En prácticamente cualquier ciudad centroeuropea conviven conjuntos consagrados y decenas de formaciones que, a gran nivel, llenan la vida musical diseminando conciertos en espacios culturales y templos religiosos. A su propia escala, en Sevilla esto siempre ha sido así. Pero, en el pasado, al margen de las instituciones de alto nivel, eran agrupaciones amateurs las que se encargaban de tapar los huecos de la agenda cultural. El concierto que ayer tarde protagonizó la Orquesta de Cámara de Bormujos (OCB) en la Iglesia de San Alberto demostró, antes que cualquier otra cosa, que el empeño de esta joven formación, en sus apenas dos años de existencia, dista mucho de ser el de un grupo de aficionados.
Será solo cuestión de tiempo –no demasiado– que la Sevilla melómana haga suya también una Orquesta llamada a cubrir un espacio fundamental, el del repertorio del siglo XVIII que, por sus propias exigencias instrumentales, puede abarcar perfectamente una plantilla –por cierto, mayoritariamente femenina– como la de la OCB. El artífice de todo esto es Alberto Álvarez Calero, que no se ha conformado con un intento y ha querido echar a andar la primera orquesta profesional de la provincia.
Con instrumentos modernos pero, como vimos ayer, con un ejemplar cuidado en el estilo interpretativo, la de Bormujos podría desenvolverse bien transitando ese desconocido siglo XVIII en el que se arremolinan Mozart y Haydn, sí, pero también autores que nadie toca hoy como Franz Ignaz Beck, Carl Stamitz o Christian Cannabich, por citar solo tres.
En el concierto que han ofrecido esta semana, dentro de la temporada estable de la OCB, que divide entre Bormujos y Sevilla, comenzaron interpretando el Concierto para violonchelo G.480, de Boccherini. Tras un inicio algo titubeante, pronto la cuerda tomó el pulso a la obra y arropó al violonchelo solista de Orna Carmel, miembro de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Fue una ejecución que subrayó las cualidades galantes del Concierto, con fraseo amplio y vibrato reducido, bien resuelto en su globalidad a pesar de algún significativo titubeo en las agilidades de la solista.
Con el Divertimento KV136 de Mozart, la OCB, en formato reducido, lució el empaste de su cuerda, y Álvarez Calero se desenvolvió como un muy esmerado y atento director que enhebró las modulaciones utilizando tempis muy vívidos, dando mayor lustre aun a esta miniatura mozartiana. El Mozart adolescente regresó al final del programa con la muy poco divulgada Litaniae Lauretanae KV109, de la que incomprensiblemente se nos hurtó su cuarto movimiento. Contó el concierto con el Coro Maese Rodrigo, de voces bien afinadas y empastadas. El director cuidó los planos y ambos encontraron encaje frente a la siempre reverberante acústica de una iglesia. Destacó la soprano Irina Gureu, voz de enorme ligereza y brillantez, afilada y sabiamente proyectada. Esperamos volver a escucharla en el futuro. El Magnificat de Vivaldi fue llevado, estéticamente, a un terreno más preclásico que barroco pero, en todo caso, pasajes como Et exultavit y Esurientes mostraron que la OCB también se mueve con soltura cuando de crear ambientes más recogidos y dramáticos se trata. El Ayuntamiento de Bormujos, la Academia Eli y la Fundación Universitaria San Pablo CEU arropan este proyecto. Y es de justicia citarlos.
Orquesta de Cámara de Bormujos
****Iglesia de San Alberto. 3 de diciembre. Programa: Obras de Boccherini, Mozart y Vivaldi. Intérpretes: Coro Maese Rodrigo. Orquesta de Cámara de Bormujos. Alberto Álvarez Calero, director.