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miércoles, 27 septiembre 2023
El reportaje literario

Fernando Pessoa, el poeta fingidor del desasosiego

Del mayor y más misterioso poeta portugués del siglo XX, y probablemente de todos los tiempos, se atreve el editor sevillano Pedro Tabernero a presentar en el Instituto Cervantes de la mismísima Lisboa una desasosegante entrega de su serie ‘Poetas y ciudades’, con fantásticas ilustraciones de Manuel Maqueda

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
25 jun 2023 / 10:17 h - Actualizado: 25 jun 2023 / 10:22 h.
"El reportaje literario"
  • Fernando Pessoa, el poeta fingidor del desasosiego

Fernando Pessoa (1888-1935), conocido como el “desaparecido” hasta el punto de que muchos de sus amigos se enteraron de que había muerto casi una semana después, era un impuntual impenitente, y una tarde en que había quedado con el escritor José Régio apareció como tres horas después declarando ser Álvaro de Campos y disculpando a Pessoa por no haber podido acudir. En realidad aquella salida torera no era una broma, sino la confirmación de que la mayor de todas sus creaciones no era en sí ninguno de sus libros, sino la consolidación de sus propios heterónimos, que no son exactamente pseudónimos, sino personalidades poéticas absolutamente completas, con vida, obra y hazañas propias, hasta el punto de que se volvieron más verdaderas que el propio autor de veras, que en el caso de Fernando Pessoa se llamó ortónimo y que, con el paso del tiempo y de su propia muerte, se convirtió en un heterónimo más de entre los más de 70 –el brasileño José Paulo Cavalcanti Filho llegó a presentar una lista de 127 nombres- que llegaron a coexistir en el propio devenir literario del más grande autor portugués del siglo XX.

El poeta es un fingidor. / Finge tan completamente / Que hasta finge que es dolor / El dolor que en verdad siente”, llegó a escribir otro de sus más célebres heterónimos, Bernardo Soares, de los poquísimos que ni siquiera tienen fecha de fallecimiento y que por tanto parecen disfrutar de una categoría que va más allá de la eternidad. Tanto es así, que esta misma semana, cuando se presentó en el Instituto Cervantes de Lisboa el último libro de la colección Poetas y ciudades del prolífico editor sevillano Pedro Tabernero, titulado La Lisboa del desasosiego, nadie pudo confirmar a ciencia cierta que Bernardo Soares no asistiera también en calidad de invitado, como lo hicieron algunos de los escritores que participan en el proyecto de Tabernero, es decir, en el exquisito objeto digno de colección que es cada uno de estos libros de gran formato: el propio pintor de las ilustraciones, el madrileño y residente en Vejer de la Frontera Manuel Maqueda, y otros escritores que analizan el gran libro de Soares cuyos seleccionados fragmentos insisten sobre todo en la Lisboa de Pessoa: Manuel Moya o Fernando Cabrita.

Fernando Pessoa, el poeta fingidor del desasosiego

Pessoa había nacido allí, en Lisboa, el día de San Antonio de 1888. En realidad, se llamaba Fernando António Nogueira Pessoa, y así constó en su identidad oficial –otra cosa fue su múltiple identidad literaria- hasta que murió de cirrosis en el mes de todos los muertos de 1935, con 47 años, también en Lisboa. Sin embargo, buena parte de su infancia y su primera juventud –y por tanto de su más elemental formación- no la pasó en la capital portuguesa, sino en la colonia británica de Durban (Sudáfrica), pues hasta allí tuvo que marcharse con su madre cuando esta se casa en segundas nupcias con el comandante Joao Miguel Rosa, cónsul de su país en aquella ciudad africana. Como tuvo que compartir desde muy pronto la atención de su mamá con los demás hijos del padrastro, Pessoa se acostumbró desde el principio al aislamiento y la introspección, que no solo le permitieron destacar como alumno brillante en el idioma de su educación inglesa, sino conocer en profundidad a los mejores escritores de aquella lengua, desde Shakespeare hasta John Keats, pasando por Lord Byron, John Milton o Edgar Allan Poe. No hay que olvidar que toda la obra de Pessoa publicada en vida –excepto el libro Mensagem, ya de 1934- es en inglés, una lengua que le permitió vivir toda su vida como traductor de correspondencia comercial desde que, a los veinte años, y ya de vuelta en Lisboa, donde había empezado a vivir con su abuela Dionísia y sus dos tías, se organizó de tal manera que trabajaba traduciendo solo dos días a la semana para dedicarse el resto a su creación literaria. Aquella introspección infantil, además, había provocado que creara, casi siendo un niño aún, su primer heterónimo, Alexander Search, que le permite cartearse consigo mismo.

