El reportaje literario

Las apasionantes memorias de Gibson, el biógrafo de Lorca

Galardonado con el XXXV Premio Comillas, el libro ‘Un carmen en Granada’ desvela la increíble vida del hispanista dublinés, que acaba de cumplir 83 años, desde su nacimiento en un asfixiante ambiente metodista hasta su turbulenta consolidación intelectual en nuestro país

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
23 abr 2023 / 10:39 h - Actualizado: 23 abr 2023 / 10:40 h.
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  • Las apasionantes memorias de Gibson, el biógrafo de Lorca

Es posible que Ian Gibson se conjurara a sí mismo, al hacer balance de lo que España le había aportada a su atormentada vida de dublinés destinado a convertirse solamente en un aburrido profesor, para escribir unas memorias atípicamente sinceras. El resultado ha sido Un carmen en Granada, un libro publicado hace solo unas semanas por la editorial Tusquets y galardonado con el XXXV Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias cuyo jurado ha valorado “la valentía y honestidad” de su autor, que evoca, “de forma descarnada, las tensiones y frustraciones de un hogar marcado por el puritanismo” antes de su viaje iniciático a nuestro país para investigar la tragedia de Federico García Lorca y que le supuso “el comienzo de su compromiso inquebrantable con la recuperación de figuras decisivas de la cultura española del siglo XX”. En efecto, hoy no sabríamos en nuestra propia España todo lo que sabemos de Antonio Machado, de Miguel Hernández o de Salvador Dalí sin la indagación radical del siempre dispuesto a llegar a las oscuras raíces de los gritos Ian Gibson, cuyos orígenes en un asfixiante ambiente familiar en Irlanda se nos antojan tan estrafalarios, y máxime contados por él mismo, pero la vida de cada cual es la que es, y el autor de La represión nacionalista de Granada en 1936 y la muerte de Federico García Lorca (Ruedo Ibérico, 1971) no ha dejado nada en el tintero de su propia intimidad.

Gibson vino al mundo en Dublín tal día como este pasado viernes pero de 1939, o sea, tres semanas después de terminar nuestra guerra civil, un acontecimiento del que él no podía ser consciente entonces y que, sin embargo, lo iba a marcar incluso mucho más que a muchos españoles... Este fin de semana está celebrando, por tanto, sus 84 años, que siguen marcados por el vitalismo y las ganas de seguir investigando. En su última obra se ha investigado a sí mismo, usando esa herramienta que él tanto ha contribuido a reivindicar en nuestro país: la memoria. El libro, de más de 325 páginas, termina esperanzado al modo machadiano en otra España, “la España dialogante, reconciliada y en paz. La España mestiza, palimpsesto de culturas, capa sobre capa, la España soñada por la Institución Libre de Enseñanza y su hijuela, la Residencia de Estudiantes. La España con tanto que contribuir a España y al mundo”, y añade para rematar con un guiño muy habitual en él: “Ojalá –permítaseme recurrir al árabe- sea pronto”.

El más famoso de los biógrafos de Lorca no tarda en subrayar la excepcional circunstancia de haber nacido en una familia dominada por esa secta protestante que se llama “metodismo”, obsesionada con cumplir con mil y un preceptos y que le amargó la existencia durante toda su niñez. Su padre, sobre cuya baja estatura se hacen diversas consideraciones a lo largo del relato, empezando por la frustración a este respecto de su esposa, la madre de Gibson, aparece en la obra como un hombre frustrado pero que al menos despertó en su hijo el amor por los pájaros en las marismas irlandesas. Con la madre, en cambio, tiene el escritor mucha menos consideración. “Mi madre tenía una veta terriblemente amarga, resentida, que me producía angustia cada vez que afloraba”, cuenta nada más referirse a ella, antes de focalizar las figuras de su hermano mayor, Alan, el preferido de su mamá, y de sus hermanas, Janet y Heather. De sus primeros recuerdos, aflora una criada contratada en casa para que se ocupara de él, Kathleen Byrne, pues a la madre le faltaba el tiempo para cuidar de Janet, afectada por una grave enfermedad. El propio Gibson se sorprende de recordar a aquella tata que solo pasó un año y pico con él cuando él apenas tenía tres años... Pero la caprichosa memoria también se nutre de los relatos ajenos, como aquel de que el padre le cortara a Ian los bucles de su pelo rizado con nocturnidad y alevosía y aquella afrenta horrorizara tanto a la criada que terminara provocando ella misma su expulsión... Aquella romántica figura de Kathleen le despierta, ochenta años después, reminiscencias poéticas de la posible tata que debió inspirarle a Machado determinados poemas sobre su infancia en los que creemos atisbar a la soledad: “La causa de esta angustia no consigo / ni vagamente comprender siquiera; / pero recuerdo y, recordando, digo: / -Sí, yo era un niño, y tú, mi compañera”. Luego llegó otra criada, más duradera, Winnie Curran, retadoramente católica y tan devota del Sagrado Corazón, que le descubrió al niño Ian un mundo desconocido en el que sí existía, a diferencia de para la religión metodista, la Virgen María, con todas sus aristas culturales heredadas de otras culturas, la llena eres de gracia que a Gibson se le antoja proveniente, culturalmente hablando, de la Astarté egipcia, por ejemplo, o de la diosa Venus, Estrella del Mar, guía de marineros... El caso es que la figura de la Virgen Madre, amamantadora del Niño Jesús, también sirve de excusa en el libro para un íntimo tratado del autor sobre los senos y aquel acomplejado universo de su infancia contra todo lo sexualizado. En rigor, la sexualidad, tan reprimida al principio y tan liberada luego, en sus descubrimientos juveniles, ocupa muchas y divertidas páginas en la obra. Al igual que ocurre, por culpa de la obsesión religiosa en que respira desde su más tierna infancia, con todo lo tocante a los juegos de azar, las apuestas o al alcohol... “Mi padre firmó todavía adolescente un documento jurando que no lo probaría nunca, y se mantuvo fiel al compromiso hasta su muerte”, cuenta Gibson, algo divertido al recordar cómo empezó a “darle la lata con el episodio de Jesús y las bodas de Caná” en que el Señor convierte el agua en vino... “¿Por qué lo hizo, le preguntaba, si el alcohol era intrínsecamente nocivo? Siempre contestaba lo mismo: que se trataba de mosto sin fermentar. ¿Mosto para alegrar unas bodas donde se acababa de terminar el vino? Hacía falta un enorme esfuerzo de fe para creérselo”.

