El Bach concentrado y brillante de Justin Taylor

El clavecinista francoamericano ofreció en el Espacio Turina su brillante y hasta cierto punto clarividente versión de las Variaciones Goldberg de Bach

Fotografía (de Luis Ollero) Justin Taylor del concierto de ayer en el espacio Turina

Fotografía (de Luis Ollero) Justin Taylor del concierto de ayer en el espacio Turina / Juan José Roldán

Juan José Roldán

Tras su paso por esta misma sala la temporada pasada al frente de su conjunto Le Consort, Justin Taylor regresó a una ciudad que confiesa tener entre sus favoritas para ofrecer su particular visión de una de las páginas más complejas del repertorio para clave solo. Con ademanes sobrios sin renunciar a su aspecto juvenil, incluso aniñado, y tras una breve introducción vertiginosamente arpegiada, Taylor arrancó el precioso y reflexivo aria cuya autoría tantos pierden el tiempo en cuestionar, una especie de passacaglia inspirada por su carácter ostinato en Haendel, con una concentración que no le abandonaría hasta el final da capo, la misma con la que invitó al público a seguir sus continuas inflexiones y cambios de color y humor a lo largo de sus treinta variaciones, como ya saben armónicas de línea de bajo, más ue melódicas. La primera de una serie de importantes obras contrapuntísticas escritas por Bach al final de su carrera, incluida El arte de la fuga, reclama un clave de dos teclados o manuales, aunque puede interpretarse con mayor dificultad en uno simple o incluso al piano. Taylor fue ortodoxo y eligió el primero de los instrumentos, un magnífico ejemplar, para poner en pie desde el corazón y la sinceridad la cuarta parte de los clavierübung del compositor.

Como ejercicio genuino para el teclado que es, las Variaciones Goldberg permiten una gran variedad de visiones y versiones, según cada intérprete, su sensibilidad y exigencia. La de Taylor merece analizarse como un todo compacto y global, una sucesión de humores en el que la técnica y la ornamentación están al servicio de la música pura, de las emociones, el ritmo y las sensaciones. De hecho, Taylor se centra poco en florituras y se decanta más por una interpretación austera, de líneas muy claras y sencillas, a las que aporta con su precisa digitación una transparencia extraordinaria. Tampoco se decanta por repetir cada una de las dos secciones en las que se estructuran las variaciones; a veces sólo repite una y en ocasiones ni siquiera eso. La suya no es una visión matemática de la pieza que exija no traicionar en ningún momento su estructura simétrica y proporcional, sino una visión de conjunto, una sensacional sucesión de modos y humores sin apenas continuidad, hasta el punto de que algunas variaciones las enlazó con tanta pericia e ingenio que resultó difícil seguir el orden.

Al ritmo sincopado de variaciones como la primera, siguieron exposiciones de profundo calado contrapuntístico, y cánones que pasaron de los muy moderados y hasta lentos, a los más vertiginosos, optando en algunas por ritmos muy bailables y con complicados y acertados juegos y cruces de manos en muchas de ellas. Pero si hubo algún bloque que a este cronista le entusiasmara en especial, fue el que va de la variación catorce a la dieciséis, del vértigo repleto de trinos y arpegios a la majestuosidad que inspira la obertura que constituye el eje central de toda la obra, pasando por la inspiradísima melancolía con la que atacó la número quince, más sentimental que severa, y desde luego absolutamente sobrecogedora. Su manera de entender este conjunto irrepetible la llevó a mantener su juicioso ahorro de ornamentaciones, su interés por el ritmo, sus peajes lentos y apasionados como en el caso de la número 25, optando por soluciones tan radicales como atacar la última variación (Quodlibet) en modo muy solemne, lento y ensimismado, cargando de misterio una pieza que otros entienden de forma más amable y funcional. Así hasta llegar a una repetición del aria final logrando transmitir toda su carga crepuscular, su carácter de despedida, sin acusar fatiga alguna a pesar de toda la energía y el entusiasmo desplegado a lo largo de su casi hora y cuarto de exhibición. Después, previas las presentaciones en su bastante correcto castellano, tocó como propinas una sonata de Scarlatti de clara inspiración española, como tantas otras suyas, y la famosa transcripción para clave de Bach del adagio del Concierto para oboe de Marcello, ya en tono distendido y profundamente emotivo.

JUSTIN TAYLOR ****

Justin Taylor, clave. Programa: Variaciones Goldberg BWV 988, de Johann Sebastian Bach. Espacio Turina, miércoles 15 de noviembre de 2023

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