Fernando Pessoa, el poeta fingidor del desasosiego

Vida multiplicada

Pese a los múltiples heterónimos de Pessoa, hay que reconocer que los más destacados fueron Alberto Caeiro, aquel campesino sin estudios que sin embargo se pasó la vida escribiendo poesía y que resumió su poética en un verso (“Hay suficiente metafísica en no pensar en nada”), Álvaro de Campos (“La mejor forma de viajar es sentirse”), quien precisamente acusa más la preocupación de no saber quién es realmente (en Tabacaria se preguntará “¿Cómo voy a saber lo que voy a ser, yo que no sé lo que soy?” y “¿Ser lo que yo pienso? ¡Pero pienso en ser tantas cosas!”) y Ricardo Reis, que se define a sí mismo como latinista y monárquico... Pero hay otro heterónimo, justamente Bernardo Soares, el autor final del Libro del desasosiego sobre el que Tabernero ha creado ahora –con los fragmentos que mejor focalizan la capital portuguesa- La Lisboa del desasosiego. La obra original -que primero fue firmando el mismo Pessoa y luego el heterónimo Vicente Guedes- consta de más de 500 fragmentos de diario y divagaciones sobre asuntos de la vida cotidiana, o filosóficos, escritos entre 1912 y 1935. El libro, que quedó desordenado, se toma como la autobiografía de Bernardo Soares, y su argumento parece simple: un hombre oscuro que trabaja en una sombría oficina de la Rúa dos Douradores a las órdenes de un patrón idiota mira el mundo desde su propia insignificancia pero también desde su lucidez y extrema agudeza. “Toda la literatura consiste en un esfuerzo para hacer real la vida”, dirá, como un personaje quijotesco que, en efecto, busca su modo de estar en un mundo que no es el suyo mientras sabe que no tiene otro y articula lemas vitales como “Vivir es ser otro” o “Mi ideal sería vivir todo en forma de novela”.

Fernando Pessoa, el poeta fingidor del desasosiego

Al fin y al cabo eso es lo que hizo el propio Pessoa con su pacata vida hasta el punto de convertirse a sí mismo, sin sospecharlo entonces, en un auténtico icono de la propia urbe portuaria, como nos recordará Manuel Moya en uno de los magníficos textos introductorios de Tabernero: “La figura del archipoeta se nos aparece por doquier”, dirá, “lo mismo en una pintada callejera que en el interior de una cafetería, en el reclamo de un negocio, en el nombre de un hotel, en una placa municipal, en unos versos garabateados en un callejón, en el apartado verde de las guías turísticas, en un azulejo de la rua Alecrim, tras el cristal de un escaparate, en una pintada anónima, en una tienda de souvenirs, grabada en el asfalto, en un fado cantado en la rua d’Atalaia, en una tarjeta postal, en la servilleta de un café, en la melopea de un mendigo, en una galería de arte, en una estatua, en la cabeza de un guía turístico, en la foto de un bar, en los escaparates de las librerías, en un folleto, en la presentación de un nuevo libro...

