Bienal de flamenco
Farruquito, un 'gipsystar' del firmamento jondo
El artista presume de pureza en el Maestranza con una artificiosa y acelerada propuesta en la que sobraron decibelios y faltó profundidad
Como baila Farruquito, lo que representa y lo que inspira, lo sabemos. Y si no, es necesario que vayan a verlo alguna vez en su vida, al menos, para que sientan el calambre que produce su sola presencia en el escenario y experimenten la agitación que el artista transmite cuando arquea su cuerpo y rompe sus pies, digamos, por seguiriya.
Hay, de hecho, a quienes esas ráfagas de genialidad, que es únicamente lo que pudimos ver de él en la Recital de baile que trajo al Teatro de la Maestranza, les basta para salir satisfechos porque encuentran lo suyo tan único que le perdonan todo.
Claro que más allá de su indiscutible talento, este viernes el artista se escondió tras una artificiosa, acelerada y efectista propuesta en la que sobraron decibelios y faltó profundidad. Presumiendo de una pureza enlatada, sujeta a constantes y ensayados cortes, que apenas nos dejó concentrarnos en su enigmático y seductor arte.
El sevillano desaprovechó el increíble elenco que le acompañaba, formado por tres de los mejores cantaores para el baile (Pepe de Pura, Ismael de la Rosa ‘El Bola’ y Manuel de la Nina), el pellizco de la guitarra de Manuel Valencia, los vientos de Fran Roca, el bajo de Julián Heredia y la percusión de Paco Vega, y puso el resto de elementos escénicos en su contra (la incoherente y engorrosa iluminación, una estructura a modo de tablao que no usó, la pantalla sobre la que proyecto la imagen de un televisor apagado) perdiéndose en la recreación de lo que se espera de él mismo.
En este sentido, lo que se presentaba como una propuesta sin artificios de un Farruquito en estado puro, se tornó como una obra molesta y recargada. Una suerte de disneyland de lo jondo donde, eclipsados por la fuerza y el carisma del artista, se aplaudía casi por inercia cada remate.
Desde luego, la idea de rendir tributo al cante quedó mermada desde el momento en que el volumen del sonido y los bulliciosos arreglos musicales impidieron incluso oír las voces de Esperanza Fernández y Juana la del Pipa, que venían como artistas invitadas junto a Remedios Amaya, que finalmente causó baja.
De hecho, el exceso de instrumentación tapó la magistral seguiriya de la trianera, durante la que en la oscuridad descubrimos las manos de Juan Manuel Fernández Montoya mientras escuchaba sentado en la silla. Sin duda, uno de los momentos más emotivos de la noche, junto a la seductora farruca que bailó al toque de Valencia.
“Vamos a escucharte”, repitió insistentemente el de la Nina a la cantaora jerezana mientras ésta vertía su cante atávico sobre el bailaor, primero en una soleá por bulerías y luego, por alegrías. Alardeando ambos de esa gitanería que tanto se agradeció.
Como una gipsystar del firmamento jondo, el artista manejó a la perfección, en los tangos y bulerías, los recursos con los que conquistar al respetable con su baile impulsivo, salvaje, frenético y hedonista. En cualquier caso, pensamos, ojalá un Farruquito que se olvide del patio de butacas y se permita abandonarse como hizo en el fin de fiesta donde, ya sin música, pudimos verle fluir y deleitarnos con la frescura, la naturalidad y el nervio que lo hace uno de los más grandes.
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