-
- La ganadora del premio Fernando Lara, la periodista y escritora Sonsoles Ónega, muestra el galardón recibido ayer en la Feria del Libro de Sevilla junto a autoridades y miembros del jurado. / Manuel Gómez
- El escritor Blue Jeans, firmando ayer ejemplares en la Feria del Libro. / Manuel Gómez
- Pie de foto. / firma de fotógrafo
- Pie de foto. / firma de fotógrafo
La gran mayoría de los escritores, es sabido, carecen de vanidad. Sin embargo, incluso los más aislados en sus soledades, los más atrincherados en su torre de marfil, acaban sintiéndose extrañamente halagados al contacto con el público, y de ahí a convertirse en monstruos, como los Gremlins al contacto con el agua, hay solo un paso. A veces se trata solo de un arrebato casi imperceptible, pero otras veces, si los observamos de cerca, podemos asistir a auténticas explosiones de vanidad.
La escalada general, en todo caso, se produce progresivamente, de menos a más, desde la mañana hasta la noche. El mediodía, por ejemplo, es la hora libre de vanidad en la que León Molina imparte un taller de aforismos a jóvenes estudiantes del instituto Porta Celis. A forismos, han leído bien, género pequeño por definición, a salvo de la jactancia, aunque con el auge que está cobrando en los últimos tiempos –una mesa se ocupó de debatirlo ayer mismo– cualquier día van y nos lo arruinan. «Mi antología Verdad y media contempla a más de 90 autores, y he trabajado sobre 40.000 aforismos. Algún presuntuoso se cuela en medio de este boom, seguro», dice Molina.
Impermeable a la vanidad se dejaba ver también a esas primeras horas Manuel Pedraz, de Radio Nacional de España, que micro rojo en ristre lleva un buen montón de ediciones de la Feria emitiendo desde la Plaza Nueva sus Historias de papel, y ahí sigue. «Estamos con la Feria desde que estaba en los jardines de Murillo», recuerda. «Entonces teníamos hasta stand propio, que una vez se inundó después de que nos cayera una manta de agua. Esto siempre ha sido una profesión de riesgo». Lejos de dormirse en sus laureles, sigue cumpliendo con su cita anual, siempre cerca –como buen periodista– de la caseta de Prensa y la de Información, que es donde mejor se pesca a los escritores, vanidosos o no.
«Miren, yo soy escritor, aunque no sea conocido todavía. Y me han dicho que aquí en la Feria del Libro es donde me pueden publicar una novela que tengo». Eso mismo planteaba ayer un señor entrado en años en una de las citadas casetas, flanqueado por un guiri que preguntaba con el acento irish de Ian Gibson dónde está el edificio Laredo, y otro asiático, más desnortado, interesándose por el palacio de san Telmo. Según el personal de la FLS, estas presencias, tanto de letraheridos en busca de gloria como de turistas que confunden la Feria con Fitur, suponen un goteo constante de visitantes.
CON BICHO O SIN BICHO
Manuel Vicent, que visitará la Feria del Libro la semana que viene, solía comparar este tipo de eventos con los caracoles, y a las casetas con las que tenían «bicho» –es decir, escritor en disposición de firmar– y las «sin bicho». Y hablaba también, como han hecho otros después, del pique no siempre sano que se establece entre los bichos que firman poco o nada, y los que despliegan ante su concha una fila kilométrica de lectores.
Ayer se dio por la tarde un duelo de titanes en este sentido, pues coincidieron firmando a la misma hora Blue Jeans y Elisabet Benavent. El chico de la gorra, que se forjó en internet y fue descalificado en sus comienzos como una versión light de Federico Moccia, de quien adoptó cierta estética, ha consolidado su trayectoria y cada vez que asoma por la Plaza Nueva su legión de fans adolescentes le sigue fielmente.
Con más de un millón de ejemplares vendidos, Francisco de Paula, nombre real de Blue Jeans, es la demostración de que el éxito comercial no corrompe necesariamente: sigue siendo un chaval sencillo, dotado, eso sí de una gran actividad en redes y de extraordinaria memoria, que le permite preguntar a sus lectoras si su perro enfermo está ya mejor, o darles el pésame por la muerte de una tía lejana. Un caso increíble.
Benavent, por su parte, que cautiva a un tipo de público también joven y sensible, lo clava al definirse: «Podría hablar de mí en tercera persona, que queda como muy guachi, pero prefiero seguir siendo yo misma». Será guachi, sí, pero hablar de uno en tercera persona es el primer síntoma de que se ha enfermado de vanidad, y la autora de La magia de ser Sofía y La magia de ser nosotros parece querer vacunarse contra ese mal.
El marido de Benavent, como saben sus seguidores, se hace llamar Mr. Coqueto. Pero para coquetos, los invitados a la cena de gala del premio Fernando Lara de novela, que tras el pregón es cada año el verdadero pistoletazo de salida de la FLS.
Glamour –que no vanidad– a raudales el que desfiló por la alfombra roja de anoche, con nombres tan elegantes –en persona y en libro– como Felipe Benítez Reyes, Joaquín Pérez Azaústre, Félix Modroño, Salvador Compán, Eva Díaz Pérez, Braulio Ortiz Poole, Francisco Reyero, Luis Manuel y Daniel Ruiz García, Sara Mesa, Nativel Preciado, Guillermo Busutil, Jacobo Cortines, José Luis Ferris, Paloma Sánchez Garcica y José Daniel Serrallé. También pudo verse a los alcaldes de Tomares, Mairena y El Pedroso, así como a figuras tan populares como el diestro Curro Romero o el dramaturgo Salvador Távora.
Un jurado con no menos glamour, formado por Ana María Ruiz Tagle, Fernando Delgado, Clara Sánchez, Pere Gimferrer y Emili Rosales, decidió conceder por unanimidad el galardón Fernando Lara a la periodista y escritora Sonsoles Ónega por su obra Después del amor todo son palabras, una historia de «amor y sufrimiento en tiempos convulsos», según adelantó la editorial.