El ciclo Literatura y guerra civil que viene desarrollando estos días la Fundación Cajasol celebró ayer una mesa redonda especial en sustitución de la anunciada conferencia del hispanista Paul Preston. En su lugar, tres participantes del programa, el también hispanista Ian Gibson, el escritor y académico de la Lengua Arturo Pérez-Reverte y el profesor de la Universidad de Sevilla Antonio Molina Flores conversaron acerca de las miradas foráneas que contribuyeron a enriquecer el relato de la Guerra Civil española.

Pérez-Reverte comenzó recordando a figuras como George Orwell, Ernest Hemingway o Robert Capa, o espías como Arthur Koestler o Kim Philby, todos los cuales «dejaron un corpus de información interesantísima, a través de esa mirada exterior que abrió camino luego a los hispanistas, una mirada extranjera muy lúcida», afirmó. A continuación Gibson, que acaba de publicar Aventuras ibéricas, recordó la trascendencia de un libro como El mito de la cruzada de Franco, de Herbert Southworth, «que tuvo un impacto tan tremendo que hasta Fraga se vio obligado a crear un departamento para contrarrestar su efecto», así como de otras obras capitales como los ensayos de Gabriel Jackson o El laberinto español de «mi maestro [Gerald] Brenan».

Sea como fuere, Gibson citó al viajero Richard Ford como la chispa que prendió el interés de los británicos por la vieja piel de toro. «Fue el mejor guía de España de todos los tiempos», aseveró. «Gracias a él descubrieron esa mezcla de europeo que iba más allá de lo acostumbrado en el Grand Tour. Eso permitió, por ejemplo, que Washington Irving escribiera los Cuentos de la Alhambra».

Molina Flores, por su parte, recordó al ausente Preston para explicar que «la guerra sigue en las letras», dijo. «Es como si una parte de España reconociera que, en efecto, se perdió la guerra, pero ahora vamos a ver cómo se cuenta, quién es el dueño del relato. Porque se han citado cosas que no son verdad, se ha tergiversado mucho. Tal vez por eso sea necesario un Pacto Nacional por la Educación, que permita leer y conocer, tratar de saber con ecuanimidad».

«Con Koestler, con [John] Dos Passos, con Orwell», prosiguió Pérez-Reverte, «te das cuenta de la decepción de los muchachos que vinieron a España a luchar por sus ideales. Hay en ellos siempre una admiración del frente, y un profundo desprecio por la retaguardia, con sus eternas discordias entre socialistas y comunistas. Hubo guerras civiles dentro de la Guerra Civil, y los extranjeros participaron en ellas». «Ford ya despreciaba a los líderes de la España que conoció», apuntó Ian Gibson. «Incluso se permitía recordar a propósito el poema de Mio Cid, aquello del buen vasallo si tuviera buen señor».

«El 70 por ciento del pueblo británico estaba a favor de la República, y se sintió decepcionado con sus gobernantes», comentó a renglón seguido Molina Flores. «Porque el 17 por ciento, según Preston, tenía el poder en Inglaterra y decidió no intervenir. Y la República no quería una intervención militar, sino comprar armas, y se lo denegaron: esa fue la no intervención de Inglaterra, de Francia y de estados Unidos».

Ian Gibson quiso también aludir a otro episodio que ha estudiado minuciosamente, Paracuellos y los sangrientos abusos del bando republicano en algunas zonas del país. «Allí la influencia rusa fue determinante, y resultó atroz. Es algo que no se había estudiado a fondo, pero creo que si queremos denunciar los crímenes del enemigo hay que limpiar la propia casa antes de poner el énfasis en los crímenes del otro bando. Hay que huir del punto de vista maniqueo, es evidente que hubo buenos y malos en todos los bandos».

No obstante, Molina Flores quiso recalcar que «no fue una guerra civil, fue militar. Hubo un levantamiento de un ejército. Cuando Preston habla de Holocausto español, propone un encadenamiento de sucesos que desembocará, con Hitler, en la teoría del exterminio. Pero lo que hubo fue un plan muy claro de acabar con una cultura laica, con una generación como la del 27, con la Junta de Ampliación de Estudios, con ese principio de Ilustración que nunca tuvimos. Fue un intento de volver a unos valores imperiales inventados».

Una idea con la que Pérez-Reverte no se mostró del todo de acuerdo. «No se lo inventaron, resucitaron algo que ya existía. Siempre ha habido una España de confesionario, de trono y altar, reaccionaria, del que inventen ellos, de la Inquisición, todo eso siempre estuvo ahí. El franquismo no se inventa eso, toca resortes y quita el polvo para que todo vuelva. Cuando a Franco lo saludan como a un héroe en Barcelona y Madrid, hay mucha gente que estaba de verdad con él, con el corazón».

«Esa España», concluyó el autor de La tabla de Flandes y El club Dumas, «no quiere vencer, quiere exterminar. La esposa rapada, los hijos fuera del colegio, mendigando por las calles, y él enterrado en una cuneta, así quieren al enemigo. La guerra civil es el pretexto perfecto para dar rienda suelta a la vileza del español».

Gibson, por último, lamentó el final de aquella República que «nació bien, sin derramamiento de sangre, con esperanza, con el sol y la alegría de los que habló Antonio Machado. Esa República que creó 11.000 escuelas en dos años, que creó las Misiones Pedagógicas, la de la Residencia de Estudiantes», enumeró. «Todos esos avances se fueron al diablo», intevino Pérez-Reverte. «Sí, y como Larra, aquí se teje y desteje todo lo que hace el otro. Todavía no somos capaces de ponernos de acuerdo ni con un éxito total como el AVE, no somos capaces de celebrar que algo así lo hicimos nosotros, todos», apostilló.