Fernando Pessoa, el poeta fingidor del desasosiego

El libro no se publicó, póstumamente, hasta que en 1982 no se decidió a ello un equipo de estudiosos liderados por Jacinto do Prado Coelho. En nuestra lengua, la primera edición fue la de Ángel Crespo en 1984 y fue esta la que le abrió sus posibilidades internacionales. “La Ciudad del Desasosiego es la ciudad que Pessoa vio como si fuera la primera vez –a pesar de haber nacido allí- al llegar a ella en los primeros años del siglo XX”, dice el portugués Fernando Cabrita en el primer texto que invita a la lectura del libro de Tabernero... “En esos años donde él era feliz y nadie había muerto todavía, la Lisboa que le había quedado no podía ser más que una ciudad cribada por la mirada de un niño”. Manuel Moya, por su parte, recuerda que “todo adolescente es en esencia un extranjero, pero Pessoa lo era más, porque sus años coloniales lo han convertido en un inglés, que se expresaba en inglés y que sigue atado de pies y manos a la cultura británica, de cuyos caudalosos ríos bebe. Esta circunstancia le hace ver a Lisboa desde afuera, con toda la distancia cultural de un extranjero”. Y añade: “Sus sueños iniciales consistían en marcharse lo antes posible de esa ciudad que le retrotrae a su trágica infancia, y que tal vez por eso mismo considera ajena a él. Pero las cosas no salen como hubiera deseado y se ve obligado a permanecer en Lisboa el resto de sus días. En 1909, coincidiendo con sus primeros trabajos de traductor en casas comerciales, que a la postre sería su profesión, Fernando Pessoa abandona el inglés y sus sueños ingleses y adopta la lengua portuguesa como su identidad. A partir de ahí su obra crece exponencialmente y va interiorizando esa ciudad y esa nueva cultura y a ambas las recorre en todas direcciones”.

Fernando Pessoa, el poeta fingidor del desasosiego

En otro momento, dirá lúcidamente Moya: “La Lisboa del desasosiego no es una Lisboa real, aunque en ella se destile lo real, sino una Lisboa soñada, investida de alma, universal. Un alma cristalizada, consustanciada en ciudad. Por un simple fenómeno de ósmosis, Pessoa se convertirá en el cantor de un paisaje urbano que lleva adherido a su carne, convirtiéndolo en su segunda piel. Leer en la ciudad del desasosiego es como acceder al corazón encubierto de la ciudad, recorriendo un espacio mítico que, casi cien años después de la muerte de su cantor, parece seguir en pie”.

En primera persona

Cuando Pessoa tiene 31 años conoce a una joven de 19 llamada Ofélia Queiroz, y se le declara. Es su breve noviazgo le envía cartas que se conservan, incluso las que provocan que la relación se interrumpiese por las propias extravagancias del escritor, que llega a firmar algunas de sus misivas supuestamente amorosas como Álvaro de Campos. “Toda mi vida gira en torno a mi obra literaria, buena o mala, lo que sea, lo que pueda ser”, llega a escribirle. “Todos tienen que convencerse de que soy así, de que exigirme sentimientos –que considero muy dignos, dicho sea de paso- de un hombre común y corriente es como exigirme que sea rubio y con los ojos azules”.

Primero firmado por Vicente Guedes y luego por Bernardo Soares –el más Pessoa de todos-, el Livro do desassossego contiene miradas que nos van paseando por una Lisboa íntima y por eso mismo eterna: “Hay en Lisboa un pequeño número de restaurantes o casas de comida en las que, sobre una tienda con hechuras de taberna decente, se alza una casa de almuerzos con el aspecto pesado y casero de un restaurante de pueblo sin estación. En esos figones, salvo los domingos, en que son muy frecuentados, lo habitual es encontrarse con tipos curiosos, caras sin interés, una serie de marginados de la vida...

Será Bernardo Soares, en Autopsicografía, quien, al respecto del dolorido poeta fingidor, nos apele a nosotros, los lectores: “Y quienes leen lo que escribe, / Sienten, en el dolor leído, / No los dos que el poeta vive / Sino aquél que no han tenido. / Y así van por su camino / Distrayendo a la razón, / Ese tren sin real destino / Que se llama corazón”.


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