La tradición que mueve los hilos

Tres décadas. La Feria del Títere de Sevilla ha asistido al auge de este género, así como a la formación de un público que no existía en tiempos de escasez cultural y ausencia casi total de espacios escénicos

12 may 2017 / 22:03 h - Actualizado: 12 may 2017 / 23:08 h.
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En el principio, fue la oscuridad. O casi. Porque siempre, incluso en los tiempos más oscuros, hubo alguien que quiso hacer la luz sobre los escenarios. También en el ámbito del títere, esa magia imperecedera que permite a los seres inanimados cobrar vida y prender la emoción en los ojos del espectador, grande o chico. El género vive hoy un auge evidente, pero sin duda hubo de hacer su camino a través de épocas muy difíciles. La Feria del Títere de Sevilla ha sido testigo y protagonista de esta evolución, así como de la formación de un público que no existía y de la creación de una red de espacios escénicos que difícilmente podía soñarse.

Uno de los pioneros en este renacimiento de los títeres en Sevilla fue sin duda Julio Martínez Velasco, escritor, periodista y enamorado de las marionetas, campo donde ha desarrollado la doble faceta de hombre de teatro y de crítico en prensa.

«Los títeres fueron muy combatidos en la época de la dictadura por el empleo de un lenguaje muy deslenguado que no pasaba la censura», comentaba Martínez Velasco a ABC, el periódico donde ha firmado sus críticas, cuando presentó su libro El teatro Alameda y la Feria Internacional del Títere de Sevilla, al tiempo que advertía que «la marioneta no es una forma de expresión exclusiva para la infancia. Hay muy buenos montajes de títeres para adultos desde los precedentes remotos de Lorca».

También hace casi 40 años, en 1978, surgió en la capital hispalense un proyecto como el de Cascabel, compañía de títeres formada profesores de EGB amantes del género. Todavía hoy, gracias a la vocación y el empeño de José Luis Yuste, Ricardo Martín, Ricardo Salvatierra y Antonia Mesa, siguen brindando espectáculos que mezclan la música en directo con las marionetas y las dramatizaciones de actores.

Estos proyectos, junto con alguna aportación más como la compañía Albero –inicialmente Títeres Zacapunta–, en La Rinconada, fueron en cierto modo los fundadores de una nueva era para el títere sureño, aunque todavía era difícil imaginar que cuatro décadas después habría en Sevilla y provincia hasta 15 compañías estables.

El proceso no habría sido posible, desde luego, sin la llegada a la capital hispalense de la pareja rosarina formada por el llorado Alcides Moreno y Guadalupe Tempestini, que vinieron huyendo de la feroz dictadura argentina y sentaron las bases de lo que con el tiempo sería la Feria del Títere de Sevilla, y más tarde la decisiva orientación infantil del teatro Alameda.

Moreno y Tempestini, que venían con la considerable experiencia acumulada de su compañía de títeres El Farolito, fueron asimismo los impulsores de la UNIMA (Unión Internacional de Marionetistas) junto con fieles de la fe titiritera como Paco Cornejo o el citado Martínez Velasco.

Las primeras reuniones, según recuerda Tempestini en una entrevista para la revista LaMuy, tuvieron lugar en La Carbonería y luego en San Hermenegildo, «donde encontramos la mano tendida de Pedro Álvarez Ossorio y Chus Cantero», evoca. Fue precisamente en San Hermenegildo, bajo dirección de Álvarez Ossorio, donde tuvo lugar la primera edición del festival. «Cuando decíamos que éramos titiriteros la gente preguntaba ¿Y dónde está la cabra? Una pareja joven con dos hijos... no lo entendían. En las primeras funciones nos disfrazábamos y salíamos en pasacalles para anunciar el festival, que ahora es la actividad más antigua del Área de Cultura en democracia», añade Tempestini.

Mientras iban cobrando forma otros proyectos, como la compañía El Globo, recordado todavía hoy por la plasticidad de sus propuestas, a mediados de los años 80, por toda Andalucía, se impulsaron iniciativas tan plausibles como la recuperación en Cádiz del teatro de títeres de La Tía Norica, con Carlos Aladro como primer valedor. Quince años después, la compañía, que también sentó el precedente del Festival del Títere de la capital gaditana, recibía nada menos que la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.

Sea como fuere, en aquellos albores de la democracia «todo estaba por hacer, no había salas, no había teatros», recuerda Juan Luis Clavijo, actual director de la Feria del Títere de Sevilla. «Las pocas compañías que había hacían funciones escolares en plazas, en jardines, en salones de actos de los pueblos... Estábamos aún lejos de los ciento y pico teatros repartidos por toda la comunidad andaluza que contamos hoy».

