El reportaje literario

La increíble historia de aquella escritora llamada Cecilia

La Junta de Andalucía proclamó a Fernán Caballero, seudónimo de la escritora Cecilia Böhl de Faber, Autora del Año 2022, con la intención de “atraer a la modernidad” a quien fue un ejemplo continuo de contradicción consigo misma

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
16 oct 2022 / 12:18 h - Actualizado: 16 oct 2022 / 12:20 h.
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Pocos casos podremos encontrar en la literatura española contemporánea de contradicción más sonora que el de la escritora Cecilia Böhl de Faber, nacida en la ciudad suiza de Morges el día de Navidad de 1796 y fallecida en Sevilla en la primavera de 1877, después de una intensísima vida jalonada de viajes por todo el mundo -y maridos que se le fueron muriendo o suicidando- capaz de superar en intriga a su propia obra literaria, que no fue escasa, aunque no empezara a publicarla hasta el final y no con su propio nombre, sino con un seudónimo a todas luces masculino que había tomado del nombre de un pueblo de Ciudad Real, Fernán Caballero, que le gustó, contaría años después, “por su sabor antiguo y caballeresco”. En rigor, ese gusto por lo tradicional estaba en consonancia con su defensa del catolicismo y la monarquía, aunque su propia vida y hasta su literatura se adelantasen tanto a lo que estaba por llegar: la emancipación de la mujer, contra la que ella escribió, y el movimiento novelístico del Realismo, como reconoció hasta el mismísimo Benito Pérez Galdós.

Todo ese cúmulo de contradicciones constantes es el que llevó este año a la Consejería de Cultura a homenajearla como Autora del Año 2022, aunque –por abundar en contradicciones- no tuviésemos que celebrar este año precisamente ninguna efeméride en torno a ella, salvo, por buscar alguna, la del 170º aniversario de la publicación de la primera novela que ella editó en volumen independiente y que pasa por ser su libro más ambicioso: Clemencia, donde plantea su ideal de mujer española: modesta, virtuosa y que sepa controlar sus pasiones gracias a la instrucción recibida, como le pasa a la protagonista de la historia, la huérfana Clemencia que, después de criarse hasta los 16 años en un convento, es recogida por su tía, la Marquesa de Cortegana, y sus dos primas, Constancia y Alegría. La jovencísima y bella Clemencia se casa con un soldado que solo le pidió la mano por ganar una apuesta y que muere en combate al cabo de un año. Pese a todos los avatares de la vida, la muchacha intenta hacer siempre lo que debe como perfecta sobrina, esposa y viuda...

Aquella novela de hace 170 años contiene, al margen de fantásticas intertextualidades con obras literarias de la época, retazos idealizados de la propia vida de Cecilia, quien afirmó que Clemencia era “el ideal femenino traído a la realidad”. La primera intertextualidad del primer casamiento de Clemencia es doble. Sin que ella lo sepa, un tal Fernando de Guevara apuesta diez mil reales a que solo necesitará el plazo de ocho días para conquistarla. Mientras tanto, la inocente Clemencia le asegura al marqués de Valdemar que está cansada y que le gusta más “pasar la tarde entre mis flores, los pájaros que cantan y el agua que corre y ríe tan alegre”, como cierta doña Inés que también había vivido en su convento... A los ocho días, en efecto, se produce la boda, y después de un matrimonio desgraciado, el marido muere en combate y Clemencia regresa al hogar de su tía, luego al de sus suegros... No en vano, el drama de Zorrilla titulado Don Juan Tenorio se había publicado en 1844, solo ocho años antes que Clemencia. Pero es que, por otra parte, si seguimos el rastro biográfico de la escritora Cecilia, también ella experimentó el primero de sus tres matrimonios con un capitán de infantería, Antonio Planells y Bardají, con quien se traslada a Puerto Rico, pero de donde vuelve al cabo de dos años porque el marido fallece. La propia Cecilia se trasladó entonces a Hamburgo, la ciudad natal de su padre, para vivir allí con su abuela...

La increíble historia de aquella escritora llamada Cecilia

La primera crítica seria que se publica sobre la novela la firma el dramaturgo sanluqueño Luis de Eguilaz, que precisamente se da a conocer con ella. “A un escritor desconocido, a un duende literario, que a pesar de haber llenado con su nombre la España sigue escondiéndose como si silbos y no aplausos hubiesen saludado su aparición, estaba reservado el crear la novela de costumbres españolas”, escribirá, para añadir: “El nombre de este gran poeta (no dudamos en calificarlo de grande) es... es Fernán Caballero, puesto que así quiere llamarse. No seremos nosotros los que culpemos su modestia: tal vez tiene razón en ocultarse, y las que indirectamente da en la novela de que vamos a ocuparnos, nos han convencido; mejor está la violeta oculta en la fragosidad de las selvas que en el rico jarrón de los salones. Su secreto está bien guardado”.

Una luz

Volviendo de nuevo a la realidad actual, Amelina Correa, la catedrática de Literatura española que la pasada primavera escribió el manifiesto a favor de la lectura que le había encargado la Consejería, lo tituló “Enciende una luz”, y en su final podríamos haber entrevisto la palabra de la propia Fernán Caballero: “Por eso tú, que ahora atiendes mis palabras, abre un libro y bebe como si saciaras tu sed en una antigua fuente. Lee sus páginas y enciende una luz para intentar que el mundo sea un lugar un poco menos oscuro”. El propio rescate de escritoras olvidadas como Cecilia Böhl de Faber, oscurecidas bajo su propio seudónimo cargado de clichés, es un acto de justicia histórica y poética muy parecido al de encender una luz. La Consejería, en este sentido, ha venido desarrollando desde el pasado 23 de abril un programa de narrativa digital titulado “Fernán Caballero, hacia la modernidad”, en el que se difunden píldoras virtuales para reflejar fragmentos de sus libros como La gaviota, La familia de Alvareda, Clemencia o La estrella de Vandalia... “El objetivo es ahondar en su obra y en su vida con una mirada contemporánea, ajena a los tópicos que en ocasiones han eclipsado la fuerza creadora e innovadora de este escritora poliédrica y contradictoria”, llegó a decir la propia consejera, Patricia del Pozo (PP). “Una autora que toda su vida se debatió entre sus aspiraciones literarias y su deber moralista, un tema que se desvela en su abundante correspondencia convertida en curioso laboratorio de experimentación narrativa”.

