Bienal de Flamenco

Juan de Juan, un ‘Reel’ de bailes y el beso con Rubén Olmos

El bailaor llegó este lunes a la Bienal de flamenco con ’66 palos’, una intensa y arriesgada propuesta en la que recorrió los distintos estilos del árbol genealógico del flamenco

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El Correo

Sara Arguijo

 “Van 70”, dijo en algún momento alguien del público, como si fuera posible contar la infinidad de palos que Juan de Juan llevaba esbozados en el recorrido musical por los distintos estilos de cante flamenco que interpretó en la intensa y arriesgada propuesta con la que llegó este lunes al CAAC.

Así, el bailaor sevillano, que fue entonces niño prodigio cuando lo dio a conocer Antonio Canales, volvía a la Bienal tras varios años desaparecido de los grandes escenarios con el original planteamiento de viajar desde el baile por 66 palos jondos, escogiendo de cada palo la melodía que lo distingue y las letras más evidentes. Esbozando con su baile acelerado y eléctrico todas las ramas del árbol genealógico de lo jondo, desde los romances a las cantiñas (alegrías, romeras, mirabrás, caracoles…), pasando por los tangos (tientos, tanguillos, mariana, farruca), los estilos de Málaga, las soleares, la seguiriya, las granaínas, las tonás (martinete, debla, trilla…), los cantes de ida y vuelta o los cantes de levante, que interpretó con gusto y dulzura la ganadora de la pasada edición del Desplante del Festival de las Minas, Rocío Luna, en uno de los momentos más emotivos de la noche. A pesar del nefasto sonido que por problemas con los micros estropearon gran parte de los solos de cante, como los fandangos del Galli.

66 palos / La Bienal de Flamenco @Laura León

De esta forma, el artista, acompañado de un entregado y entusiasta cuadro compuesto por el cante de David ‘El Galli’, una luminosa Cristina Tovar, las guitarras de Paco Iglesias y Rubén Romero y el compás y el baile de Antonio Amaya ‘Petete’ y Emilio Castañeda, fue componiendo una suerte de frenético Reel jondo, donde apenas daba tiempo a verle desarrollar un movimiento cuando había otra melodía que se imponía sobre su cuerpo.

Cuando el maestro Rubén Olmo salió junto a él en un magnífico paso a dos, sentimos en Juan de Juan otro temple que le hizo bailar de otro modo

En este sentido, el espectáculo se convirtió en una concatenación de remates y figuras en las que vimos a un bailaor exaltado y furioso, incluso huidizo o desconcentrado en muchas ocasiones, que se iba de la luz en los cierres y buscaba detrás (dando la espalda al púbico) una seguridad que era incapaz de encontrar por sí mismo. Quizás, por eso, cuando el maestro Rubén Olmo salió junto a él en un magnífico paso a dos (que fue el baile más completo del recital), sentimos en Juan de Juan otro temple que le hizo bailar de otro modo. Como si hubiera en él un antes y un después del afectuoso beso en la frente que le dio el actual director del Ballet Nacional de España, quien más tarde regaló una elegante y estilizada farruca.

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Desde luego, ante el frenesí y lo abigarrado del espectáculo, fue difícil apreciar profundidad en el sevillano, más allá de sus zapateados de pies impetuosos o algún gesto, como en las cantiñas, que hacía intuir a un bailaor extraño y personal. Y fue tal la descarga que, al salir, no sabíamos si guardar el borrador o darle de nuevo al play.

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