La edad de oro del piano español
La sala Manuel García del Teatro de la Maestranza acogió anoche el concierto «El piano español del siglo XIX: compositoras de la época isabelina» a cargo de Carmen Martínez-Pierret, el cual forma parte del ciclo ‘Rasgando el silencio’ con el que se recupera a mujeres compositoras olvidadas
Antonio Puente Mayor
El pasado 11 de octubre dio inicio la tercera y última temporada de Rasgando elsilencio, ciclo del Teatro de la Maestranza dedicado a recuperar la música y el talento de un buen número de mujeres compositoras, algunas de las cuales gozaron de cierta popularidad en su momento pero fueron olvidadas con el paso del tiempo y/o eclipsadas por sus contemporáneos masculinos. Si en esa cita tuvimos ocasión de disfrutar de piezas de compositoras alemanas, holandesas o estadounidenses, en esta ocasión, y como antesala del Día de la Constitución, el programa estuvo dedicado a la música patria bajo el título El piano español del siglo XIX: compositoras de la época isabelina. Merced al apoyo del Banco Sabadell y utilizando como escenario la acogedora sala Manuel García, la cita volvió a estar a cargo de la pianista Carmen Martínez-Pierret, quien asimismo se encargó de la dirección junto al violoncellista Israel Fausto. Esta vez fueron siete las mujeres escogidas para dar forma a una velada donde no solo se homenajeó la composición femenina sino también el estilo musical de un periodo que abarcó desde 1833 hasta 1868. O lo que es lo mismo, el coincidente con el reinado de Isabel II, al cual Martínez-Pierret añadió unas décadas más para permitirnos disfrutar de creaciones que vieron la luz gracias al mecenazgo de la infanta Isabel de Borbón ‘La Chata’. Y es que, pese a ser una época compleja de la Historia de España, debido a la inestabilidad política que desembocó en levantamientos y guerras civiles, en lo social, cultural y artístico fue una etapa tremendamente rica. En el caso concreto de la música, la época isabelina se caracterizó por presentar una gran diversidad de estilos y géneros y por estar influenciada por las tendencias musicales europeas del momento. Por ejemplo, se importaron y adaptaron obras de compositores extranjeros, y también se crearon óperas originales, a lo que hemos de sumar el auge de la zarzuela y el culmen del piano, que sin duda vivió una edad de oro. De esa etapa marcada por la crisis económica hay que mencionar el éxito de la música coral y la polifonía, de la folclórica y tradicional y, muy especialmente, de la canción lírica y romántica, que a menudo bebió de países como Italia y Francia. Desde Francisco Asenjo Barbieria Federico Chueca, pasando por Juan Crisóstomo Arriaga, son varios los nombres masculinos que recordamos de entonces, siendo prácticamente nulas las referencias femeninas.
De los salones de Madrid al destierro de la Corte
La primera de las compositoras isabelinas a la que Carmen Martínez-Pierret decidió homenajear fue Soledad de Bengoechea, madrileña nacida en 1849 cuya familia ostentaba uno de los salones musicales más selectos de la capital de España. Se sabe que la pianista conoció al mencionado Asenjo Barbieri, y que al contraer matrimonio con Carlos Carmena, también adoptó el apellido de su esposo para firmar sus obras con el nombre de Soledad Bengoechea de Carmena. La pieza elegida fue la Marcha triunfal (por la coronación de Alfonso XII), un tema compuesto para orquesta y adaptado para piano por la propia autora. A continuación, los asistentes pudieron disfrutar del Nocturno, Op. 60, de María Isabel Prota Carmena, hija de la pintora de cámara Emilia Carmena Monaldi, quien fuese apadrinada por los reyes Isabel II y Francisco de Asís. A diferencia de la compositora anterior, que murió con apenas 45 años, María Isabel alcanzó la edad de 74 años, en los cuales tuvo ocasión de alumbrar una gran colección de obras, las cuales abarcan desde villancicos a letanías, siendo su producción mayoritariamente religiosa.
La tercera pieza de la noche fue Que sí que no, tanguito criollo compuesto por Eloísa D’Herbil de Silva, que tras nacer en Cádiz en 1842 se estableció en La Habana y Buenos Aires y llegó a vivir hasta los 101 años. Considerada la primera mujer compositora de tango, cuando era niña, Eloísa mostró gran interés por la música, y su padre, un barón francés casado con una duquesa portuguesa, contrató nada menos que al pianista Franz Liszt para que este la escuchase. Era tal el talento de la pequeña, que Liszt la apodó «la Chopin con faldas» —con el tiempo tocaría el piano en el Teatro Real de Madrid y ganaría varios premios concedidos por la reina Isabel II—. Gustó mucho este tema al público, lo mismo que encadiló el Vals de Josefa Fernanda de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, nieta de los reyes Carlos IV (por parte de padre) y Francisco I de las Dos Sicilias (por vía materna) y sobrina de María Cristina de Borbón. Por cierto que Josefa dedicó esta pieza a la reina regente, en un tiempo en el que, además de tocar el piano, se dedicaba a pintar. Conocida en la intimidad como Pepita, su vida es digna de una novela, pues fue amadrinada por Fernando VII, se casó en secreto con un periodista cubano, fue desterrada de la Corte, y mantuvo relaciones con los generales Espartero y O'Donnell.
Entre canzonetas y valses
A continuación, la sala Manuel García acogió la interpretación de una pieza de Eloísa de la Parra y Gil, maestra de música nacida en 1859, que antes de cumplir los 20 años ganó los primeros premios en los concursos de armonía (1874), piano (1875) y composición (1878) del Escuela Nacional de Música. Después de estos logros, se dedicó a la enseñanza privada, abrió una academia y también trabajó en la composición. Entre sus obras se encuentran álbumes como Primer recuerdo (1876), Allegro de concierto (1880), Delicias artísticas (1880) o Auras juveniles (1881), que mayoritariamente incluyen piezas de música para piano. De esta última composición, Martínez-Pierret interpretó con gran pulso y emotividad Canzoneta & Nocturno.
Lluïsa Casagemas I Coll, nacida en Barcelona cinco años después de la Revolución Gloriosa que obligó a Isabel II a marcharse al exilio, fue la penúltima creadora elegida para el concierto. En este caso fue violinista, cantante y una de las primeras mujeres compositoras de ópera en Cataluña. Como curiosidad, entre los 16 y 18 años alumbró la ópera Schiava e regina, que debía estrenarse en 1893 en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona —un hecho completamente excepcional en la época por tratarse de una mujer—. Sin embargo, el atentado anarquista del 7 de noviembre de ese año impidió dicho estreno, aunque dos años después pudo escucharse en su versión de concierto en el Palacio Real de Madrid, con la presencia de la familia real. De Casagemas, que además compuso música sacra e instrumental y algunas canciones, el público disfrutó con las melodías Insistencia y Flor de Almendro. Para cerrar el recital, y antes de su habitual debate con los asistentes, Carmen Martínez-Pierret demostró su conexión con la grada con dos composiciones de María Luisa Chevallier Supervielle, hija de franceses criada y formada en Madrid, que a los siete años ya tocaba el piano en público. Entre sus muchos logros destaca el haber sido alumna de Isaac Albéniz, actuar en la Exposición de París de 1889 o formar parte de la Sociedad de Cuartetos, con la que realizó más de veinte actuaciones entre los años 1889 y 1890. Romanza sin palabras y Cordouan (Valses para piano) pusieron el punto y final a una exquisita velada que volvió a poner de manifiesto la importancia de ciclos como Rasgando el silencio, los cuales nos sirven para dar voz a las sin voz.
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