La odisea del camerunés que lucha por África desde Andalucía
Plaza & Janés acaba de publicar ‘La luna está en Duala’, la fascinante historia de Sani Ladan desde que decidió salir de su tierra por hambre de conocimiento hasta que consiguió graduarse en Relaciones Internacionales y convertirse en un icono de la defensa de los derechos de los negros cuando esta lucha parecía superada
La mejor literatura se construye siempre a base de vida. Y cuando esa vida es tan extrema, tan al filo de la muerte, tan en la navaja de todas las fronteras –también entre un país peligroso y otro que lo es aún más; entre la opacidad de unos estados controlados por las mafias y otros acomodados por su indiferencia-, el libro resultante no tiene más remedio que conmover al lector. Es lo que está consiguiendo el título publicado por Plaza & Janés hace solo unos días, La luna está en Duala y mi destino en el conocimiento, del joven camerunés Sani Ladan, que no salió de su país siendo todavía un niño, no por hambre de pan, sino por hambre de conocimiento. Sani Ladan se fue de Camerún solo porque quería estudiar Periodismo. Sin conocerlo, Sani Ladan ha actualizado en su propia persona aquel discurso de Federico García Lorca cuando fue a inaugurar la biblioteca de su pueblo, hace casi un siglo, en una época en la que la distancia con África no se medía en kilómetros (14), sino probablemente en siglos, aunque el colonialismo estuviera empezando a dar desde entonces sus frutos más crueles. Dijo Lorca entonces: “Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales, que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social”. Sani Ladan, a 3.600 kilómetros y un siglo de distancia, ha luchado –y sigue haciéndolo- por darle sentido a aquel discurso lorquiano, lo cual no deja de arrojar un plus de emoción porque tanta juventud nuestra, con tantas posibilidades, ni haya leído la reflexión de Federico ni vaya a conocer la tremenda experiencia de Ladan. Pero así es la vida.
La de Sani Ladan, desde luego, no era una vida ideal, pero solo por su ansia de conocimiento desde tan pequeño en su Duala natal, porque comer comía y estudiar estudiaba, en un colegio católico, por cierto, pero fue consciente desde niño de la falta de futuro profesional que iba a sufrir si no salía de aquel rincón del mundo en el que había tenido el azar de nacer. Por eso se fugó de casa, tan dolorosamente; por eso recorrió medio continente africano, tan abruptamente; y por eso estuvo a punto de ahogarse en El Tarajal ceutí, tan cruelmente, si una ola providencial no llega a arrastrarlo del tercer mundo a este primero. La odisea del adolescente Sani Ladan la cuenta él mismo en este libro como un ejemplo de que los personajes de la mitología siguen actualizándose mientras el mundo es mundo y el inconformismo del ser humano le hace buscar su Ítaca, o el reflejo de ella en la luna de sus sueños de realización personal. “Me recuerdo tumbado, mirando al cielo”, escribe Ladan, evocando una noche desesperada en el desierto de Níger, después de haber atravesado el infierno de Nigeria y de haber escapado del terror de Boko Haram. “Incluso en esas circunstancias era imposible no apreciar la belleza de las estrellas y de la luna llena en un cielo tan limpio y despejado”, reconocerá el joven protagonista, y añadirá: “Entonces me acordé de que a mi madre le encantaba contemplar la luna, sobre todo cuando está llena. En casa se ponía, a veces, un cubo en el patio para observar el reflejo que la luna dejaba en su interior. Pensé que, en ese instante, mi madre podría estar contemplando la misma luna que yo, pero en casa, en Duala. Así que me puse a hablar con ella. Fue una experiencia única, pues, aunque parezca una locura, sentí su presencia a mi lado; su mano me tranquilizaba, y me acogía en sus brazos. Pasé toda la noche con la sensación de tener a mi madre cerca, hasta que me adormilé”.
