Carmen Martín Gaite: la novelista que pespunteó la Generación del Medio Siglo

La autora de ‘El cuarto de atrás’ comenzó a hilvanar sus relatos y novelas tan característicos, entre lo onírico y un pegajoso realismo, hace ahora 70 años, cuando remató ‘El balneario’, la puerta de entrada a su propia literatura, tan femenina

Álvaro Romero

Carmen Martín Gaite (1925-2000) se dedicó toda su vida a escribir de un modo muy parecido a como hacían su trabajo las costureras del pasado siglo: quintando y poniendo cosas, componiéndolas, aunque ella no usara telas, alfileres o hilos, sino notas, apuntes y su propia memoria. Así pespunteó su propia Generación del 50, como es conocida, mucho más nutrida de autores que de autoras, aunque su voz, un tanto tímida o desvaída, fuera ganando consistencia con el paso del tiempo, hasta aquella última década prodigiosa de su propio siglo en que su literatura explosionó definitivamente entre el gran público, con títulos como Lo raro es vivir (1997) o Irse de casa (1998). Releída toda su obra con la perspectiva que ofrece lo que llevamos de este siglo XXI, lo que destaca de Martín Gaite es su innata capacidad para que su doble oficio de novelista y ensayista confluyera en una sola voz henchida de dignificada soledad, en una hacedora de textos que jamás tenía prisa por mostrarlo todo de golpe, sino más bien en regodearse con los detalles de fuera y de dentro, públicos e íntimos, de una protagonista, en femenino singular, que durante demasiadas páginas nunca sabemos con certeza si forma parte de nuestra realidad o de los sueños de ambos. La búsqueda del interlocutor, que finalmente podemos ser nosotros mismos, sus lectores –uno a uno-, hace de toda la literatura de Martín Gaite un apasionante reto comunicativo hecho de palabras constructoras de imágenes y nunca al revés.

Los padres de Carmen, José Martín López y María Gaite Veloso, se casaron hace ahora justamente un siglo. El matrimonio tuvo casi de golpe dos niñas y Carmen fue la segunda, nacida en un edificio de la Plaza de los Bandos de Salamanca donde su padre ejercía de notario. Ella, por tanto, fue desde el principio una niña bien a la que la guerra, como a todas, sorprendió como una bomba en el confín de su propia infancia. Con razón, aquel cuarto de atrás con que titularía su gran novela de 1978 es una profunda metáfora del límite que supuso la contienda civil en su propia vida, antes de la infancia y después, jugando con lo que significó la conversión del cuarto de atrás de aquella casa salmantina, en el que jugaban los niños de entonces, en un cuarto para guardar víveres en una época en la que primó, de súbito, la necesidad. El cuarto de atrás, para la Carmen adulta, no solo sería una habitación de juegos o un trastero del fondo de su casa infantil, sino un lugar igualmente remoto al fondo de su propia memoria y de cuyos hilos, casi invisibles, habría de empezar a tirar ella misma para ir reconstruyendo una atmósfera que deviniera en una realidad literaria tantos años después...

Fue en 1953, hace ahora 70 años –ella tenía 28-, cuando Martín Gaite empieza a colaborar con la publicación literaria Revista Española, cuando se casa con el también escritor Rafael Sánchez Ferlosio –el autor de El Jarama- y cuando empieza a escribir su primera obra, entre cuento largo y novela corta, El balneario, que obtendría, ya en la primavera de 1954, el premio Café Gijón. Su consolidación como novelista no llegaría hasta el Premio Nadal, que obtuvo dos años después que su marido, en 1957 por su novela, ya mucho más larga, Entre visillos, en la que desarrolla definitivamente ese personaje femenino tan singular que ella llama “la chica rara”. Ya en 1962, el año del Boom hispanoamericano, quedaría finalista del premio Biblioteca Breve –que ganó Vargas Llosa por La ciudad y los perros- por su segunda novela, de título tan emblemático en su propia producción: Ritmo lento.

Puede parecer lento también el ritmo de producción de Martín Gaite, pero es que durante la década de los 60 apenas se dedicó a la novela y optó por la investigación sociológica e histórica, con títulos como Usos amorosos del dieciocho en España, que no publicaría hasta 1973 y que citaría, por ejemplo, en El cuarto de atrás. Su vida en los 50, una década que recreó literariamente tan bien, no había sido fácil, desde luego. Porque, después de casarse, su primer hijo, Miguel, moriría de meningitis con solo siete meses... Su hija Marta nació en 1956. En 1970, cuando Carmen se separara de Rafael Sánchez Ferlosio, se va a vivir con ella sin sospechar que la chica también moriría, de sida, en el terrible año de 1985. La soledad de Carmen no fue nunca solamente un retoricismo más o menos literario.

