Todo tiene su origen en la infancia, en la de un futuro artista plástico y visual como “acabará siendo” Justo Girón, que entonces estaba abriendo sus ojos, sus oídos, el tacto y toda su sensibilidad intelectiva, sensitiva y sensorial, para llenarse de imágenes.
De pequeño -según lo que relata Justo Girón a quien esto escribe- vivía prácticamente en una azotea. La gran azotea de su casa desde donde podía observar las vistas panorámicas de la ciudad de Sevilla que se extendía hacia los cuatro puntos cardinales, y estar atento con la curiosidad que caracteriza ese periodo de la vida, a todo lo que pasaba en los edificios cercanos, los que estaban en segundo plano, las perspectivas que se prolongaban hasta disolverse con el horizonte. También en esa época se fue familiarizando con los ecos que le llegaban de la calle, las voces de sus vecinos, los vendedores ambulantes, los personajes y transeúntes de un país que ya no existe o tan sólo en su imaginación, con los sonidos que le llegaban desde las lejanías donde se acaba –o se inicia- la línea del horizonte y los puntos de fuga, el ajetreo, el movimiento o lo que entendía que pasaba. 360º para él solo desde donde observar la realidad. La realidad o lo imaginado.
Con todo eso Justo Girón (Sevilla 1941), fue forjando su predisposición a la pintura que para él no era otra cosa que transcribir esas percepciones fugaces que poco a poco iría introduciendo en sus cuadros. Por eso pienso después de las clases magistrales que he recibido en su estudio, que se dedicó a pintar, se inició en el ejercicio de esta difícil técnica y ya veremos porqué, porque sabe que es una de las mejores manera de guardar los recuerdos y secretos y porque lo que se vive siempre es múltiple: lo que uno cree, dicho esto en el sentido de las certezas personales de orden espiritual –si se tienen- y en el del convencimiento que algo es cierto, una duda metódica que puede aplicarse a todo lo demás y por descontado, que en el de lo que cada uno –en su caso, él- se imaginaba que vivía o simplemente imaginaba.
Imaginación que fue trasladando a los lienzos y papeles en las más diversas técnicas y procedimientos, en los más diversos materiales y definiendo cada una de sus etapas.
Por eso –o tal vez por eso- sus formas se superponen como lo que pasa en un sueño o en los recuerdos que queremos perpetuar de alguna manera para siempre (en cine, en literatura, en pintura,...), y por eso –“tal vez por eso”- las figuras que pueblan sus lienzos y papeles, a veces se asientan definitiva y sólidamente en la composición, y otras simulan flotar en un espacio imaginario donde además habitan esos curiosos seres que él llama “musarañas”, unos extraños entes bidimensionales en parte animales reales, otra invenciones suyas y una última de apariencia zoomórfica y/o antropomórfica. Seres alados, ingrávidos, mitad insectos y formas organicistas que ascienden o descienden, que se cuelan en sus obras y se quedan ya en ellas para siempre, dotándolas de un aura de curiosidad y de misterio en donde cualquier cosa puede pasar.
Los paisajes: interiores, exteriores, celestes o terrestres, reales e irreales –por separado o juntos en una misma obra- los retratos, las figuraciones realistas dentro de lo fantástico (no me gusta eso del realismo mágico), los bodegones, los edificios, patios, tejados, portadas monumentales, puertas que mantienen la pátina del tiempo en la madera, en los vanos y ventanas, en los herrajes de los balcones, las superposiciones de edificios modernos con construcciones antiguas inacabadas o en ruinas, las capas de caliches y sus pátinas, las abstracciones cromáticas y geométricas, ... forman parte de ese universo tan rico y profundo que tiene Justo Girón, y la primera impronta visual para los que vemos su arte y aquí, quiero hacer una mención especial a su compañera de vida, la también pintora y restauradora Adela Agudo, un tándem que se ha ido nutriendo el uno del otro o con el otro.
Todo esto puede identificarse con su personal estilo que se ha encuadrado en Ultrarrealismo, Hiperrealismo, (¡Realismo Mágico!) o Surrealismo incluso, pues con Justo Girón pasa como con algunos artistas, que tanto se identifica su trayectoria con sus formas y su manera de plasmarlas, que es (relativamente) fácil reconocerle al punto que ni siquiera haría falta que autentificase sus obras con su rúbrica.
Si todo empieza en una azotea abierta al aire y al espacio, su continuación más inmediata se encuentra en la serie de puertas que el azar o la belleza intrínseca de estas, hizo que se percatara de su plasticidad esculpida por el tiempo. Puertas abiertas a interiores o cerradas a cal y canto, llenas de tablazones, con los vestigios de las capas atmosféricas, el resultado de la meteorología o un puzle de maderas antiguas.
Justo Girón empezó a fotografiar puertas (y más puertas), en sus viajes por los pueblos perdidos de la geografía del mundo, las fue coleccionando en su memoria hasta dar el paso y transportarlas con los pinceles, óleos, acrílicos y pasteles a sus lienzos. Puertas, ventanas, tejados, balcones, fachadas en primer plano, siluetas en los segundos, terceros, cuartos... hasta perderse en el horizonte. Puertas que nos llevan a un mundo perdido que pertenece ya al pasado.
Esta mezcla de realidad y fantasía, de figuración y abstracción, le ha llevado y sigue haciéndolo a un rico mundo onírico dentro también de la “Nueva Figuración, como han querido llamarla a niveles generacionales. Esas son dos de las líneas: la de las casas y puertas y las de las figuras flotantes o “musarañas” que podrían considerarse obras de ficción, pero no son las únicas que ha tratado, pues no menos importante han sido sus retratos, los bodegones, los paisajes naturales y el tiempo que dedicó a la publicidad, esto es, a tener que utilizar un lenguaje directo con las formas, la composición, la tipografía, los procedimientos y materias, que sin duda fueron haciéndole más cartesiano. Esta disciplina que recibió en la entonces Escuela Superior de Bellas Artes donde concluyó sus estudios, fue no obstante una de sus grandes maestras que le concedió una metodología precisa, como lo hizo todos los años en que no fue profesor, sino Maestro, en la misma Escuela donde fue alumno.
Obra por tanto de gran dificultad técnica por el uso de capas y veladuras que ha aplicado en las acuarelas, carboncillos, lápices, pasteles, óleos, tinta china, grabados y acrílicos en su “ópera omnia”. Felicidades pues, maestro, y en ese ritmo tan depurado y lento que requieren sus creaciones: a seguir pintando y compartiendo ese mundo interior de sus creaciones.