Bienal de Flamenco

Rafael de Utrera, la corrección del cante

El cantaor rinde tributo a sus raíces y a las grandes figuras de su tierra con un recital cuidado en el que presumió de poderío vocal, pero faltó naturalidad y pasión

Rafael de Utrera, en su concierto en el Auditorio de la Cartuja. / Juan Bezos

Sara Arguijo

El Auditorio Cartuja, que ante el cierre del Lope de Vega se sumaba este año a la Bienal como “el templo del cante” -eso sí, con un aspecto mucho más incómodo y gris y bastante menos acogedor-, acogía este jueves el estreno absoluto del nuevo espectáculo de Rafael de Utrera, escudero habitual del guitarrista Vicente Amigo (y antes de Paco de Lucía) que venía reclamando un sitio propio en la cita desde años y que, como él mismo confesó siguiendo el símil taurino que envuelve su imaginario, asumía “con los nervios y la tensión de quien afronta un encierro entre miuras”. “La noche más importante de mi carrera”, reconoció.

Así, tras actuaciones en espacios como la Iglesia de San Luis de los Franceses o sus múltiples apariciones con otras figuras, el utrerano se presentaba aquí por primera vez a lo grande para reencontrarse "con esos cantes de Utrera que con el tiempo se me van", como sonó en sus hermosos tientos de Gaspar de Utrera y Enrique Montoya. Es decir, para rendir tributo a su tierra natal, su legado jondo y los grandes maestros que han marcado su vida artística.

De esta forma, en Fui piera el artista rebuscó en sus raíces y en sus influencias cercanas ofreciendo un cuidado y amplio repertorio que inició por toná, siguió con las cantiñas y alegrías de Córdoba del Pinini y Curro de Utrera, que Rafael empezó a capella y meció después jugando con los tonos, y continuó con un recuerdo al Turronero, para el que contó con la colaboración especial del gran Dani de Morón a la guitarra.

Esta búsqueda del centro (que resume la famosa letra que da título a la propuesta) se notó también en el modo más pausado y profundo que desprendió el cantaor, cuya voz poderosa y rabiosa supo esta noche templarse y recrear nuevos melismas. Como hizo en una bella vidalita de El Niño de Utrera dedicada a la Virgen de Consolación, a la que imploró en varias ocasiones en sus letras. Mi pena era la más grande porque iba por dentro, escribía una mano lentamente en la pantalla hasta que alguien del público señaló: "el silencio también es música, señores".

Lo cierto es que estas proyecciones, que seguramente nazcan de un esfuerzo por renovar el formato del director de escena Paco Perez Valencia, fueron acompañando continuamente los cantes con fotos de obras de arte con frases, dibujos o piezas audiovisuales que nada tenían que ver con lo que se cantaba ni con la temática. Con lo que no sólo resultaron inútiles e incoherentes, sino que despistaban y nos sacaban del discurso musical, como ocurrió especialmente en la seguiriya de Perrate, que interpretó también con el moronense.

En cualquier caso, es verdad que el utrerano trajo un recital trabajado, con ritmo y diversidad de palos (como la soleá de Fernanda de Utrera y las bulerías homenaje a Los 4 puntales: Fernanda, Perrate, Curro de Utrera y Enrique Montoya), que reflejaba la grandeza de uno de los territorios jondos más fértiles. Lo que ocurre es que la Utrera flamenca, la de las figuras y la de aficionados que sorprenden todavía con su arte en cualquier noche de fiesta, es una Utrera de artistas carismáticos, de personalidad única y singular y absolutamente libres y aquí a Rafael de Utrera se le vio encorsetado, más pendiente de no fallar que de dejarse arrastrar por la pasión, la emoción o la improvisación (que ni siquiera se dio en el ensayado fin de fiesta).

Sentimos que al cantaor le cuesta dar el paso al frente y conectar con el patio de butacas

Sentimos que al cantaor le cuesta dar el paso al frente y conectar con el patio de butacas. Quizás porque se siente más cómodo atrás, en un segundo plano, como hizo cuando acompañó en las rumbas de un Bambino a medio gas a un creativo Raúl Rodríguez con el tres flamenco o con los romances y bulerías por soleá que le cantó a su mujer, la bailaora Carmen Lozano, a la que dedicó la copla Te he de querer mientras viva, una de las muchas que recordó en los cuplés por bulerías.

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Echamos de menos, por tanto, que más allá de su conocimiento, sus facultades vocales y la amplitud de registros que maneja ´-con esos conmovedores medios tonos-, el cantaor fuera capaz de abandonarse al cante y romper la barrera que aún mantiene con el público. En definitiva, que nos llevara a pisar esta tierra y empapar los mostachones en anís no sólo desde el repertorio sino desde el olor, el sabor y la esencia.

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