Había donde elegir a ambos lados de la calle Laraña. En el Espacio Turina el joven pianista Ignacio Ojeda Romero daba un prometedor recital con obras de Beethoven, Chopin, Rachmaninov y Mompou. Justo enfrente, en la Iglesia de la Anunciación, el concierto de Sto. Tomás organizado por la Universidad de Sevilla, y con la Barroca como hospiciante. Mucho tuvimos que debatirnos para decidir a cuál de los dos eventos asistir, y como lo de Santo Tomás es ya una tradición y cuesta tanto desapegarse de ellas, y además contaba con la dirección del violinista de origen japonés Hiro Kurosaki, que tan buen sabor de boca nos dejó en su participación en el Femás de 2014, finalmente nos decantamos por rendir pleitesía a nuestra Barroca y esperar con ahínco tener pronto la oportunidad de escuchar al joven y flamante ganador del concurso Ciudad de Sevilla “Julio García Casas”.

En el programa obras de compositores poco divulgados, a excepción de Biber, que trabajaron en época de Murillo, una manera de rendir homenaje al pintor sevillano justo ahora que se cumplen cuatrocientos años de su nacimiento. Otra cosa es que aquella música hubiera llegado a sus oídos, considerando que dos de los músicos convocados pertenecieron a la Escuela de Venecia (Rosenmüller huyó allí perseguido por la justicia alemana acusado de pedofilia) y otros dos trabajaron en Viena y Salzburgo como maestro y alumno aventajado. Sólo el fraile agustino Bartolomé de Selma y Salaverde era español, aunque ejerció su labor fundamentalmente en la Corte de Innsbruck. De él se interpretaron dos de las piezas más bellas y sorprendentes de la velada, una Canzon en la que el registro agudo del sedoso violín de Kurosaki se debatió en armonía y elegancia con el violonchelo de Mercedes Ruiz, y una Susana Passegiata que sirvió a Ventura Rico para explayarse en la viola de gamba, con ornamentaciones arriesgadas y un resultado espléndido y lleno de melancolía.

Aunque los paneles colocados tras la orquesta ayudan a amortiguar el efecto diluyente del sonido en la Anunciación, es evidente que muy atrás la música se escucha de forma deficiente, por lo que el plantón de las autoridades que debían ocupar las dos primeras filas vino muy bien a auténticos melómanos que aprovecharon para conquistarlas. Curiosamente en esas circunstancias los inconvenientes acústicos del templo se convierten en ventajas, amortiguando el carácter seco y a veces chirriante de los instrumentos antiguos para dar al conjunto una sensación de mayor relieve y suntuosidad. Así pudimos disfrutar de la primera de las Sonatas del Rosario de Biber, tan placentera en el violín virtuoso de Kurosaki como rotunda en la réplica de Ruiz, y del festín desbordado de Die Fechtschule de Schmelzer convertido en auténtico combate pero no de esgrima, sino de violines entre el registro agudo del concertino y el más grave de Alexis Aguado. Y para terminar con el conjunto haciendo un verdadero tour de force en la carismática Battalia de Biber, un dechado de sorpresas, disonancias y felices ocurrencias que la Barroca convirtió en otra embriagadora experiencia.

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Concierto de Santo Tomás. Orquesta Barroca de Sevilla. Hiro Kurosaki, director-concertino. Programa: Música europea en tiempos de Murillo (obras de Dario Castello, Bartolomé de Selma y Salaverde, Johann Rosenmüller, Heinrich Ignaz Franz Biber y Johann Heinrich Schmelzer). Iglesia de la Anunciación, martes 31 de enero de 2016