Grandes maestros del arte contemporáneo sevillano (V): Lourdes Cabrera: el arte del fuego y los pinceles

Lourdes Cabrera nació en Almería, como podía haberlo hecho en cualquier otra parte del mundo incluido París, Samarcanda, Venecia, Barcelona o Sevilla, o en cualquiera de las ciudades donde ha vivido, estudiado, viajado para recorrer sus calles, conocer sus monumentos, edificios, jardines, las obras de autores coetáneos y de los precedentes históricos, las grandes colecciones y museos. En definitiva, en cualquiera de aquellas de las que ha sabido extraer esa magia que después ha aplicado a sus obras.

De la misma manera que en su amplio bagaje artístico se decantó por el esmalte y la pintura, podría haberse dedicado a la escultura o al grabado, a la cerámica o a los vidrios, pues la mayoría de estas (excluyendo la pintura y el grabado, evidentemente que no sea pirograbado), forman parte de las difíciles Artes del Fuego.

Artes donde se mezcla el dibujo, materias que se transforman, procedimientos de los que se desconoce el resultado final hasta que no esté acabada la obra y con paciencia metódica se compruebe, analice y construya como ella hace, su propia carta de color, sus muestrarios numerados con los componentes (al)químicos que mutan en su taller-laboratorio en obras que en el caso de los esmaltes son únicas e irrepetibles. Joyas que Lourdes Cabrera hace en color luz, en placas “butidas”, pastas licuadas que hacen de fundente, se soldifican y se hacen brillantes, transparentes u opalinas en sus manos y hoy figuran en colecciones particulares internacionales, en aquellas que saben valorar y apreciar las dificultades de esta técnica tan antigua.

Por eso, cuando llega a Sevilla y se deslumbra por todo el arte que ve a cada paso, opta por matricularse en la Escuela Superior de Bellas Artes, aunque es palpable que su imaginación ya estaba llena de referencias en primera persona o a través de las ilustraciones, tapices, orfebrerías o los talleres que pudo conocer antes de venir y los no menos trascendente para su formación que pudo ver y sentir aquí, en esta ciudad tan luminosa y llena de colores.

Pero su obra no va a enriquecerse sólo con lo real, lo palpable, lo sensorial, sino con las fantasías, el mundo poético, literario, musical, mitológico, mágico, onírico y romántico de las formas –sobre todo del mar- que después aplicará en esa materia tan rara entre los autores españoles como son los pigmentos naturales de origen pétreo o mineral mezclados con sílice y plasmados sobre planchas de cobre -o en su caso también de plata- pasados por un horno o mufla a 750º. Obras que a veces necesitan hasta de tres o cuatro cochuras, dependiendo de los colores que se utilicen y que sólo pueden controlarse con la experiencia y la dedicación continua hasta que se van conociendo sus lenguajes secretos.

Conocedora de una de las difíciles artes del fuego y con un amplísimo conocimiento de las técnicas del esmalte: el cloisoné –que separa los colores de las figuras o formas mediante la colocación de hilos de cobre a modo de celdillas- y del champlevé –utilizando ácidos para después rellenar las separaciones entre estos con la aplicación de la pasta de color- lo que requiere de un pulso y unas pinceladas precisas (y exactas), para que no se mezclen ni alteren la narración que se desarrolla en cada uno de estos cuentos, fábulas, leyendas, personajes, abstracciones geométricas o paisajes inspirados en todo lo que le seduce, agrada, inspira, ...como las tradiciones aztecas, islámicas, hispanas, hindúes, orientales y occidentales, o en músicas, en películas, en las otras artes paralelas, en el interior de ella misma y en la retroalimentación mutua que comparte con su marido, el también pintor Juan Antonio Huguet Pretel, cada uno con sus estilos característicos.

Animales reales y fantásticos, Odaliscas que pueden representar el intimismo de lo femenino, la Historia de las Mujeres -célebres como Alma Mahler o Isabel de Valois- o viajeras, reinas, La Malinche, una habanera que se convierte en símbolo cultural, matronas romanas, renacentistas, modernas/modernistas, siempre en pasiajes (pseudo)reales como palacios, arranque de construcciones idealizadas, frondosos, llenos de flores, escenografías llenas de detalles que pueden proceder del fondo mismo de sus recuerdos.

Me he detenido en sus esmaltes, aunque ella tiene otras muchas otras facetas en su vida, como la de haber sido profesora en la Facultad de Ciencias de la Educación, ser miembro de la Real Académica en la de Bellas Artes Santa Isabel de Hungría, madre de dos hijos,...porque dentro del Arte son los más desconocidos al no practicarse mucho sobre todo por aquí y porque cuando ella comenzó en los 70 no había ni profesores en Sevilla, por lo que tuvo que inscribirse en la prestigiosa Escuela Massana de Barcelona y continuar aprendiendo en la maravillosa Limoges, el Paraíso de esmaltistas como ella.

Pero su pintura y sus grabados al aguafuerte, componen otra de las facetas de su personalidad que parece inclinarse por la dificultad que sobre todo estos últimos tienen, porque al igual que en los esmaltes, estos no soportan el arrepentimiento y cada línea que se trace en ellos, quedará sin que pueda borrarse, precisamente porque está incisa con buriles y mordientes, sobre los que se aplicarán las tintas con la presión del tórculo.

Pinturas, que ante las otras técnicas anteriores, parecen ser una especie de recreación o divertimento, algo que hace para continuar aprendiendo de las formas, las figuras, ...todo lo que le dicte su imaginación.

Todo lo que plasma a veces como una ensoñación fantástica que nos lleva también a la nuestra a lugares lejanos, a culturas ancestrales, al mundo de una cultura adquirida en la plenitud de su madurez, que pueden proceder incluso de la infancia.

También los grabados, ese arte también tan difícil porque se imprime a la inversa, por la bicromía y la ausencia de color si no se utilizan varias planchas, por el control que debe de tenerse con los ácidos, con la presión ejercida en el tórculo que dará lugar a las diferencias de intensidades, con el paso de los rodillos que permitan la nitidez que quiere, la elección de los papeles,...un arte minucioso, de tiempo, de pequeños detalles como en el resto de sus obras.

Nos despedimos hasta otra nueva ocasión, con este óleo mezclado con acrílicos y con materiales de su propia “cocina”, en donde figuras, primeros planos, segundos y el celaje remiten a ese arte antiguo y moderno –modernista- que supone para ella una de sus líneas de expresión. Un estilo que mezcla con el simbolismo, la metafísica onírica, los múltiples realismos que sin llegar a la clasificación de mágicos, lo son sin duda. Una pintura, grabado y esmaltes hechos para disfrutar la alegría de la vida. Muchas gracias Lourdes, por mostrarnos ese lado amable de la realidad, de las cosas, las personas, los bodegones y paisajes