Soledad e incomunicación

Son los grandes temas de Martín Gaite si uno lee toda su obra con el justo distanciamiento. Precisamente después de casarse, en 1953, Carmen idea su primera obra, El balneario, con ese halo de misterio que iba a acompañar a su literatura hasta el final, pasando por el éxito de su Caperucita en Manhattan (1990). En aquella primera novelita -publicada años después también por la inolvidable colección de veinte duros de Alianza-, la protagonista narradora, de la que no sabemos siquiera su nombre, se haya hilvanando un atosigante monólogo en el interior de un autobús antes de bajarse con su marido o amante a la altura de cierto puente, desde donde han de encaminarse hacia un balneario en el que el lector no sabe a ciencia cierta para qué han ido. El agobio de la protagonista por el misterio que percibe en el ambiente y en las miradas inquisitivas de quienes allí se alojan contrasta con la lánguida indiferencia de su pareja, que no tarda en marcharse a dar una vuelta, para sorpresa de ella. La narradora comienza a partir de entonces un viaje por el interior del edificio que se transmuta pocas páginas después en un periplo fantástico por sus pasillos interminables, con la aparición de tenebrosos personajes, desde su inquietante perspectiva, como la camarera de piso o el botones, en un acelerado relato interior que llega a intuir que a su marido lo han secuestrado y asesinado. No hay ningún dato objetivo que delate estos extremos, pero el uso verbal de la narradora y su galopante ritmo en la búsqueda de su marido nos llevan al final del primero de los dos capítulos de la obra. El segundo capítulo, una vez demostrado que todo ha sido un sueño, está escrito en tercera persona, y nos habla de Matilde, una solterona alojada en el balneario que seguramente inspiraría a Carmen para indagar en esa pasión tan suya desde entonces de la soledad de las mujeres en cualquier circunstancia.

La mujer sola, inquieta y fantasiosa se parece muchísimo a la protagonista, también llamada Carmen, aunque identificada solo por su inicial, de El cuarto de atrás, una mezcla de novela fantástica, de libro de memorias y de autoficción metaliteraria con la que se convertiría en la primera mujer española en ganar el Premio Nacional de Literatura, un galardón que, por cierto, volvió a recibir en 1994 por el conjunto de toda su obra... El cuarto de atrás es la novela de lectura obligatoria para la PEVAU en Selectividad desde la pandemia...

Narrar lo cotidiano

Martín Gaite es una novelista sin estridencias incluso para narrar un período de nuestra historia tan manoseado (y tan dado al maniqueísmo) como el franquismo. El cuarto de atrás guarda concomitancias con El cuento de nunca acabar, porque la autora nunca se sitúa completamente en el terreno de la novela o del ensayo, y todo lo que escribe lo va hilvanando con pespuntes de su propia vida, de la trastienda de su propia escritura, siempre al hilo de su infancia, del amor, de lo fugaz. En El cuarto de atrás se evoca toda su vida con la excusa de estar escribiendo una novela, como le comenta al misterioso hombre de negro que va a visitar a la protagonista para entrevistarla, desde su infancia en Salamanca hasta su paso becado por la Universidad de Coimbra, pasando por sus amistades e incluso por aquella imagen congelada de haberse cruzado la mirada con la hija de Franco, su tocaya Carmencita. El hombre de negro le sirve a la protagonista narradora de interlocutor incluso cuando el propio lector sospecha que se trata tan solo de un desdoblamiento de ella misma para confesarse frente a alguien. Pero da lo mismo en una novela en la que incluso esos desdoblamientos se diversifican con otras mujeres que llaman por teléfono o con la propia hija de la protagonista, que vuelve al amanecer después de una noche de fiesta y encuentra a su madre dormida y con la misma novela que estaba intentando escribir ya completamente terminada.

Mirada a la infancia

Carmen Martín Gaite forma parte de aquella Generación del 50 integrada por su propio marido, Medardo Fraile, José Fernández Santos o Ignacio Aldecoa, que es quien la introduce en el círculo literario madrileño antes de que ella optara por apartarse lo suficiente como para elaborar su propia poética personal e intransferible a base de paseos por El Retiro. De su paso por Roma tras la boda, Martín Gaite conservaría para siempre el influjo de Cesare Pavese o Natalia Ginzburg. Y una especial mirada sobre los años de la infancia que la llevó a cultivar igualmente una particular literatura juvenil en cuentos como El castillo de las tres murallas (1981) o El pastel del diablo (1985), absolutamente recomendables. Aparte de ejercer la crítica literaria durante años para Diario 16, son antológicas sus colaboraciones en los guiones para series de TVE como Santa Teresa de Jesús, de 1982, o Celia (1989), basada en los cuentos de la madrileña Elena Fortún, de quien Gaite se declaró siempre admiradora. De su labor como traductora, no es extraño que eligiera obras tan femeninas como Madame Bobary, Cumbres borrascosas o Jane Eyre.

En 1988, Martín Gaite recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, y todavía entonces conservaba la costumbre de terminar sus libros en la habitación de un lujoso hotel madrileño que ella solo reservaba cuando tenía la corazonada de tener el último párrafo en la yema de sus dedos. Al fin y al cabo, pareciera que toda su obra transcurre en una habitación que siempre es la misma y no lo es, que tanto tiene que ver con la habitación propia de Virginia Woolf, con la habitación 92 del balneario, con la que se intuye tras los visillos mientras las casamenteras –“muchachas ventaneras”- hablaban de sus mundos posibles, con la habitación en que la propia Carmen dialoga con su propia conciencia para hacer como que escribe una novela definitiva de sus recuerdos mientras la escribe de verdad.