Tampoco se puede olvidar el papel decisivo que desempeñaron en su día los cursos del Cortijo del Cuarto, en Bellavista y bajo los auspicios de la Diputación de Sevilla, que fueron el germen del Instituto de Teatro. Allí se impartían cursos internacionales de títeres, y los más veteranos todavía recuerdan el benéfico legado que dejaron en Sevilla y Andalucía los monitores venidos de todas partes del mundo, Francia, Latinoamérica, los Países del Este...

Nombres como Margaretta Nicolescu, Henry Jurkovski o Jean-Pierre Lescot dejaron una impronta indeleble, al tiempo que dotaban de elementos técnicos abrían las miras de los amantes de las marionetas locales.

«Se nos abrió un abanico muy importante», prosigue Clavijo. «En los primeros festivales venían muchas compañías internacionales, entre otras cosas porque aquí había pocas aquí y hacia falta gente, y porque era más fácil traer propuestas de fuera», agrega.

Mientras Alcides Moreno creaba la Escuela Taller de Títeres, Guadalupe Tempestini ganó una plaza en el Área de Cultura y acabó emprendiendo en el teatro Alameda el ciclo El Teatro y la Escuela, un indiscutible acierto que ha permitido, al decir de Clavijo, «formar un público de profesores y familias que a día de hoy tienen un criterio, conforman una masa de espectadores muy exigente, para la cual no vale todo».

También fue todo un desafío convencer a un sector amplio del público de que el mundo de los muñecos y las marionetas no estaba únicamente dirigido al público infantil, que era posible y hasta conveniente un teatro de títeres dedicado al público adulto.

Un camino que se ha recorrido en Andalucía, por ejemplo, gracias a las cuatro décadas de trabajo que lleva una compañía como la almeriense Axioma, o las casi tres de los malagueños El Espejo Negro. «Nos esforzamos en hacer ver a los adultos que el nivel es bueno, aunque hay compañías que prefieren no decir que hacen teatro de títeres, por si acaso, sino simplemente teatro», apostilla Clavijo.

Compañías tan diversas como Desguace, Titarayana, Titirimundi, Flash Teatro, Búho Teatro, Maluka Peka, Títeres Aldebarán o Títeres de la Luna –posteriormente Teatro de las Maravillas–, por citar solo algunas, así como la inauguración en 2003 de la Casa del Títere, iniciativa de la Factoría de Trapos, han ido escribiendo sus propios capítulos a este movimiento que ya va camino del medio siglo, y que ha demostrado su capacidad para mantenerse firme a pesar de las crisis económicas y de libertades.

Eso sí, unos y otros coinciden en la necesidad de seguir trabajando y difundiendo este arte para no volver nunca, nunca más a la oscuridad...

En el principio, fue la oscuridad. O casi. Porque siempre, incluso en los tiempos más oscuros, hubo alguien que quiso hacer la luz sobre los escenarios. También en el ámbito del títere, esa magia imperecedera que permite a los seres inanimados cobrar vida y prender la emoción en los ojos del espectador, grande o chico. El género vive hoy un auge evidente, pero sin duda hubo de hacer su camino a través de épocas muy difíciles. La Feria del Títere de Sevilla ha sido testigo y protagonista de esta evolución, así como de la formación de un público que no existía y de la creación de una red de espacios escénicos que difícilmente podía soñarse.

Uno de los pioneros en este renacimiento de los títeres en Sevilla fue sin duda Julio Martínez Velasco, escritor, periodista y enamorado de las marionetas, campo donde ha desarrollado la doble faceta de hombre de teatro y de crítico en prensa.

«Los títeres fueron muy combatidos en la época de la dictadura por el empleo de un lenguaje muy deslenguado que no pasaba la censura», comentaba Martínez Velasco a ABC, el periódico donde ha firmado sus críticas, cuando presentó su libro El teatro Alameda y la Feria Internacional del Títere de Sevilla, al tiempo que advertía que «la marioneta no es una forma de expresión exclusiva para la infancia. Hay muy buenos montajes de títeres para adultos desde los precedentes remotos de Lorca».

También hace casi 40 años, en 1978, surgió en la capital hispalense un proyecto como el de Cascabel, compañía de títeres formada profesores de EGB amantes del género. Todavía hoy, gracias a la vocación y el empeño de José Luis Yuste, Ricardo Martín, Ricardo Salvatierra y Antonia Mesa, siguen brindando espectáculos que mezclan la música en directo con las marionetas y las dramatizaciones de actores.

Estos proyectos, junto con alguna aportación más como la compañía Albero –inicialmente Títeres Zacapunta–, en La Rinconada, fueron en cierto modo los fundadores de una nueva era para el títere sureño, aunque todavía era difícil imaginar que cuatro décadas después habría en Sevilla y provincia hasta 15 compañías estables.

