La Gazapera

El día que se fue Enrique Morente

Fue una referencia imprescindible para entender toda una época, la suya, quizá de las más importantes de historia del flamenco

Manuel Bohórquez @BohorquezCas /
07 dic 2018 / 09:07 h - Actualizado: 07 dic 2018 / 09:13 h.
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  • Enrique Morente. / Javier Díaz
    Enrique Morente. / Javier Díaz

El próximo jueves se van a cumplir ocho años de la muerte de Enrique Morente Cotelo (Granada, 1942-Madrid, 2010), para mí una de las grandes mentes del cante jondo. Sí, jondo, porque todavía hay quienes dicen que el maestro de Granada no era flamenco. Más o menos lo que pasaba con Silverio y Chacón, que para todo un escritor como José Manuel Caballero Bonald, que no un entendido, eran solo dos “copleros”. También se dice lo mismo de Marchena o de Arcángel.

A punto de cumplirse ocho años de su marcha, es importante destacar el hecho de que se le eche tanto de menos. No solo como cantaor, que lo fue y de los más grandes, sino como referencia imprescindible para entender toda una época, la suya, quizá de las más importantes de historia del flamenco. Y no solo su época, sino etapas anteriores que él reivindicó como pocos, rescatando del olvido a Chacón o valorando a figuras que no fueron precisamente de primera línea, como eran Pepe el de la Matrona, Bernardo el de los Lobitos, Rafael Romero o Aurelio Sellés.

Curiosamente, quienes más echan de menos a Morente son los jóvenes que apenas lo conocieron y que empezaron a amarlo el día después de su muerte. Sobre todo una juventud no contaminada por la flamenología de los prejuicios. El día que enterraron al maestro en Granada pude hablar con decenas de jóvenes que no se consideraban aficionados al cante, sino amantes de Enrique. Lo veían ya como un líder al que seguir, pero sin ese fanatismo que vemos a veces en la camaronmanía o el povedismo.

Hablé muchas veces con Enrique sobre esto, que él nunca entendió muy bien. Una noche en la que tomábamos copas por el centro de Sevilla nos encontramos con un conocido marchenero, es decir, un seguidor acérrimo de Pepe Marchena, quien al reconocer al maestro granadino se pegó a él como una lapa y empezó a elogiar de una manera desmedida al genio del pueblo de Marchena. Tras dos horas aguantándolo, cuando se fue me dijo: “Ojalá no me pase los mismo que a Pepe cuando me vaya”. No le gustaban los fanatismos y se ocupó de que no naciera el morentismo.

Años antes de su muerte detectó un movimiento a su favor para que se le diera la Llave del Cante, antes de que la recibiera Antonio Fosforito. Era un movimiento con gran influencia en las instituciones del Estado. Me llamó una noche a casa muy preocupado y me pidió que en la medida de mis posibilidades evitara que la idea tomara fuerza. Pero sobre todo, que no me uniera jamás a ese movimiento. No es que le disgustara la idea de recibir un galardón tan importante, que tuvieron cantaores a los que él admiró mucho, como fueron Vallejo y Mairena. Pero sabía que irían a por él en cuanto saliera el asunto en los medios de comunicación. Cuando se la dieron a Fosforito, Lebrijano preguntó que cómo se le podía dar la Llave del Cante a un mudo.

Morente fue siempre un artista con las ideas muy claras y de un enorme talento natural. Llevó su carrera como quiso sin tener en cuenta la mayoría de las veces los consejos que le daban amigos u otros cantaores. En este sentido, recuerdo que una tarde tomábamos café en Sevilla y nos encontramos a Chocolate en la misma cafetería. Se dieron un abrazo y hablaron un poco sobre el cante, mucho de Marchena. “No le des mucho rodeo al cante, Enrique”, le dijo Antonio. Y el maestro, que tenía mucha gracia, aunque había que entenderlo, le espetó: “Tranquilo, Antoñico, que con que vayas tú por derecho ya es bastante”.

El antimorentismo se vino abajo en cuanto murió Morente. Muchos conocidos antimorentistas son ahora, al menos, respetuosos con él y con su obra. No hace muchos días hablé con un gran cantaor sevillano que pocas veces había hablado bien de Morente. Lo puso de genio imprescindible. Tampoco hay que exagerar. Pero en solo ocho años desde que se fue aquel aciago 13 de diciembre de 2010 –cómo pasa el tiempo–, el maestro se ha ganado a decenas de miles de aficionados, que, ahora sí, lo respetan y admiran.

Que eso esté pasando sobre todo en Sevilla, ciudad que Morente adoraba, es algo que me produce una enorme satisfacción porque perdí muchos amigos o lectores por decir hace más de treinta años que Enrique era un genio. Lo dije en Televisión Española, en una entrevista que me hizo María Ávila. Precisamente la misma noche que me presentaron al maestro en Madrid.