La Consejería de Cultura, además de propiciar varias conversaciones literarias entre escritoras como Mercedes Comellas y Eva Díaz Pérez (la actual directora del Centro Andaluz de las Letras) o Regina Sotorrío y Herminia Luque en torno a Fernán Caballero, ha diseñado, hasta noviembre, varios paseos literarios por capitales andaluzas muy relacionadas con ella, como Cádiz y Sevilla.

Entre Alemania y Dos Hermanas

Si interesante es la vida de Cecilia, no lo es menos la de su madre, Francisca Javiera Ruiz de Larrea y Aheran Moloney, más conocida como Frasquita Larrea, de padre español y madre irlandesa. Doña Frasquita se había casado en febrero de 1796 –el mismo año en que nació, ya en Navidad, Cecilia- con el cónsul alemán Juan Nicolás Böhl und Lütkens (más tarde, por convenios familiares, Böhl de Faber), un hombre de negocios que dirigía junto a su hermano Amadeo los intereses comerciales de la casa Böhl Hermanos, que había fundado en Cádiz su padre. El padre de Doña Frasquita había sido uno de los impulsores del Romanticismo en España y su madre organizaba una tertulia que defendía los valores del Antiguo Régimen. Así que el carácter ultracatólico que derrochaba Fernán Caballero no podía extrañar. Yo soy yo y mis circunstancias, que diría Ortega tantos años después... El caso es que, con una sola hija –Cecilia- y después de una breve estancia en Alemania para visitar a la abuela paterna, los padres de Fernán Caballero regresan a España en 1797, y aquí nacieron sus otros hijos: Aurora, Juan Jacobo y Ángela... Pero tras la inestabilidad napoleónica, vuelven a Alemania, y allí se quedaría Cecilia con su abuela paterna, educada a la antigua usanza por una dama francesa, mientras que su madre, con las más pequeñas, vive sola la Guerra de la Independencia en su casa de Chiclana de la Frontera (Cádiz), hasta que la familia se reúne por fin en Cádiz en 1813. Cecilia tenía entonces 17 años. Con solo 20 tuvo la breve pero intensa experiencia de su primer matrimonio.

La increíble historia de aquella escritora llamada Cecilia

Viuda y tan joven, Cecilia se vuelve a casar en Sevilla con el marqués de Arco Hermoso, a la sazón oficial del Cuerpo de Guardias Españolas, Francisco de Paula Ruiz del Arco, a quien había conocido en El Puerto de Santa María. En su palacio de la capital hispalense –aunque pasaban largas temporadas en El Puerto y en una finca de Dos Hermanas-, Cecilia crea junto a su segundo marido una tertulia a la que acude lo más granado de la alta sociedad, incluido Washington Irving, el autor de los Cuentos de la Alhambra, con quien se cartea a menudo a partir de entonces... Pero se segundo marido murió también.

Y fue entonces, al año y medio de enviudar, cuando Cecilia vuelve a casarse por tercera vez, con gran escándalo para la mojigata sociedad sevillana de 1837, con un joven 18 años menor que ella, el rondeño Antonio Arrom y Morales de Ayala, con quien por fin encuentra Cecilia la oportunidad de llevar a la imprenta todo lo que llevaba escrito. Aunque se arruinaran económicamente, se publicó entonces La Gaviota, que fue escrita en francés y publicada por entregas en El Heraldo, y La familia de Alvareda, ambas de 1849... También se publicó, en 1853, Lágrimas, y ya durante aquella década, Mi abuelo Teodoro y El secreto del Loro o Un servilón y un liberalito. En la década siguiente, aparecieron Vulgaridad y nobleza: cuadro de costumbres populares, Matrimonio bien avenido, la mujer junto al marido o Promesa de un soldado a la Virgen del Carmen, además de esa delicia que es Un verano en Bornos (1864) o un ensayo sobre El Alcázar de Sevilla...

Este último título no es de extrañar porque, viuda –y pobre- por tercera vez, Cecilia fue protegida nada menos que por los duques de Montpensier y por la mismísima reina Isabel II al brindarle una vivienda en el Patio de Banderas del Alcázar de Sevilla, hasta que la revolución de 1868 la obligó –como le ocurriría a Bécquer en Madrid- a mudarse debido a que las casas fueron puestas en venta... Con todo, Cecilia habría de morir en Sevilla la mañana del 7 de abril de 1877, dejando, además, una riquísima obra folclórica que todavía hoy no ha sido suficientemente valorada, desde los cuentos de encantamiento infantiles que se editaron ya en el siglo XX hasta un refranero del campo y todos aquellos cuentos y adivinanzas recogidas durante sus largas estancias en Dos Hermanas y otros pueblos andaluces.

Tantos años después, la Consejería de Cultura se toma su homenaje este año como “un reto y un desafío para difundir al gran público la profunda complejidad, dualidad y contradicción de una autora que, en la famosa metáfora de Rafael Montesinos, fue un gran calamar andaluz por la capacidad para camuflarse en su tinta”.