Entradas a la tercera fase: El Museo de las Ilusiones llega a Sevilla

El museo, localizado en la calle San Eloy, abrirá de lunes a domingo, de 10:00 a 22:00

Julio Mármol julmarand /
27 may 2021 / 04:14 h - Actualizado: 26 may 2021 / 15:16 h.
"El Museo","Física","Ciencia ficción","Infancia","La calle","Pandemia"
  • Una de las guías de Museo atraviesa el Túnel del Vórtice
    Una de las guías de Museo atraviesa el Túnel del Vórtice

Una pasarela de hierro atraviesa la oscuridad. Sobre el que la cruza, una lona gira y se sacude, emitiendo destellos púrpuras, rojos y azules. La estructura hace pensar en una de esas plataformas de fantasía a través de las cuáles se pasa de una dimensión a otra, de un tiempo a otro, y de un mundo a otro. Martina le pide a los que se atreven a trasponerla que no intenten agarrarse al pasamanos. El que obedece, de todas formas, lo hace por poco tiempo. La gravedad insiste en imponer su ley en esos metros de zozobrante tiniebla, propios de la entraña de una película de ciencia ficción en la que el protagonista jamás regresa a la que, al comienzo, fue su cotidiana vida.

Esta atracción pertenece al recién llegado a Sevilla Museo de las Ilusiones, ubicado en la calle San Eloy 28. Procedente de Croacia, como las corbatas, la corriente alterna o los pases con el exterior de Modriæ, el Museo de las Ilusiones tiene sedes en varias ciudades del mundo, desde Nueva York a Madrid. Pero faltaba Sevilla.

Entradas a la tercera fase: El Museo de las Ilusiones llega a Sevilla

«Nosotros nos referimos a este museo como el verdadero museo del siglo XXI. Es una mezcla de educación y de entretenimiento», dice Martina Èurila, directora del Museo. Quienes trabajan con ella, hablan del lugar como de su propio hijo. «Todos hacemos lo posible por cuidarlo y criarlo como si fuese nuestro», comenta, entre carcajadas, una de las guías del museo. Sobre el arco anómalo de las mascarillas, los ojos de los empleados del Museo recuperan, por unos segundos, el resplandor de la infancia. También en esto hay algo de tránsito sideral, o de viaje al pasado.

«No todos perciben las ilusiones de la misma forma«, dice Ana, una de las trabajadoras del Museo. Para no sugestionarlos, prefieren preguntar primero qué ven los visitantes antes de explicárselo ellos. Señalando a una espiral hipnotizadora (no la mira uno demasiado por aquello del pudor freudiano), revela que algunos, al hacer girar la rueda, ven una bola y otros, un rectángulo. Saber que la percepción de la realidad es subjetiva y en ocasiones aberrante es cosa para la que basta leer un par de periódicos, pero ahora también puede comprobarse en un museo.

«Necesitábamos un museo así«, dice Martina. La pandemia, la distancia social, el desinfectante convertido en indumentaria inevitable, es una atmósfera que se rompe, como por encanto, al entrar en el Museo de las Ilusiones, donde se está permitido tocar las exhibiciones, corretear entre las plataformas y tomarse tantas fotos como la vanidad de cada uno le requiera. En una de las cámaras, el visitante se ve rodeado de espejos hasta el punto de descubrirse, no siempre para su satisfacción, perfiles y rasgos que desconocía. El paraíso de un narcisista o el infierno del retraído, aunque no deja uno de preguntarse qué habría ocurrido con Orson Welles si se le hubiese antojado rodar La dama de Shanghái en el Museo de las Ilusiones que, también, se encuentra en esa ciudad. Quizá el final hubiese sido otro.

El cuerpo humano posee un trágico, por inmediato, acomodo a lo insólito, tanto si lo inhabitual es la muerte de centenares de personas cercanas a causa de un virus jamás oído como si se trata de un amor repentino, con lo que acaba siendo arduo y a veces dramático el retorno a la realidad cuando lo extraordinario ha pasado. Por eso, al abandonar el local, que abrirá de lunes a domingo, de 10:00 a 22:00, se encuentra uno extraño al verse transportado a un mundo en el que el horizonte no es vertical, y donde los espejos, como escribió Borges, cometen la atrocidad de duplicar (pero no pasan de ahí) al ser humano. A lo lejos, sobre los tejados del Casco Antiguo, se levanta la Giralda. Para un croata, quizá verla por primera vez sea una ilusión más hipnótica que los embrujos pasajeros y mareantes de la física.