DÚO SALVADOR-SALIM ***

Cristina Salvador, voz. Daahoud Salim, piano. La Casa de los Pianistas, sábado 20 de julio de 2019

Recuerdo cómo nos impactó en aquel ya lejano noviembre de 1996 el saxofonista afroamericano Abdu Salim, nacido en Texas y afincado en Sevilla, hoy al frente de la Andalucia Big Band. Sus largas manos deslizándose por las llaves del instrumento tocando la parte de Ornette Coleman en la fascinante música de Howard Shore para El almuerzo desnudo de David Cronenberg, mientras el autor de la Trilogía del Anillo dirigía a su espalda a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, tendrá para siempre un puesto de honor en la memoria de los fenecidos Encuentros Internacionales de Música de Cine que se celebraban en el Teatro de la Maestranza.

Atraídos por conocer el talento y las virtudes de su hijo, Daahoud, nacido aquí hace veintinueve años, y avisados por Yolanda Sánchez, la aguerrida responsable de La Casa de los Pianistas, que va ya viendo los frutos de su sueño gracias a una programación exhaustiva que le mantiene ocupada casi todos los días del año, nos hemos acercado a esta propuesta ecléctica y atrevida que el joven Salim nos ha traído junto a la muy versátil y expresiva Cristina Salvador, también sevillana y poseedora de un espíritu farandulero nada desdeñable. En su oferta, toda ella fruto de su entusiasmo y dedicación, letra y música incluidas, hubo lugar para la protesta, el sainete costumbrista, el chascarrillo con final chistoso, la crítica, a veces mordaz, otras veces no tanto, y la mezcla de culturas, con especial hincapié en la conjugación de las que florecieron en Latinoamérica a raíz de nuestra intervención.

Curtido en el jazz y la clásica, ambas disciplinas se notan en la forma que Salim tiene de atacar las teclas del piano, a veces con dulzura, otras con furia, pero siempre con la precisión y la seguridad que aportan los años de experiencia. Salvador expresa también esa facilidad para conectar gracias a su actividad empírica en zarzuela, musicales y canción de autor. En esta última faceta hizo brillar su talento, acompañada al principio de un palo de lluvia para crear una atmósfera intimista y hablarnos de emociones momentáneas, como la hora que duró su recital. A partir de ahí un cuaderno de chorradas les permitió reírse con respeto de la tauromaquia y con justicia de las reveladoras frases (Cuanto peor, mejor para todos) de nuestro último e innombrable ex presidente de gobierno, maestro del engaño y la zafiedad.

En cuanto a la música, Salvador combina la sottovoce, dulce y acaramelada, con la estridencia a máximo volumen, potenciado por un timbre en extremo agudo, adaptando su estética unas veces al estilo de Violeta Parra, otras al toniquete andaluz, especialmente perceptible en una canción que desglosa el menú de un bar, otras con mal rollo para denunciar el control y la manipulación a la que están sometidas nuestras vidas, y mucho son cubano por ejemplo para poner en evidencia la hipocresía con la que a menudo confundimos la buena educación. No siempre piano, ritmo y voz se acoplaron idealmente, pero en general hubo mucha sintonía y complicidad, destacando la capacidad de concentración de Salim para mantener el ritmo obsesivo a toque de cencerro. La tan necesaria concordia en el mundo, la esperanza en las generaciones futuras a través de una nana, o esas buenas intenciones que a menudo incumplimos, formaron también parte de este iconoclasta cabaret que logró la aprobación del público que abarrotaba la sala Martha Argerich de esta ya imprescindible Casa de los Pianistas.