Hace años en el Teatro de la Maestranza Luis Cansino subió a escena para ser el Sharpless de Madama Butterfly. Luego podría pasearlo por innumerables escenarios. Ahora debuta el personaje de Michonnet en Adriana Lecouvreur y cuenta que ya se lo han requerido varios coliseos en temporadas venideras. «El Teatro de la Maestranza es un talismán para mí», dice entusiasmado.
—¿Es una percepción personal o cuando un cantante se enfrenta a un título que no es de estricto repertorio como Adriana pone todavía más énfasis, más ilusión?
—Cuando haces una obra muy popular sabes que el título se vende solo. Luego habrá que defenderlo, pero el cimiento del efecto llamada está asegurado. Cuando te implicas en una producción de una obra menos divulgada la implicación es todavía mayor porque quieres también mostrar tu solidaridad, tu apoyo, al teatro que la ha programado. Porque la ópera es mucho más que el repertorio. Por ejemplo, La Gioconda, de Ponchielli, es una joya que se hace muy poco. En Adriana se pasa de lo liviano, casi lo bufo, a momentos de enorme dramatismo. No ayuda que su compositor, Francesco Cilea, sea solo famoso por esta obra. Aunque Mascagni y Leoncavallo tampoco tuvieron mucha más fama más allá de Pagliacci y Cavalleria Rusticana. —Con todo, tiene varias Adrianas en agenda. ¿Será que su tiempo ha llegado?
—Ojalá. En la ópera hay también modas. Pasó hace unos años, por ejemplo, que todos los teatros quisieron programar Thaïs, de Massenet, de la que solo se conocía su interludio orquestal. —¿Cómo fue su primer encuentro, en el estudio, con el rol de Michonnet?
—No me enamoró desde el principio, se lo reconozco. Pero sí lo ha hecho después, especialmente en los ensayos, y con la puesta en escena que veremos en Sevilla. El trabajo de la reponedora, Elisabetta Marini, ha sido maravilloso; al igual que el del director, Pedro Hallfter. Me han ayudado a encontrarme absolutamente cómodo encarnando a Michonnet. —Lleva 30 años cantando. Su carrera se ha cincelado muy lentamente, sin grandes discográficas ni agencias detrás. ¿Qué piensa cuando ve cómo, de repente, se alza al estrellato a jóvenes voces e instrumentistas?
—Aquí en Andalucía tenemos al tenor Pedro Lavirgen. Es el más vivo ejemplo. No tuvo la suerte de verse respaldado por una carrera discográfica, y sin embargo ha sido un tenor de absoluta referencia. Inauguró durante varios años consecutivos la Ópera de Viena con Pagliacci. Mi carrera ha avanzado despacio, pero llevo 31 años viviendo de la música. La trayectoria de un barítono la concibo como una carrera de fondo, lo importante es mantenerse y no perder nunca la humildad. Hay que ser generoso con todos; desde con quien limpia el escenario antes de que empiece la función hasta con el director de orquesta. Todos son absolutamente fundamentales en este engranaje que es la ópera. —Usted vivió diez años en México e hizo una notable carrera en Latinoamérica. ¿Cómo enjuicia el panorama lírico allí?
—Por desgracia la idea del elitismo está allá muy asociada a la ópera. Esto es porque la educación musical sencillamente no existe, y las temporadas líricas se ven allí como algo pintoresco a las que acuden unos pocos afortunados y cultivados. Es una pena. Países como México, Chile, Argentina o Perú han dado cantantes maravillosos que lamentablemente han tenido que irse muy lejos porque allí no hay una actividad operística suficiente como para mantenerles. —También ha sido un gran defensor de la zarzuela, un género que cada vez va a menos...
—Ojalá la nueva etapa que se abre ahora con la fusión del Teatro de la Zarzuela con el Real conlleve un mayor respeto hacia nuestro género lírico, siempre y cuando se respeten los derechos de los trabajadores, la popularidad de los precios, el número de representaciones de zarzuela y la cuota de artistas españoles presentes en el teatro. Pero evidentemente este teatro madrileño debería tener la capacidad de llevar de gira por España sus producciones pero los condicionantes de su funcionamiento lo hacían un verdadero dinosaurio; con montajes cuyo alquiler resultaba muy costoso para el resto de coliseos, algo incomprensible viniendo de un centro de producción público.—Usted va del repertorio operístico clásico a la música antigua, de la zarzuela a títulos olvidados, y también se las ve con la música de hoy. ¿A qué se debe esa camaleónica capacidad?
—Los cantantes debemos salir de nuestra zona de confort; tener la oportunidad de escudriñar nuevos y antiguos repertorios. Creo, modestamente, que tal vez sea uno de los artistas que más veces se ha enrolado en el rescate de zarzuelas olvidadas (María del Carmen, María Adela, El juramento, La gallina ciega o Chin-Chun-Chan, la primera zarzuela mexicana, obra de Luis Jordá). He hecho la rara operita Renard, de Stravinsky; y próximamente abordaré el estreno de Fuenteovejuna, en la Ópera de Oviedo, La casa de Bernarda Alba, de Miquel Ortega y la recuperación de El sueño de una noche de verano, de Gaztambide.