Cómo amar a Sevilla sin nombrarla

Dos nuevas ediciones ponen de actualidad ‘Ocnos’, el poemario en prosa de Cernuda

04 abr 2015 / 14:23 h - Actualizado: 03 abr 2015 / 20:25 h.
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  • Una de las ilustraciones de Shelley Himmelstein que ilustran la nueva edición de ‘Ocnos’. / El Correo
    Una de las ilustraciones de Shelley Himmelstein que ilustran la nueva edición de ‘Ocnos’. / El Correo

«Créeme que me parece imposible haber vivido en Sevilla. Aún más, me parece imposible que exista Sevilla». Son las desasosegantes palabras que Luis Cernuda manda en enero de 1942 al pintor Gregorio Prieto, desde Glasgow. Y es en el frío y gris invierno escocés donde empieza a escribir Ocnos, su portentosa colección de poemas en prosa que se reedita estos días por partida doble: una lujosamente en la colección Poetas y Ciudades de Pedro Tabernero y otra con ilustraciones de Shelley Himmelstein, y en Renacimiento, incluyendo Variaciones sobre tema mexicano, y bajo el cuidado de Juan Lamillar.

Éste último recuerda que Joaquín Romero Murube, «que dedicó su vida a escudriñar los rincones y el alma» de la capital hispalense, se refirió a Ocnos como «el libro sevillano de más fina, difícil, alta alusión y paisaje», a pesar de que no se nombra en ningún momento a Sevilla.

No obstante, la ciudad que abandonara Cernuda en 1928 es la protagonista absoluta de la primera edición de Ocnos –Londres, 1942–, la que reproduce Tabernero. Ahí están la iglesia del Salvador, las tiendecillas de la plaza del Pan, la Caridad, San Juan de Aznalfarache, un recorrido que irá ampliándose en las sucesivas ediciones a otros lugares de España y el extranjero.

Pero la voz más poderosa es quizá la de ese «Narciso retrospectivo», como lo define Antonio Rivero Taravillo, biógrafo de Cernuda, en uno de los textos introductorios de la edición de Tabernero, donde imagina cómo el poeta, entre el frío y la niebla escoceses, «vuelve la vista hacia su Andalucía natal, y su sol, y la tibieza estival en el patio sobre el que se corría la vela que daba su sombra acogedora».

«Pienso», añade el también escritor Julio Manuel de la Rosa en estas mismas páginas, «que la vivencia inspiradora de Ocnos reside en el deseo de volver, a través del tiempo, a la semilla de su propia existencia localizada en un espacio nunca nombrado, donde el poeta sitúa idealmente el Paraíso perdido de su infancia».

Pero también detecta De la Rosa otro elemento importante, «las consecuencias del exilio, que generará en Cernuda –junto al anhelo imposible del retorno– el deseo de un ajuste de cuentas con su ciudad, la dialéctica de amor-odio establecida entre una ciudad altiva y soberbia, llena de paisanos esgrimiendo sus armas de siempre –la ignorancia, la indiferencia y el olvido– y el propio poeta, que mediante la palabra realizará en Ocnos un acto de justicia, recuperación e incluso de venganza».

En efecto, el mismo Cernuda que canta como nadie a los símbolos de su ciudad natal, así como a sus espacios más recónditos e íntimos, arremetía sin contemplaciones contra la vertiente más retrógrada de sus habitantes, ya fuera burlándose de la «grrrrasia» de «Fepilla», como escribiría a un amigo en 1930, o criticando la desproporcionada devoción mariana de aquéllos.

«En su epistolario queda muy patente su aversión hacia la ciudad, entendida como el clima moral que había en su tiempo», explica Juan Lamillar. «Además, hay que pensar que se había desvinculado de muchos de sus amigos sevillanos, como Romero Murube o Higinio Capote», agrega.

«Además, cabe suponer que, siendo homosexual, tuvo que sentirse si no despreciado, sí discriminado», prosigue este poeta y estudioso. «Por eso no duda en retratar a personajes marginales, como los maricas de El escándalo y las prostitutas de El vicio. Luego, cuando se marcha a Toulouse, su amigo Juan Sierra asegurará que «una vez Cernuda descubra el cigarro rubio, las camisas de seda y el jazz, no volverá a Sevilla».

Y sin embargo, en contra de lo que muchos piensan, Cernuda volvió. «Fue en 1934, solo por unos días, mientras participaba en las Misiones Pedagógicas. De ese momento es una famosa foto suya con la Torre del Oro de fondo», señala Lamillar, quien por otro lado no cree que la parte sevillana de Ocnos pueda ser demasiado útil como guía de Sevilla. «El libro habla de sitios concretos, siempre ha habido gente que ha querido saber por ejemplo dónde estaba el magnolio al que alude Cernuda, pero es como mirar viejas postales de la época. La Sevilla de hoy no es la que él refleja».

Aunque se trata de un libro imprescindible, según Lamillar «en su momento nadie le echó cuenta, los primeros estudios sobre Cernuda lo obvian. Hoy sabemos que es un complemento magnífico a su obra poética, además en un género tan poco frecuentado en la poesía española como el poema en prosa».