«Es fantástico que los profesores de la ROSS sean dueños de su orquesta»

Por encima de modas, Nacho de Paz es el nombre más importante de la joven dirección orquestal en España. Comprometido con la creación actual y con numerosos proyectos, debuta esta semana al frente de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla

22 mar 2017 / 22:17 h - Actualizado: 22 mar 2017 / 22:17 h.
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  • El director de orquesta asturiano Nacho de Paz, fotografiado ayer en su camerino del Teatro de la Maestranza. / Manuel Gómez
    El director de orquesta asturiano Nacho de Paz, fotografiado ayer en su camerino del Teatro de la Maestranza. / Manuel Gómez

Su presencia en la ciudad se ha hecho esperar mucho más de lo deseable. Pero al fin Nacho de Paz (Oviedo, 1974) se pone al frente de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS). Lo hará hoy y mañana a las 20.30 horas, en el séptimo programa de abono de la temporada que tendrá lugar en el Teatro de la Maestranza (entradas, de 18 a 29 euros). El concierto estará basado en piezas de Rossini, Botessini, Mendelssohn, Ginastera y Piazzolla, contando con una amplia comparecencia de solistas de la propia orquesta.

—¿Cómo surgió la invitación?

—Fue una iniciativa del propio director titular de la ROSS, John Axelrod. Mi agente le había mandado un dossier mío y quiso conocerme. Me crucé España en un día para compartir un café con él y tuvimos un excelente entendimiento. Se interesó mucho por mi perfil, muy volcado hacia la música contemporánea, pero abierto también a otros mundos, como la zarzuela y el crossover, en definitiva dispuesto a proyectos especiales. Ojalá este sea el comienzo de una relación fructífera como invitado.

—Se hace cargo de un concierto muy singular, entre el clasicismo y el siglo XX, con numerosa presencia de solistas.

—Ensayé con los seis solistas hace 15 días, en un encuentro que tuve con ellos antes de los ensayos oficiales, por así decirlo. Esto es excepcional, me recuerda mucho a los grupos de música contemporánea; de manera análoga, siento que aquí los profesores son también dueños de la Sinfónica, no se limitan a tocar y punto. Tienen su propio comité artístico en el que proponen ideas.

—¿Tiene en cuenta los aportes de la interpretación histórica a la hora de abordar el repertorio clásico?

—Es complicado hacer una versión historicista cuando tienes delante a una orquesta con instrumentos modernos. Provengo de la escuela rusa, y tengo una manera muy particular de aproximarme a obras como las de Rossini y Botessini que interpretaremos. Me gusta el fraseo en forma de campana, con frases largas que permiten respirar a la música. El peligro del clasicismo es que se convierta en algo tedioso. Esto lo aplico también cuando hago música contemporánea, en la que no hay una tradición interpretativa y en la que los músicos habitúan a ser muy buenos virtuosos, grandes ejecutantes, pero corren el peligro de centrarse solo en sus notas, olvidando la perspectiva, el sentido global de toda la obra.

—En la segunda parte hará Ginastera y Piazzolla, o lo que es lo mismo, los dos grandes músicos argentinos del siglo XX...

—Ginastera es más mi terreno; y en algo se asemeja a Stravinsky. Astor Piazzolla es un amor personal; es un poco un Bach del siglo XX, por su pasión por explorar las posibilidades del contrapunto. Siempre digo que dio nueva vida al tango, lo intelectualizó, y esto me interesa mucho. Son dos visiones contrastantes de la música argentina del pasado siglo que creo que funcionarán muy bien en reunión.

—Recientemente también se ha acercado a un género, en principio tan alejado de usted, como la zarzuela. ¿Qué propició el contacto?

—Le reconozco que nunca lo hubiera abordado por iniciativa propia. Me llamaron de la Fundación Guerrero y me lo propusieron. Yo dije: «¿Cómo?» Entonces me explicaron que buscaban a un director sin relación con la zarzuela, que creían que está tenía muchos lastres interpretativos. Me pidieron que la abordara ¡como si dirigiera a Stockhausen! Porque es verdad que la tradición es importante, pero también genera clichés. Llegaron entonces a mí partituras de Torregrosa, Quinito Valverde y Pablo Luna. De ellas hice mis propias ediciones; añadí dinámicas, articulaciones y separé diferentes planos. Ha sido un trabajo muy meticuloso que me ha enseñado a profundizar en la elegancia del melodismo, en la flexibilidad.

—¿Ha sido un problema para el desarrollo de su carrera presentarse como director especializado en música contemporánea?

—Al principio solo me interesaba la música de mi tiempo, que es con la que sigo teniendo una afinidad más natural. Mis maestros rusos –Mazoun, Goldfarb, Kvernadze– me enseñaron a respetar mucho la figura del compositor. Pero luego mi repertorio se ha ido abriendo de forma paulatina.

—¿Es el maestro Arturo Tamayo la figura que más le ha influenciado?

—Sin ninguna duda. Fue una revelación conocerle y ser su asistente. Aprendí disciplina y admiré su compromiso con la música de hoy. Me enseñó que dirigir es una manera de componer; tal es la enorme dedicación que conlleva abordar, estudiar profundamente, una partitura actual.

—¿Cuáles son sus próximos compromisos?

—Haré el Nosferatu, de Sánchez-Verdú, en el Teatro Arriaga de Bilbao en unos días. Luego me espera la RTVE y en 2018 estaré de gira con el Ensemble Phace y la obra An Index of Metalls, de Fausto Romitelli. Y en breve ha de publicarse un disco monográfico con obras de Alberto Posadas.