Bienal de flamenco

Aurora Vargas, la potra salvaje de lo jondo

 La sevillana abre la primera de las seis 'Noches únicas' del Real Alcázar con una fiesta de arte y gitanería en la que saltaron las alarmas del patio de banderas

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Bienal de Flamenco

Sara Arguijo

Que Aurora Vargas es una fiera escénica lo hemos comprobado cada vez que pisa un escenario y con su portentosa estampa, su cante directo y su palma seca (que ofrece con esas manos suyas a las que no se les escapa nada) nos recuerda de qué va esto del flamenco. Por eso, a pesar de que hace casi cuarenta años que apareció por primera vez en la Bienal de Sevilla y que en diciembre la disfrutamos en los Jueves Flamencos de Cajasol en el que fue su primer recital tras el fallecimiento de Pansequito, este lunes en el Real Alcázar se la esperaba como si no la hubiéramos visto nunca. Claro que cómo no vamos a tener ganas de esta gitana de belleza imponente que desprende el arte a borbotones y en cuanto abre la boca coloca a todo el mundo en su sitio.

En esta mágica noche de luna llena, la sevillana salió a por todas llenando de color el escenario y presumiendo de atesorar en su repertorio grandes éxitos como los tangos de mi Chacha Dolores, de su disco Acero frío, con los que se atrevieron a cantar muchas niñas de finales de los noventa y que todavía hoy se tarareaba y aplaudía con idéntico entusiasmo. “¡Artista!”, “Ole las que pueden”, le gritaban mientras se agarra su vestido rosa fucsia al pie del escenario para cantar eso de que no me aplaudan a mí, que le aplaudan a Sevilla, que es donde yo nací.

Aurora Vargas / Juan Bezos

A partir de aquí, rodeada del mejor soniquete jerezano a las palmas y de las excelentes guitarras de Miguel Salado y Manuel Valencia, la artista asumió un enérgico y vibrante recital donde desplegó su cante bravo, errático e imprevisible. Desde ese quejío roto y visceral que expandió por soleá, a las efusivas y frenéticas alegrías pasando por una seguiriya en la que, animada por el flamenquísimo toque de Salado (que se llevó varias ovaciones) se rebuscó y peleó en cada tercio, jugándosela siempre, hasta el punto de que activó una de las alarmas del patio de banderas.

Pero pasa que, tal y como adelantaba el título de la propuesta, Cuando sale la Aurora nunca se sabe qué puede suceder. Y aunque probablemente la de la Macarena esté cantando mejor que nunca lo que trajo a la Bienal fue una propuesta deslavazada, caótica y mal resuelta en la que su fuerza y poderío quedaba interrumpido por intervenciones algo insulsas, como las de las Niñas del Mono y las Zarzana por bulerías, o directamente incoherentes, como la aparición de Antonio Reyes cantando solo por seguiriya, repitiéndose de esta forma dos veces el mismo palo. “A ver qué hago yo después de esto", reconocía el chiclanero al salir. Lo mismo que pasó con la soleá que primero interpretó ella y luego cantó con Reyes para el baile de Pastora Galván, otra de las invitadas de raza.

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La Aurora más festera llegó a partir de los tangos (que ya interpretó en la inauguración) y del larguísimo fin de fiesta por bulerías donde, acompañada de todos los suyos, la genial y expansiva artista puso en pie al público a golpe de cadera, disparando letras con la misma frescura y furia de la primera vez. Sin duda, lo mejor de la artista es que practica un arte siempre virgen que la mantiene inalterable al paso del tiempo. Eso y que canta y baila con la seguridad de quien no encuentra ya nada que le asuste, entregándose como una potra salvaje e invencible que puede con todo. De ahí que, aunque se equivoque, siempre gane la partida y nos importe bien poco que salga el sol por donde salga. Mientras ella mueva esos flecos nunca vamos a querer que se vaya.

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