Arte

El Covid y el arte (II)

22 jun 2021 / 08:15 h - Actualizado: 22 jun 2021 / 10:05 h.
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  • Parte de un collage de Teresa Lafita.
    Parte de un collage de Teresa Lafita.

Continuando con lo que escribíamos ayer en estas páginas de EL CORREO DE ANDALUCÍA: Aunque la sociedad en general lo olvide, hay que tener en cuenta las consideraciones que el artista ha podido tener de sí mismo, pero mayormente las que se han tenido de los artistas sobre todo desde el Renacimiento a esta parte. Momentos –sobre todo el primero- en el que comenzó una literatura idealizada en torno a su independencia, como si trabajar entonces para los Papas, el clero, la nobleza, los grandes burgueses, las Exposiciones Nacionales, las multinacionales o los banqueros (es un decir), equivaliese a ser independiente, como tampoco ocurre ahora con el arte que se hace con vistas a Centros públicos o privados, adquisiciones por las Administraciones del Estado, los coleccionistas que no se guían por sus criterios ni gustos personales, sino aquellos –pocos pero exóticos y exhibicionistas de su poderío económico, aunque no tengan ni idea de arte ni sus asesores tampoco- que no obstante son considerados para muchos como los nuevos gurús que mueven los hilos del arte y el destino de los artistas, aunque lo que hacen es estar al servicio de aquellos y del mercado, aunque haya todavía alguien que crea que son los que imponen las tendencias (aunque sean de un cuarto de hora).

Todo ese cuento de la libertad del artista es otra de las mentiras –que no por repetidas son ciertas- si consideramos qué hubiese ocurrido si alguien se hubiese expresado además de ir por libre sin los comitentes antes citados, además al margen de los géneros tradicionales (retrato, paisaje y bodegón entre los profanos; o religiosos y mitológicos entre los otros); o qué hubiese sido -o en realidad qué es lo que ha pasado- con los artistas que no hicieron una obra “a la manera de” por ejemplo MURILLO, VELÁZQUEZ, ZURBARÁN, ROSALES, MADRAZO, ESQUIVEL, EDUARDO CANO DE LA PEÑA, o cualquiera de los academicistas del XIX, por citar algunos relevantes.

El Covid y el arte (II)
Obra de Teresa Lafita.

Al día de hoy nos hemos liberado de bastantes cosas, sobre todo de la obligatoriedad con respecto al estilo, técnicas, exigencias del canon, etc., pero esto tampoco es cierto del todo y poco a poco vemos que tanto el óleo como la pintura figurativa, van quedando para el cartel de fiestas primaverales –o ni siquiera- o para la publicidad comercial, mientras se imponen macro-instalaciones, vídeo arte digitalizado y performativo, o simplemente arte digital o performances.

Como ya digo esto no es una consecuencia del COVID-19, porque ya estaba de antes, aunque la pregunta que me hago es si vamos a seguir soportando esta dictadura que premia al primero que llegue o al que pase por ahí dispuesto a olvidar todo lo aprendido con tal de conseguir un éxito, que pasado unos años, nadie recordará porque su obra se sustituirá por el artista estrella de turno.

Lo que sí será una consecuencia del COVID-19, es que continuemos con los mismos parámetros de antes de que este virus apareciera en nuestras vidas.

A las generaciones nacidas en el XX, les llegó un arte que con sus altos y bajos, sus idas y venidas, tuvo su origen en la Prehistoria, pasó por las Mesopotamia, Egipto, India, China, el imperio azteca o maya, las civilizaciones árabes, grecorromanas, cristianas,...que mantuvieron una serie de principios precisamente hasta las primeras décadas del mismo, sin llegar a la ruptura total que se viene produciendo desde las últimas y aún desde las primeras del XXI.

Gran parte del arte que se produce ahora deviene -y cómo no podría ser menos- del pasado (inmediato o remoto) y del que se ha venido haciendo obviamente para una clientela. Una cartera que la forman además de por los gobiernos, una serie de inversores internacionales a los que les agrada epatar sin que parezcan importarles la calidad, o si la obra que adquieren es una nueva boutade, una actuación espontánea o una ocurrencia incluso antiestética. Para ellos el arte es un show y una manera de hacer caja publicitándose curiosamente con los réditos que les proporcionan los artistas que ellos mismos han contribuido a encumbrar.

Esto tiene que ver con el COVID, sobre todo con sus “secuelas” económicas en lo que respecta al arte, aunque la cuestión venga como digo desde antes y sólo que el COVID no ha hecho otra cosa que delimitar una nueva línea divisoria. Una nueva etapa donde los artistas se plantean –o deberían- continuar con las líneas precedentes o venderse al capital (aunque suene decimonónico también esto), o simplemente dejarse morir de inanición.