El proceso no habría sido posible, desde luego, sin la llegada a la capital hispalense de la pareja rosarina formada por el llorado Alcides Moreno y Guadalupe Tempestini, que vinieron huyendo de la feroz dictadura argentina y sentaron las bases de lo que con el tiempo sería la Feria del Títere de Sevilla, y más tarde la decisiva orientación infantil del teatro Alameda.

Moreno y Tempestini, que venían con la considerable experiencia acumulada de su compañía de títeres El Farolito, fueron asimismo los impulsores de la UNIMA (Unión Internacional de Marionetistas) junto con fieles de la fe titiritera como Paco Cornejo o el citado Martínez Velasco.

Las primeras reuniones, según recuerda Tempestini en una entrevista para la revista LaMuy, tuvieron lugar en La Carbonería y luego en San Hermenegildo, «donde encontramos la mano tendida de Pedro Álvarez Ossorio y Chus Cantero», evoca. Fue precisamente en San Hermenegildo, bajo dirección de Álvarez Ossorio, donde tuvo lugar la primera edición del festival. «Cuando decíamos que éramos titiriteros la gente preguntaba ¿Y dónde está la cabra? Una pareja joven con dos hijos... no lo entendían. En las primeras funciones nos disfrazábamos y salíamos en pasacalles para anunciar el festival, que ahora es la actividad más antigua del Área de Cultura en democracia», añade Tempestini.

Mientras iban cobrando forma otros proyectos, como la compañía El Globo, recordado todavía hoy por la plasticidad de sus propuestas, a mediados de los años 80, por toda Andalucía, se impulsaron iniciativas tan plausibles como la recuperación en Cádiz del teatro de títeres de La Tía Norica, con Carlos Aladro como primer valedor. Quince años después, la compañía, que también sentó el precedente del Festival del Títere de la capital gaditana, recibía nada menos que la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.

Sea como fuere, en aquellos albores de la democracia «todo estaba por hacer, no había salas, no había teatros», recuerda Juan Luis Clavijo, actual director de la Feria del Títere de Sevilla. «Las pocas compañías que había hacían funciones escolares en plazas, en jardines, en salones de actos de los pueblos... Estábamos aún lejos de los ciento y pico teatros repartidos por toda la comunidad andaluza que contamos hoy».

Tampoco se puede olvidar el papel decisivo que desempeñaron en su día los cursos del Cortijo del Cuarto, en Bellavista y bajo los auspicios de la Diputación de Sevilla, que fueron el germen del Instituto de Teatro. Allí se impartían cursos internacionales de títeres, y los más veteranos todavía recuerdan el benéfico legado que dejaron en Sevilla y Andalucía los monitores venidos de todas partes del mundo, Francia, Latinoamérica, los Países del Este...

Nombres como Margaretta Nicolescu, Henry Jurkovski o Jean-Pierre Lescot dejaron una impronta indeleble, al tiempo que dotaban de elementos técnicos abrían las miras de los amantes de las marionetas locales.

«Se nos abrió un abanico muy importante», prosigue Clavijo. «En los primeros festivales venían muchas compañías internacionales, entre otras cosas porque aquí había pocas aquí y hacia falta gente, y porque era más fácil traer propuestas de fuera», agrega.

Mientras Alcides Moreno creaba la Escuela Taller de Títeres, Guadalupe Tempestini ganó una plaza en el Área de Cultura y acabó emprendiendo en el teatro Alameda el ciclo El Teatro y la Escuela, un indiscutible acierto que ha permitido, al decir de Clavijo, «formar un público de profesores y familias que a día de hoy tienen un criterio, conforman una masa de espectadores muy exigente, para la cual no vale todo».

También fue todo un desafío convencer a un sector amplio del público de que el mundo de los muñecos y las marionetas no estaba únicamente dirigido al público infantil, que era posible y hasta conveniente un teatro de títeres dedicado al público adulto.

Un camino que se ha recorrido en Andalucía, por ejemplo, gracias a las cuatro décadas de trabajo que lleva una compañía como la almeriense Axioma, o las casi tres de los malagueños El Espejo Negro. «Nos esforzamos en hacer ver a los adultos que el nivel es bueno, aunque hay compañías que prefieren no decir que hacen teatro de títeres, por si acaso, sino simplemente teatro», apostilla Clavijo.

Compañías tan diversas como Desguace, Titarayana, Titirimundi, Flash Teatro, Búho Teatro, Maluka Peka, Títeres Aldebarán o Títeres de la Luna –posteriormente Teatro de las Maravillas–, por citar solo algunas, así como la inauguración en 2003 de la Casa del Títere, iniciativa de la Factoría de Trapos, han ido escribiendo sus propios capítulos a este movimiento que ya va camino del medio siglo, y que ha demostrado su capacidad para mantenerse firme a pesar de las crisis económicas y de libertades.

Eso sí, unos y otros coinciden en la necesidad de seguir trabajando y difundiendo este arte para no volver nunca, nunca más a la oscuridad... ~