Quien se adormilaba entonces pasará casi dos años sin contactar con su familia, con la conciencia marchita por ello y el cuerpo lleno de heridas, en un naufragio más de arenas, mafias y fronteras que de las olas que aún batían a tantos kilómetros... La crónica personal que aún le quedaba por redactar se va combinando con la reflexión sobre los datos abismales que va descubriendo, al principio de la mano del agricultor Malam Ibrahim, que le hablaba de sus treinta años como trabajador de la empresa Orano, la multinacional francesa que lleva más de medio siglo explotando el uranio en Níger, el cuarto país productor de uranio del mundo que, sin embargo, vive en la penumbra mientras en Francia, por ejemplo, una de cada tres bombillas funciona gracias al uranio explotado allí. Níger, recordará Ladan, sigue considerado uno de los países más pobres de todo el planeta, lo cual refuerza el poder y la dominación de la empresa Orano, a pesar de las denuncias de Greenpeace, la comisión de investigación e información independientes sobre radioactividad o la Organización Mundial de la Salud sobre el riesgo que conlleva la actividad minera de esa multinacional en la salud de la población y en el ecosistema. Todo el libro de Ladan es una denuncia alta y clara sobre el doble discurso, sobre la doble moral, sobre la doble vara de medir desde este primer mundo que actúa como si fuera el único en el globo...
Costa de Marfil, Ghana, Nigeria o Camerún ocupan los primeros puestos en el ranking mundial de producción de cacao, pero a su población le es imposible tomar chocolate a precio asequible. “África produce tres cuartas partes del cacao que se consume en el mundo, mientras que Estados Unidos y Alemania son los mayores consumidores y a este último se le considera el mayor productor de chocolate de Europa” porque detrás de todo esto están las grandes multinacionales: Hershey, Mars, Philip Morris, Nestlé, Cadbury, Ferrero, etc, que representan el 80% del mercado mundial.

África infinita
El milagro de que Sani Ladan sobreviviera a cuantos peligros lo acechan recorriendo aquellos bastos países que lo condujeron a Argelia y más tarde a la frontera con Marruecos sigue siendo un misterio incluso después de leer el libro, y seguramente lo sigue siendo también para él, ahora que es un brillante graduado en Relaciones Internacionales por la Universidad Loyola de Andalucía, un formador intercultural y el presidente de la asociación Elín, en Ceuta y que participa tan a menudo en la elaboración de informes sobre migraciones. Quien pasó por Estrasburgo como becario y quien ha sido asesor del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 sabe de lo que habla porque lo ha sufrido todo en carne propia, desde la amenaza de las mafias para que pagara si no quería hacinarse durante meses en una habitación con otros cuerpos expectantes hasta la muerte de compañeros igualmente esperanzados que se asfixiaron en las arenas del Sáhara o que se cayeron de una furgoneta atestada de inmigrantes mientras el conductor reía cínicamente porque lo mismo da un cuerpo más que menos. Tantos años después, el analista e investigador Ladan iba a escribir sobre estos mismos cuerpos, los de los negros, que se consideran, a nivel global, “desechos o excedentes”, “a los que se puede disparar o masacrar, con la posterior felicitación del presidente del Gobierno español Sánchez a los verdugos de esos jóvenes africanos”, en referencia a los sucesos de Melilla del año pasado.
Ladan sabe perfectamente que “la externalización de las fronteras europeas dentro de África deviene en la herramienta estrella de la Unión Europea para combatir la inmigración”, es decir, que como ocurre con respecto al Este desde Turquía, también en África hay países cómplices para que los sueños de los subsaharianos no terminen de cumplirse en el primer mundo. “Si la lucha contra las redes de mafia se ha convertido en el mantra de la Unión Europea y sus estados miembros, creo que es necesaria una reflexión sobre las condiciones que favorecen el uso de estos canales y, por supuesto, como vemos aquí, la actitud de los consulados tiene una gran parte de responsabilidad. Nadie utilizaría las redes de mafia si hubiera canales legales y transparentes para formalizar su viaje. Nadie arriesgaría su vida cruzando el desierto o en una embarcación en el Mediterráneo si hubiera vías seguras y legales para migrar. El sentido de nuestros discursos no puede consistir en recriminar a los inmigrantes el hecho de hacer uso de un derecho que, por naturaleza, se considera inherente al ser humano”, dirá Ladan.