Buscar o mezclar los materiales más raros, aumentar el tamaño de las obras, distorsionar las formas, la composición, mofarse incluso de su éxito (de su ¿efímera? repercusión mediática) y rebuscar en los contenedores lo que antes era considerado ready made desde luego hechos con otro enfoque distinto, es lo que se lleva haciendo ya casi un siglo, aunque parece que sigue estando en la mente de algunos autores, como en la de los empresarios y directivos de instituciones que se prestan a esto.

La reflexión que merece haberse hecho desde hace ya bastante tiempo, es si puede definirse estas acciones como arte, pseudoarte o simplemente meterlas en la categoría de circo, con respeto hacia el circo.

Me refiero a aquellos que pretenden aparentar que están en la onda y que presumen de espacio y presupuesto invertido en la obra, porque ambos saben que aunque sea un churro, lo es de muchas cifras. También por el número de veces que la noticias de la compra-venta van a dar la vuelta al mundo –real o virtual- de las redes, la Inteligencia Artificial, los wassaps o de momento, internet.

El autor ¿debe seguir haciendo “estampitas” o comprarse una hormigonera y una rotaflex para acabar definitivamente ya con el arte?

El caso es que todo eso de la libertad del artista y al día de hoy y por donde quiera que lo miremos, es un mito como el de los dioses del Olimpo si es queremos que nos compren algo y aunque no estoy revindicando para nada el regreso al Paleolítico.

Es desde este punto de donde parto para considerar no la muerte del arte (que esa es otra y además falsa), sino en la del artista como tal, ya que si las cosas la “pintaban” mal para los artistas plásticos, mucho peor lo ha puesto la pandemia que ni siquiera ha posibilitado el que se hagan exposiciones físicas, se hagan sin las inauguraciones, sin carteles, sin catálogos, sin publicidad en los medios, sin clientes, etc.

Muchas veces –afortunadamente para mí y para los autores que veo- me pasa que cuando recorro las salas de exposiciones o de algunas dependencias oficiales, hago el juego de reducir de tamaño las obras, sobre todo cuando estas supera el metro y medio de alto o de ancho (por ejemplo una foto que de entrada me parecía magistral). La reduzco hasta convertirla similar a las que hace cualquier currit@ con su cámara o móvil y es entonces cuando se me cae de la pared.

El Covid y el arte (II)
Obra de Teresa Lafita.

Y resulta que esto, que estoy criticando sin tener en cuenta la sinceridad de algunos artistas –aquellos que no hacen su producción ni han jalonado su carrera a base de hacer lo que se lleva en cada momento- es lo que me cierra o nos cierra las puertas de los centros de arte, los Museos de Dubai, los gestores de multinacionales y todo cuanto potentad@ imaginemos, porque ante una sencilla obra hecha en acuarela (por ejemplo) sobre papel y otra realizada en poliuretano expandido fundido con polímeros de tal o cual, no hay duda de cuál adquirirán las entidades o los Grandes Coleccionistas a la Vanguardia de lo que se cuece.

Distinta es la opción de un particular, que adquiere alguna obra porque le agrada aunque nunca será igual la repercusión que tenga el autor, si el destino de su obra va a ser público o privado teniendo como referencia lo que se expone en cualquiera de los Centros de Arte que existen repartidos por la geografía provincial, regional o nacional.

En esta duda metódica, de actitud y responsabilidad ante nosotros mismos, reside según lo entiendo la sinceridad aunque sea a costa de la trascendencia –en vida- de los autores. Dejemos la gloria póstuma y a los miles de artistas que ya nadie recuerda porque su falta de originalidad, fue algo más que patética.

A pesar de todo soy optimista y frente a unos cuantos que en efecto hagan sus obras de cara a “la galería”, son muchos más los que luchan cada día de su vida por intentar de la mejor manera que puedan, que con el arte se contribuye a la armonía de un mundo que parece debe estar siempre en conflicto.

A lo que parece, el artista debe ser un ente que vive en una burbuja, al margen (automarginado por voluntad propia o circunstancial), de esa gran parte de la humanidad que también tiene que ganarse su subsistencia con trabajos precarios, economía sumergida, buscando incluso en los contenedores o dedicándose a trabajos que pudieran ser considerado esclavos hace no tanto tiempo.

Si hiciéramos una encuesta callejera sobre esto, una mayoría sigue pensando que los artistas somos unos privilegiados, “alguienes” que tenemos nuestra vida segura porque ya de por nacimiento somos ricos, o peor aún, que somos unos vagos, unos parásitos sociales, unos outsiders y otras cosas del género.

