Mientras la ciudad se llena de hoteles y su magnífico centro va paulatinamente dejando de pertenecernos para convertirse en pasto del turismo – hoy nos hemos levantado con la lamentable noticia de la desaparición del emblemático Cine Alameda, que cuenta con una de las mejores salas de la ciudad y un sonido difícilmente repetible a pesar de los adelantos tecnológicos, para convertirse también en hotel de lujo -, algunas instituciones luchan denostadamente por seguir sirviendo a la auténtica cultura. Nuestra Sinfónica resucitó anoche tras un frustrado final de temporada, reconciliándose con su público, sabedor de las múltiples contingencias que hay que superar para hacer frente a una administración torpe, y especialmente unos políticos inaceptables, como acaban de demostrarnos a nivel nacional, incapaces de asegurar un proyecto de futuro viable a una de las orquestas que más ha hecho por revitalizar la gran música en una comunidad siempre a la cola como la nuestra. Solo así se explica que los grandes nombres sigan visitándonos con cuentagotas, y no digamos la ausencia total de otras orquestas extranjeras, mientras Valencia, la ciudad que nos antecede en población, presume de una programación en el Palau, y en Les Arts en menor medida, a la altura de otras importantes ciudades europeas.
El arranque de la nueva temporada se nutrió de savia nueva, avalada por unos excelentes expedientes académicos y unas más que prometedoras hechuras musicales, en el que fue uno de sus conciertos más largos y variados. Nada más y nada menos que cuatro obras concertantes y dos oberturas, con un total de más de dos horas de música, tres con intermedio y pausas. Comenzó muy significativamente con la Obertura Académica que Brahms compuso como agradecimiento por ser investido Doctor Honoris Causa de la Universidad de Filosofía de Breslau. Una pieza ciertamente festiva y desenfadada que la batuta del sevillano formado precisamente en Valencia David Gómez Ramírez, defendió con clase y buen gusto, a pesar de un uso algo abrupto de los timbales y algunas imprecisiones iniciales en maderas y metales. El trabajo de Gómez Ramírez fue especialmente delicado y brillante en el acompañamiento a la jovencísima violinista Sofie Leifer, vecina de Tomares e hija de uno de los violistas de la orquesta, en el complejo Concierto nº 1 de Max Bruch. Como niña prodigio que es, no dudábamos que dominaría con brillantez la parte técnica de esta popular pieza tan influida por grandes virtuosos del instrumento como Joseph Joachim o Ferdinand David; la sorpresa fue que también dominara su expresividad, dotando su interpretación de una profundidad y una intensidad admirables, especialmente perceptible en un doliente Adagio que defendió con aterciopelada elegancia. Frenética, fogosa y exuberante, además de muy sonriente, mereció encendidos aplausos de un público boquiabierto.
Después de mucho tiempo sin usarse el mecanismo, debido al adelantamiento del escenario para los conciertos sinfónicos, el piano volvió a emerger del sótano, ya con la concha acústica en su sitio. Muy distintos entre sí, los jóvenes italiano Tommaso Boggian y albaceteño Pedro López Salas se hicieron cargo de los dos prodigiosos conciertos para piano que compuso Liszt. Ambos de estilo rapsódico, el primero contó con un pianista capaz de abordar con éxito sus grandes contrastes dinámicos, exhibiendo a la vez una notable sensibilidad en el precioso Quasi adagio, aunque escatimando emoción en sus pasajes más climáticos. Por su parte, López Salas lidió con un segundo menos virtuoso, en el que el piano se funde más con la orquesta, lo que no impidió que exhibiera una enorme seguridad y gran capacidad para dotar el conjunto de expresividad y poesía. Su premio de Juventudes Musicales le propició este debut en tan singular evento, contando también con un acompañamiento delicado y meticuloso de Gómez Ramírez a la batuta, y un exquisito solo de Dirk Vanhuyse al chelo en perfecto diálogo con el joven pianista.
La exhibición contó también con una controlada interpretación de la festiva Obertura española nº 2 de Glinka, que bebió en parte de la misma seguidilla manchega, o si se prefiere jota, que inspiró el popular intermedio de La boda de Luis Alonso de Giménez. Nikolai Managazze, que ha crecido como Sofie Leifer arropado por esta orquesta, uno de cuyos primeros violines es su padre, y a quien ya disfrutamos en la Sala Manuel García del Maestranza hace algunos años, se hizo cargo del intrincado y virtuoso Concierto nº 1 de Paganini. Una página de bravura de hondo sentimiento belcantista que Managazze tradujo en una incesante vorágine de arpegios, ascensiones vertiginosas y lirismo exacerbado. Lástima que para ello echara mano de continuos cambios de color y registro, sonando a veces áspero y rugoso, lo que no fue obstáculo para meterse al público en el bolsillo y gastarle alguna broma musical en las cadencias, imitando la popular melodía De los álamos vengo, madre, cuyo arreglo de Manuel Castillo sirve al Maestranza para dar los pertinentes avisos al público.
ROSS ***
XXX Temporada 2019-2020 de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Sofie Leifer y Nikolai Managazze, violines. Tommaso Boggian y Pedro López Salas, pianos. David Gómez Ramírez, director. Programa: Obertura festiva académica Op. 80, de Brahms; Concierto para violín nº 1 Op. 26, de Bruch; Conciertos para piano nos. 1 y 2, de Liszt; Noche de verano en Madrid, de Glinka; Concierto para violín nº 1 Op. 6, de Paganini. Jueves 19 de septiembre de 2019