El sueño empezó a cumplírsele en Andalucía
El relato de Sani Ladan es puro tremendismo, pero merece la pena ser leído porque contribuye a abrirnos los ojos desde nuestro ombliguismo. Su calvario por los centros de inmigrantes, el desprecio y el maltrato de tantos agentes policiales y la infravaloración incluso de quienes se supone que cobran para conferir oportunidades a quienes las buscan desesperadamente no impidieron que encontrara un haz de esperanza luminosa en el centro de Ceuta después de haber sufrido la lluvia de piedras de los niños por los pueblos marroquíes, el racismo de unos negros con los que son más negros aún, la miseria de los propios miserables con sus semejantes. Su traumática experiencia del Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) en Tarifa, en la isla de las Palomas, hace ahora una década, forma parte del desesperante ecuador del relato, y eso que el protagonista se encuentra ya prácticamente en la península. Pero serán andaluces de bien los que contribuirán desde esos momentos, en 2012, a que Sani no perdiera su natural optimismo a pesar de tantos pesares. Uno de ellos es Juanma Palma, profesor del colegio Sagrada Familia (SAFA) de El Puerto de Santa María, que lo visitó en Ceuta y luego en Tarifa y que fue probablemente la primera persona que confió en que aquel camerunés tenía madera para convertirse en un concienciador relatando su propia experiencia, mucho más ancha que larga.

Después de la decepcionante experiencia en un centro de Almería, donde el responsable lo conminó a que trabajara en los invernaderos, como todos, y se dejase de estudios, será en Córdoba donde Sani Ladan encuentre su camino y su esperanza. El relato de cómo, desde la primavera de 2013, vivió en las calles de Córdoba, de cómo encontró hasta dos familias de acogida que se convirtieron en su sostén vital y de cómo vivió otra auténtica odisea para que algún instituto de Secundaria le permitiera presentarse a las pruebas libres de obtención del certificado de la ESO demuestra que los sueños solo se cumplen a costa de férrea voluntad humana siempre al filo de lo imposible en la kafkiana burocracia. Luego vino el Bachillerato, la Selectividad y hasta la carrera en la Universidad Loyola de Andalucía, primero en el campus cordobés y luego en el de Sevilla. Y luego las críticas y la presión política y mediática por la posibilidad de integrar las listas de Podemos frente a los ataques de Vox, la beca para un intercambio en el Líbano... Y siempre la dificultad de ser un inmigrante y de no poder acceder a ese sueño simple de que su familia asistiera a su graduación...
Las conclusiones del autor, casi al final del libro, son demoledoras: “La Unión Europea, en este caso España, no puede llevar a cabo unas políticas migratorias represivas que dificulten la movilidad segura y financiar al mismo tiempo a las ONG a través de sus agencias de cooperación internacional para que lleven programas de sensibilización para jóvenes africanos y disuadirlos de no venir a Europa, pues el peligro es que acaban pensando que no tienen derecho a tener derecho”. Sani Ladan recuerda las palabras de Montesquieu, uno de los autores más brillantes de la Ilustración, cuando dijo aquello de que “es imposible que Dios haya puesto un alma en un cuerpo negro. Es imposible que esa gente sea humana”. Ese discurso ilustrado por el que la humanidad es libre y mayor de edad siempre que sea blanca y del Norte hace comprender a Sani Ladan que, actualmente, se dé refugio “con mucha humanidad a las personas que vienen huyendo de la guerra de Ucrania al mismo tiempo que se apalea hasta la muerte en Melilla a sudaneses que buscan refugiarse de la lacra de los conflictos...”.
Sani ha ido y vuelto ya muchas veces a su Duala natal, a su familia y a sus paisanos les parece increíble su odisea solo por el conocimiento, y él sigue luchando por concienciar en el primer mundo sobre la perogrullada de que el mundo es redondo. “Los hijos e hijas de África estamos despiertos y comprometidos, somos muchas manos trabajando juntas, conscientes de que nadie construirá nuestro futuro por nosotros. El tiempo de hacer real ese futuro es ahora”, concluye.