Artistas hailos, y por supuesto que subvencionados, favorecidos por los partidos políticos en el poder, agraciados con los beneficios de algunas entidades financieras, lo cierto es que son una minoría, una especie de élite que hagan lo que hagan siempre serán recompensados con exposiciones y/o adquisiciones.

Esto tampoco es del todo así y habría que matizar, poner nombres y apellidos, denunciar favoritismos injustos, exigir luz y taquígrafos como se ha hecho siempre, publicitar aún más las convocatorias y sobre todo y dado el alto coste que supone una exposición: fomentar que la colaboración de empresas e instituciones, sean mucho mayores que ahora.

El COVID-19 ha impedido –salvo excepciones- los catálogos en papel y a veces hasta digitales o han corrido a cargo de los propios artistas, pero lo cierto es que muchas exposiciones pasan sin que nadie haya hecho el menor esfuerzo para difundirlas (y estamos en lo mismo: salvo los más consagrados o los que tengan sus contactos entre patrocinadores), o corran a expensas de los artistas.

En un momento dado todas las convocatorias son idóneas siempre y cuando no se seleccionen a los mismos conocidos, en detrimento de los que no lo son; que no se base en los link como baremo de la calidad de una obra, en el número de veces que es citado o consultado un trabajo qu*e ha exigido a veces bastantes años de esfuerzo, sobre todo porque estamos en lo mismo: en que para eso se necesita tiempo –si no se tienen previamente- para las relaciones públicas, un tiempo que el autor ha empleado precisamente en hacer y no difundir su propio trabajo.

Y digo que no, porque esto es aleatorio, son cuestiones ajenas al arte, aunque vayan siendo -no la formación ni la experiencia- sino otros (facebok, instagram, twitter) los baremos actuales.

A pesar de lo dicho no todo es negativo. Vamos a poner una vela a la esperanza ya que a propósito de esto, hay que destacar las convocatorias de adquisición de obras de arte que ha hecho la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, las que se han denominado “compras covid”, aunque no son suficientes. También, las que ha hecho el Ayuntamiento de Sevilla, pero lamentamos que no sean más las instituciones que unieran sus esfuerzos al fomento, promoción y adquisición. No es una ayuda, es la mejor manera de valorar el trabajo y reconocer a los autores.

Pero vamos a lo que vamos, los efectos del SARS, COVID, C.19, o como quiera que se denomine a este virus que aparte de cerrar bares, hoteles, comercios en general, aplicar ERTES o ERES, y subir impuestos, etc., etc., etc., ha dejado a muchas personas en la indigencia y a los artistas también.

Aparte de que el número de ventas se haya reducido al mínimo, otra de las consecuencias más drásticas por la que estamos pasando muchos artistas –e incluso los consagrados- es que todos hemos debido bajar los precios, y sí, también es cierto que muchos estaban inflados y los autores supervalorados. Pero de ahí a que se vendan las obras a costo o a pérdidas, dista mucho. Y eso, en el caso en que se vendan.

Si fuésemos sinceros, si se hiciera una encuesta a los artistas sobre cómo les ha ido desde que se comenzó a hablar del COVID-19, el confinamiento, la limitación del aforo, el cierre de salas y museos,...la respuesta posiblemente sería que mal, aunque no se reconozca en público lo que se dice en privado entre los íntimos. Lo que no se declara en las redes ni en la prensa donde todo es –o parece- “wonderfull life”.

Por cuestiones del D.N.I. voy siendo consciente de que mi tiempo pasó y es difícil asumirlo. Pero si de algo sirve la pequeña parte de experiencia que he tenido, me agradaría que sirviese también como advertencia hacia los jóvenes, para que no caigan en las trampas de moda, fama, mercado, apoyar ideologías en las que no creen en absoluto, frivolidades,... si es que no quieren caer en el olvido ante la promoción inmediatamente siguiente, que seguro tendrán ideas más claras que nosotros, a quienes el COVID-19 nos ha cogido en un tiempo que en historiografía se conoce como de bisagra.

El libro de reclamaciones está pues abierto para todos los que tengan que reivindicar situaciones desfavorecidas, por tanto, no cierro estos artículos confiando en que como tantas personas en el mundo, los artistas tendremos recompensa económica por hacer nuestro trabajo, posibilidades de exponer, que los comentaristas se ocupen de lo que hacemos, y de que se adquieran obras en la medida de todas las posibilidades. Esto también es hacer política, además de hacerlo con los buriles, los pinceles, una pantalla o un ordenador portátil.