PIOTR BECZALA ****
Piotr Beczala, tenor. Sarah Tysman, piano. Programa: Canciones de Ruggero Leoncavallo, Mieczislaw Karlowicz, Antonín Dvorák, Francesco Paolo Tosti, Ernesto de Curtis y Cesare Andrea Bixio, y arias de Rimski-Kórsakov, Giacomo Puccini, Giuseppe Verdi, Jules Massenet y Georges Bizet. Teatro de la Maestranza, sábado 26 de octubre de 2019
Quienes de alguna manera, en mayor o menor medida, nos sentimos responsables de generar interés por la música en esta ciudad, y no nos cansamos de divulgar sus veleidades, ya se trate de organizadores o cronistas, sentimos una gran decepción y una terrible sensación de fracaso cuando ante un espectáculo tan esperado, una cita en principio tan ineludible como ésta, el aforo del teatro presenta un aspecto tan desvalido, con apenas la mitad de las butacas ocupadas. Piotr Beczala anda de gira por nuestro país; ha cantado en Valencia y La Coruña y aun le queda hacerlo en Zaragoza y Gerona. Su presencia aquí vino a paliar levemente la carencia de grandes nombres que sigue azotando la programación del principal coliseo andaluz, por lo que no se entiende el escaso interés que ha suscitado entre el melómano sevillano que, sin embargo, no duda en llenar una y otra vez otras propuestas locales ancladas muchas veces en la costumbre y la monotonía. Que también está muy bien, que hay población de sobra para que todo tenga su espacio y lugar, pero no nos lo explicamos, y ya no se sabe qué hacer.
Beczala acudió acompañado por una delicada pianista, la francesa Sarah Tysman, que en todo momento arropó su canto con oficio y profesionalidad, acariciando las teclas o pulsándolas con autoridad según procedía, pero manteniendo cierta discreción y un respeto absoluto hacia el protagonismo absoluto de la voz, sin empañarla. Beczala repitió la fórmula que viene desarrollando desde hace tiempo en sus recitales, que es combinar canción italiana con piezas polacas y arias de ópera, aunque también suele cultivar la opereta que aquí nos ahorró. Lo más destacable de su voz y estilo es un torrente impresionante, una voz ancha y muy bien colocada que emite con generosidad y una potencia descomunal, y una capacidad extraordinaria para hacer de la música puro sentimiento, con una sensibilidad y un buen gusto desbordante. Frente a eso, unos puntuales fallos técnicos no afectaron al resultado magistral del conjunto.
Arrancó a todo gas con una Mattinata de Leoncavallo rutilante, en el que ya destacaron esas inmensas facultades apuntadas en emisión y potencia, haciendo gala de un precioso timbre, sedoso, aterciopelado y con una extraordinaria homogeneidad de registro. Una voz que ha madurado considerablemente en estos más de veinte años de carrera, de tenor eminentemente ligero y lírico a otro discretamente dramático, que le permite abordar con éxito roles como el Lohengrin de Wagner. También cantó en estilo aunque algún exceso de seriedad las canciones napolitanas de Tosti, especialmente una soberbia Ideale, entonada con elegancia y muy buen gusto, o el famoso Torna a Surriento de Curtis y la Mamma que Bixio compuso para animar a las tropas musolinianas. Muy sentimentales resultaron las preciosas canciones del maestro polaco del poema sinfónico Mieczislaw Karlowicz, combinando autoridad con un exacerbado intimismo y unos soberbios pianissimi de considerable calado emocional. En el mismo registro abordó cuatro de las seis Canciones Gitanas de Dvorák, aun con el grato recuerdo que nos dejó Marta Infante en la pasada edición de las Noches en los Jardines del Alcázar. En sus manos resultaron acaso menos dulces, pero igualmente muy emotivas. Beczala es tan expresivo que evidenció su malestar frente a quienes insistían en aplaudir entre canciones sin dejar terminar el ciclo, y es que había poco público pero mucho poco informado.
El apartado operístico se saldó con muy buena nota, dejando claro por qué su cotización es alta y se lo disputan los mejores teatros del mundo. Aquí sueña con interpretar a Don José, y nosotros también. Pero de momento tuvo que conformarse con La fleur que tu m’avais jetée, que bordó y paladeó hasta el infinito. La popular Canción india de la poco frecuentada ópera Sadko de Rimski-Kórsakov se benefició de una prodigiosa línea de canto, delicada hasta un final en el que el empleo del falsete acabó en un incómodo quebranto de la voz. Impecables sus arias de Caravadossi, especialmente un E lucevan le stelle que provocó en su Tosca de Viena el verano pasado una tremenda ovación de varios minutos y el consabido bis. A Verdi le faltó sin embargo mayor desparpajo y más simpatía, evidenciando además en este aria de Ricardo de comienzo de Un ballo in maschera unos cambios de registro algo forzados, poco naturales. Su voz suave y aterciopelada derivó en unas arias de Massenet muy románticas y evocadoras, especialmente en La rêve de Des Grieux de Manon cantada con una profunda melancolía. Tras el Core ‘ngrato de Cardillo que cantó como propina, volvió a repetir el lapsus que tuvo en La Coruña con una canción polaca al olvidar la letra, lo que provocó la hilaridad en él y el público. Nos consta que en otras ocasiones, incluso en representaciones operísticas, ha tenido despistes parecidos. En fin, Beczala dejó su magnífica impronta en el Maestranza y muchos de los incondicionales del teatro se lo perdieron. Una lástima.