voz pequeña para su tesitura, y le faltaron hechuras para llegar a emocionar. El resto, especialmente Mercedes (Anna Gomà) y Frasquita (Laura Brasó), que estuvieron frescas y estupendas, cumplió con solvencia, desde un entonado Morales en la voz del barítono portorriqueño César Méndez Silvagnoli, el muy competente Zúñiga de Felipe Bou y los estridentes traficantes incorporados con acierto por Manel Esteve y Moisés Marín. Mención aparte merece el actor Fernando Estrella, un Lillas Pastia que más bien parece personificar al observador extranjero que desde siempre ha diseccionado nuestra cultura erigiéndose en cronista intelectual de nuestros vicios y virtudes.
La ficha
CARMEN ****
Ópera de Georges Bizet con libreto de Henri Meilhac y Ludovic Hálevy según la novela de Prosper Mérimée. Anu Tali, dirección musical. Calixto Bieito, dirección escénica. Joan Anton Rechi, reposición de la puesta en escena. Alfons Flores, escenografía. Mercé Paloma, vestuario. Alberto Rodríguez,iluminación.Con Sandra Ferrández, Antonio Corianò, Raquel Lojendio, Jean-Kristof Bouton, Manel Esteve, Moisés Marín, Felipe Bou, César Méndez Silvagnoli, Laura Brasó, Anna Gomà y Fernando Estrella. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Íñigo Sampil, director. Escolanía de Los Palacios. Producción del Gran Teatro del Liceo, Fundación Teatro Regio de Turín, Fundación Teatro Massimo de Palermo y La Fenice de Venecia. Teatro de la Maestranza, sábado 29 de mayo de 2021
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