Bienal de Flamenco

Esto es Sevilla y también la Bienal

Un Alcázar lleno canta por sevillanas con las voces de Salmarina, María de la Molina, Juan Rafael y José Luis Pérez-Vera y Beatriz Romero y la colaboración especial de Arcángel y Pedro El Granaíno al cante, Manolo Franco a la guitarra, y Rubén Olmo y Rosa Belmonte al baile

El espectáculo de este lunes de la Bienal.

El espectáculo de este lunes de la Bienal. / Juan Bezos

Sara Arguijo

Sara Arguijo

El Guadalquivir, la Giralda y sus campanas, el callejón del agua, los ojos verdes de una flamenca, la plaza de Santa Ana y la Triana alfarera, la blanca paloma, el arriate que da flores tol tiempo o tu querer que me traicionó. Sevilla entera vino este domingo al Real Alcázar en Pa qué me llamas, el esperado espectáculo, dirigido por Enrique Casellas, con el que la Bienal de Flamenco sacó pecho por sevillanas después de 40 años sin que éstas estuvieran presentes en una única propuesta.

De esta forma, el inolvidable grupo sanluqueño Salmarina, que renovó el género con los creativos arreglos musicales de J. M. Évora e Isidro Muñoz, unas letras bohemias que buscaban libertad y un estilo propio que jugaba con los silencios y la polifonía en los compases, y la voz de “la reina” -le gritaron- María de la Colina, que canta con la garganta arañada por el albero, protagonizaron una noche en la que perdimos la cuenta de las veces que se piropeó a Sevilla y se evidenció la riqueza y capacidad de transmisión de las sevillanas. “Qué le digo yo a Sevilla que no le haya dicho nadie”, se cantó.

Así, conectando con nuestra memoria emocional más cercana, la propuesta recuperó de la primera a la cuarta esos recuerdos de nuestra niñez, las celebraciones en familia, las primeras vueltas de adolescente o esos días de feria en que se regresa con el relente, a través de un amplísimo repertorio en el que, menos las corraleras, tuvieron cabida las sevillanas boleras, las flamencas, las rocieras y las de escuchá pero, sobre todo, las populares que cualquiera canta, baila y se sabe de memoria.

En este sentido, los citados artistas, junto a Juan Rafael Pérez Vera y su hijo José Luís Pérez-Vera, la joven Beatriz Romero y Chema Bayos, recordaron a muchos de los que han engrandecido el género (desde Ecos del Rocío al Pali, pasando por los Romero de la Puebla o Pareja Obregón) y a otros que lo abordaron desde el flamenco (desde El Turronero a Camarón, pasando por Paco Taranto, Chiquetete o Pedro Peña).

Sí que es cierto que lo que desde el patio de butacas se empezó recibiendo con absoluto entusiasmo, hasta el punto de que el Patio de la Montería al completo hacía compás y tarareaba las primeras composiciones, fue decayendo a medida que avanzaban las dos horas y media que duró el concierto. Por un lado, porque se alargaron innecesariamente las intervenciones, y por otro, porque el abanico de voces y estilos resultó bastante plano, echándose de menos a cantaores actuales que podrían haber dejado una bonita impronta en este homenaje.

Por el contrario, la propuesta se centró en un tipo concreto de melodías y en una puesta en escena repetitiva: con el cantante acompañado del toque de Fernando Iglesias ‘Mae’ y Francisco Gómez y la percusión de Agustín Henke o del piano de José Carlos Seco o Pepe Fernández y un bailarín/a en segundo plano dibujando el baile, como en una gala de Se llama copla.

Es decir, a pesar de que Casellas trató de imprimir ritmo al formato y sacar el máximo jugo con un recital cuidado y ordenado donde los artistas fueron dialogando entre sí en emotivos encuentros (como el que mantuvo Manolo Franco y Miguel Ángel Laguna en una sevillana instrumental o el de Pérez Vera padre e hijo, con honores a Terremoto, Enrique Montoya o Caracol) nos faltó diversidad de matices y un enfoque más jondo. Y también, por qué no, mirar las sevillanas desde otro lugar, como ya hizo Salmarina en su momento introduciendo nuevos instrumentos.

Sorprendió, de hecho, que en este telemaratón al tres por cuatro viéramos sólo a un traje de gitana (lo demás mantones de manila y flecos) y que tuviéramos que esperar a las 23.17 horas para ver un baile por sevillanas en primer plano. Eso sí, uno magistral y rebosante de elegancia: el que protagonizó el director del Ballet Nacional de España, Rubén Olmo, junto a la bailarina Rosa Belmonte con el piano del utrerano.

Como decimos, la alegría y el color con que se abrió el telón De corral y patio con el coro completo y el baile con castañuelas de Agui Arenas, Carlos Troya, Alberto Romero y Marina Madiedo, dio paso luego a actuaciones en solitario en las que disfrutamos especialmente del eco envolvente del joven y talentoso Pérez Vera; del cante arrebatador y la maestría de María de la Colina, que evidenció que no hay cante pequeño cuando la artista es grande y que las sevillanas pueden ser flamencas; y de unos Salmarina en plenas facultades, que conquistaron a los espectadores con éxitos como Mi vida es mía o Soy libre.

Entre tanto, hubo un momento para recordar con voz en off las interpretaciones de Teresa del Cuchara, el Cuchara, Bernarda de Utrera y Juan Peña ‘El Lebrijano y un espectacular cierre al que se sumaron Pedro El Granaíno y Arcángel desplegando el primero su eco rasgado y gitanería y el segundo sus melismas en unas sevillanas con ecos de fandangos que celebró su tierra. Desde luego, pensamos, qué difícil es hacer propio un cante que todo el mundo canta y qué necesario que presumamos de este legado compartido.