Filósofos que pasean y que salen por la tele

Tecnos lanza ‘Aurora’, de Nietzsche, y ‘Conversaciones con Bertrand Russell’, dos formas de enamorarse de pensar

24 feb 2017 / 19:56 h - Actualizado: 24 feb 2017 / 22:26 h.
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  • Fotocomposición con los filósofos Friedrich Nietzsche y Bertrand Russell. / El Correo
    Fotocomposición con los filósofos Friedrich Nietzsche y Bertrand Russell. / El Correo

Excesivo hasta el final, Friedrich Nietzsche paseaba ocho horas todos los días. Llevaba consigo una libretilla de periodista, de apenas 10x15, donde anotaba todo lo que se le ocurría por el camino, que no era poco ni simple. Por tirar más a lord inglés en estado de reposo que a andarín atribulado, a Bertrand Russell no le iba tanto la marcha y probablemente gastaba menos papel en anotaciones que su bigotudo colega, pero no importa porque en sus tiempos ya existía la tele y en ocasiones salía en ella para popularizar sus ideas. Ambos filósofos, con sus atroces diferencias y sus curiosas similitudes, aparecen ahora en sendos volúmenes editados por Tecnos, justo en unos tiempos de pancartismo y pegatina en los que el pensamiento, que siempre fue un acto de rebeldía y una forma como otra cualquiera de jugarse uno el pellejo, adquiere además el rango de desplante, de atrevimiento, de heroísmo y hasta de medicamento, si se hace uso de él en según qué ámbitos de masas. Aurora y Conversaciones con Bertrand Russell son, cada uno en su estilo y con sus efectos y consecuencias, dos títulos que aportan reflexiones indispensables y urgentes en un mundo en el que ninguna de sus descerebradas facciones acepta un no por respuesta.

Aunque ojo: «Arrojarse en medio del enemigo puede ser señal de cobardía». Lo dejó escrito Nietzsche en uno de sus libros menos conocidos, pero que él siempre valoró como la obra que quedaría ligada a su nombre. Aurora fue, en realidad, la fuente de la que acabarían brotando sus escritos definitivos: Ecce Homo, El anticristo y Así habló Zaratustra. En él está se origina la idea de que hay que darle la vuelta al calcetín, o –dicho finamente– la transvaloración de los valores. Y aparece también ese páramo de soledad que es el destino de los diferentes, de los que piensan. En el prólogo se dice: «Quien transita por tales caminos no encuentra a nadie: es lo que tienen los caminos propios. Nadie viene a ayudarlo a uno; tiene que arreglárselas él solo con todo lo que haya de peligro, azar, maldad y mal tiempo en lo que le acaezca».

Aquellas libretas de paseo dieron de sí lo suyo: Aurora contiene 575 párrafos independientes. Los escribió a lo largo de 1880, muchos de ellos en Génova, y todos juntos constituyen un revulsivo. Sobre todo, por lo que tienen de cuestionamiento integral de la moral cristiana y de esos valores suyos que de manera tan determinante han influido en el rumbo de la humanidad durante siglos. Aunque no todos estén de acuerdo con la afirmación de que Nietzsche gozaba de un humor excelente –y menos aún los que hayan leído sus libros–, la socarronería aparece por todas partes: «De todos los posibles consuelos ninguno sienta tan bien a los necesitados de consuelo como la afirmación de que en su caso no hay consuelo alguno. Hay en ello tal sello de distinción que vuelven a levantar cabeza». O cuando escribe: «El gran logro de la humanidad que ha vivido antes de nosotros está en el hecho de que ya no tengamos que vivir con el temor permanente de las fieras salvajes, los bárbaros, los dioses o nuestros propios sueños». Pero sobre todo, en su objetivo está la moral, que en su opinión solo es obediencia de las costumbres, sean cuales sean. «La moral impide la aparición de costumbres nuevas y mejores. La moral embrutece». Y esto es lo más suave que dice.

Ochenta años después, ante una cámara de la BBC, Bertrand Russell tampoco le haría ascos a hablar del asunto. El libro recoge trece entrevistas grabadas en cuatro días y medio, sin guion ni tomas repetidas, y emitidas en su día por la tele británica; en ellas habla al entrevistador, Woodrod Wyatt, de fanatismo, religión, nacionalismo, poder, política, felicidad –cómo no–, tolerancia... y tabúes morales. A su juicio, las religiones han provocado entre otras cosas «una completa herejía moral, a saber, que es correcto creer ciertas cosas y erróneo creer ciertas otras, con independencia de si las cosas en cuestión son verdaderas o falsas. En general, creo que la religión ha hecho bastante daño, sobre todo al santificar el conservadurismo y la adhesión a algunas antiguas costumbres y, lo que es peor, al santificar la intolerancia y el odio». Cuando se le pregunta si no resultará perturbador para la gente perder la seguridad en aquello que cree por culpa de la filosofía, Russell responde: «Creo que experimentar cierto grado de perturbación es una parte esencial del entrenamiento mental».

«Cuando un hombre benevolente se convierte en un déspota su despotismo sobrevive, pero su benevolencia desaparece». Lo dijo pensando en el comunismo, pero la afirmación resistiría el peso de otras varias doctrinas políticas muy en boga en la actualidad. Conversaciones con Bertrand Russell es una lectura fácil, pero no simple. Como Aurora, el libro de Nietzsche, y en general como toda filosofía digna de ese nombre, sirve en bandeja la controversia y pone patas arriba los convencionalismos. Huelga decir que programas como aquellos no los echan ya por la tele. Pero para eso están los libros.