Bienal de Flamenco

Rafaela Carrasco y la musa que la parió

Tras sus premiadas propuestas corales, la bailaora y coreógrafa sevillana regresa en solitario a la Bienal con ‘Creaviva’, una elegante y fluida travesía flamenca por la creación femenina que dedica a su madre de 91 años

Así ha sido el espectáculo 'Creaviva' de Rafaela Carrasco en la Bienal

BIENAL DE FLAMENCO

Sara Arguijo

Sara Arguijo

“Nunca hago esto, pero hoy necesito daros las gracias por acompañarme en este proceso de reencuentro conmigo misma y, sobre todo, decirle a mi madre (de 91 años) que está aquí que es la mujer a la que más admiro y que esto es para ella, que siempre me pide siempre que baile flamenco porque dice que hago cosas muy raras”. Con estas emotivas palabras cerraba Rafaela Carrasco este jueves en el Teatro Central el estreno nacional de Creaviva, una propuesta estrenada en Mont de Marsan en la que la bailaora y coreógrafa reflexiona sobre la creación y la creatividad femenina a través de nueve piezas que recuerdan a las nueve musas griegas. Y una décima que no está en el programa, pero lo sobrevuela todo: la que le parió. “Ojalá me parezca un poquito a ti”, añadió entre lágrimas.

Alejada, por tanto, del gran formato de sus reconocidos trabajos corales anteriores, como Nacida sombra (2017), Ariadna. Al hilo del mito (2020) y Nocturna. Arquitectura del insomnio (2021), la ex directora del Ballet Flamenco de Andalucía regresa a la Bienal para ocupar el escenario en solitario con una propuesta elegante, delicada y fluida en la que la despliega un baile limpio, generoso y expansivo.

Así, buscando la inspiración en las misteriosas divinidades de las artes de la mitología, Creaviva toma de las musas los verbos del origen del acto de crear: Aprender (Urania), contar-escuchar (Calíope), amar-seducir (Erató), rezar (Polimnia), bailar (Terpsícore), tocar (música pura, Euterpe), recordar-contar (Clío) y reír-llorar (emociones, Melpómene y Talía). Acciones que la Premio Nacional de Danza traduce en sonidos, imágenes, versos o movimientos que recorren palos como la soleá, la farruca, el romance o las cantiñas, pero también aires y ritmos del folclore nacional, desde las jotas a las sevillanas o los pregones.

Con dirección escénica de Antonio Ruz, dramaturgia de Álvaro Tato y un soberbio -y por fin- luminoso diseño de luces de Gloria Montesinos, la sevillana presenta una obra intelectual y con fuerte carga estética en la que la música -a cargo de las geniales guitarras de Jesús Torres y José Luis Medina y la magistral percusión de Pablo Martín Jones- dialoga con textos y poemas de la cultura grecolatina convertidos en coplas cantadas por las voces entregadas de Antonio Campos y Gema Caballero.

Claro que más allá de estas referencias, que resultan demasiado densas y difíciles de seguir para el espectador, lo que más nos gusta de esta travesía de la Premio Nacional de Danza 2023 es poder disfrutar de una artista feliz, gustosa y juvenil, que lejos de recrearse en el tormento y la frustración que implica la creación, aparece radiante.

De esta forma, como sugiere el título de la farruca, uno de los momentos más sugerentes de la noche, Rafaela Carrasco, juega a enamorar con el pulso firme de sus zapateados, los movimientos dóciles que despliega en las piezas folclóricas que baila al pandero, su soltura, la riqueza de recursos, su versatilidad, la alegría que proyecta y una naturalidad serena que la acercó a un público entusiasmado.

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