Desprejuiciando Nueva York

La escultora sevillana Mercedes Naranjo lleva el feminismo al kilómetro cero del arte contemporáneo

30 sep 2017 / 20:23 h - Actualizado: 30 sep 2017 / 20:27 h.
"Escultura"
  • La artista Mercedes Naranjo en su estudio de Tocina, la localidad sevillana donde vive con su familia. / Manuel Gómez
    La artista Mercedes Naranjo en su estudio de Tocina, la localidad sevillana donde vive con su familia. / Manuel Gómez

«Esta es una de mis obras preferidas», dice Mercedes Naranjo. «Es una cabeza con rasgos neandertales que representa la brutez machista, y una mano más sutil, más fina (porque una persona, cuando está educada y tiene cultura, hasta en sus manos se le nota), que junto a esa cabeza abierta está como diciendo con este gesto me deshago de los prejuicios y me muestro tal como soy». Se llama Prejuicios, y es una de las 18 esculturas que la artista sevillana expondrá entre 2018 y 2019, durante todo un año, en ese vibrante epicentro neoyorquino del arte contemporáneo llamado Chelsea, rebosante de ambiente artístico, vanguardias y galerías. Lo hace amparada en el idioma universal del arte, pero también abanderando ese otro «lenguaje propio» con el que ella, mediante el trabajo de su imaginación y de sus manos, se esmera en expresar su discurso contra el maltrato y, en general, la lucha de las mujeres en un mundo que aún no ha terminado de ser inhóspito para ellas.

Mercedes Naranjo tiene de sí misma una imagen activista y combativa, inconformista; hace talleres con chavales dos o tres veces al año, en las campañas con los institutos, hablando «de micromachismo, de violencia de género y un montón de cosas, que esperamos que no caigan en saco roto». Y mientras tanto, está dando la vuelta a España, atravesando pueblos y ciudades, con una exitosa exposición itinerante por la igualdad titulada Mujeres y espacios.

En el sueño de Nueva York, en cuya Open Gallery estará desde el verano del año que viene hasta el siguiente de forma ininterrumpida, ha intervenido activamente en calidad de gestor su pareja, Josu Gómez, con quien comparte la emoción y el vértigo de asomarse a una oportunidad única en la vida. No es solo pasar de Tocina (donde residen) a Nueva York, y además durante todo un año; es que a la inauguración la galería va a invitar a todo el quién es quién de la cosa artística a ambos lados del Hudson: más de 60.000 contactos que va a gestionar el establecimiento, aparte de la rutina de salir en las revistas de arte de la ciudad –que no son precisamente las menos leídas– y de tener a su disposición un equipo de asesoramiento sobre ventas durante todo el año que se desarrolle la muestra. Como ocasión, es de las que pintan tan calva –o la esculpen, en este caso– como la obra estrella de la colección.

Eso sí: de ahí a dar el salto definitivo a una buhardilla en la América de Trump... «Qué va, si mis amigos se vienen huyendo», dice. «Hace unos años te habría dicho que sí. Ahora no. Casualmente, se vienen a vivir a Tocina, donde han comprado una casa enfrente de la nuestra, unos amigos de allí, de Manhattan, y se vienen porque allí no se puede vivir; la vida es muy peligrosa, el estrés, la inseguridad... y eso que viven en zonas buenas. Es una forma de vida que... no. Para niños, imposible. Pero nunca se sabe, vivo el momento y estoy abierta a los cambios. Hemos estado hablando incluso de las niñas, del plan de estudios si tuviéramos que llevárnoslas fuera... No lo sabemos. Va a ser un cambio tan significativo en mi carrera que no lo sabemos».

También es verdad que el momento que ha elegido para proponer su exposición no podía ser más propicio, «porque se trata de defender unos derechos sobre los que en EEUU, en especial desde la llegada del nuevo presidente, hay un gran debate abierto». Es lo que tiene el compromiso, cualidad que, según ella, debe ir unida al arte en toda ocasión en que sea posible. Incluso cuando las ideas del artista no nos gusten. En ese caso, «yo pondría una exposición al lado de esa otra reivindicando lo contrario. Pero sí. El arte también es propaganda. Me gusta la fuerza del arte aunque sea negativa, aunque no comparta el mensaje y luego lo combata».

Y allá que va, con los ánimos recrecidos y un entusiasmo de esos que no se recuerdan desde la adolescencia. Tiene su fundamento. «Que un galerista se fije en ti y que vendas como estás vendiendo, sin haber sido nunca nada ni tener apellidos ni padrinos, sin tener dinero (porque muchos lo hacen a base de billetes), pues... no dejes esa línea, me dicen. Eso me ha dado una fuerza increíble, porque significa que la obra es buena».