Las apasionantes memorias de Gibson, el biógrafo de Lorca

La educación sentimental de un biógrafo

El paso de Gibson por distintos centros educativos irlandeses, desde The Hight School hasta el Trinity College, pasando por su internado cuáquero, lo marcan sobremanera no solo por lo aprendido en las aulas, sino por el contacto con sus iguales, con los profesores –a los que retrata tan puntillosamente-, su descubrimiento del otro sexo y de las extensas marismas y lagunas en las que, junto a su padre, descubre una pasión ornitológica que ya no lo iba a abandonar jamás. Los colimbos, los patos, los correlimos y los ánsares propiciarían en él una auténtica veneración por la naturaleza que lo llevaría incluso a escribir un diario ornitológico a comienzos de los años cincuenta, cuando algún dublinés como Michael Rowan le habló por primera vez de Doñana. “Me mostró un mapa de las dunas hacia las cuales, me aseguró, volaban decenas de miles de ánsares al amanecer, desde las marismas, para comer la arena que necesitaban para poder digerir las castañuelas subacuáticas que conformaban su dieta fundamental”.

Fue el 11 de marzo de 1957, según recuerda con precisión, cuando le ocurrió “algo extraordinario en una librería llamada Eason’s” al inicio de la calle principal de Dublín. Allí encontró un ejemplar de las Poesías completas de Antonio Machado y otro en cuyo lema se leía “Azar, Cántico, Lorca”, en referencia al Cántico de Jorge Guillén, al Seguro azar de Pedro Salinas y al Primer romancero gitano de Federico. “Me puse a leer, allí mismo, el poema inicial de la colección, el “Romance de la luna, luna”, en el cual, ante el asombro y terror de un niño gitano, aparece la Diosa Blanca convertida en bailarina mortal que, al final, se lo lleva con ella, muerto al cielo. Me quedé sin aliento. El vocabulario del poema no suponía para mí mucha dificultad, menos dos o tres palabras (polisón, almidonado, zumaya), y me impactó la imagen del jinete que se acerca a la fragua ‘tocando el tambor del llano’. ¡Vaya metáfora!”.

Fue el Trinity College de Dublín donde Gibson entró en contacto con Rubén Darío, con Miguel de Unamuno y con el Poema de Mio Cid... y también con aquel fogoso amor que se llamó Julia, con quien Gibson confiesa haber vuelto a contactar en abril de 2021. Cuando él le rogó algunas pesquisas para reconstruir su recuerdo, “no hubo respuesta”, escribe. “Ella estaba entonces muy ocupada cuidado de su marido, ocho años mayor que ella y víctima de una alzhéimer avanzado. Lo último que necesitaba, claro, era el agobio de un vetusto examante pidiéndole información sobre hechos que habían tenido lugar sesenta años atrás, y que a ella ya le importaban poco o nada”.

Fue en el otoño de 1959 cuando apareció Carole Elliott, su esposa, con quien habría de casarse el 20 de julio de 1963. “Sigue a mi lado todavía, más de sesenta años después. No sé, la verdad, cómo he podido aguantar. Sí sé que, sin ella no existirían mis libros”, escribe Gibson tras reconocer que se conocieron precisamente por mediación de un amigo ornitológico. Ian y su novia tenían en común muchos gustos intelectuales y de ella le sorprendió desde el principio su falta de preocupación religiosa, lo que de alguna manera lo acabaría liberando a él de las suyas infantiles... La luna de miel fue en España, después de haber atravesado Francia, de cruzar Hendaya y de dirigirse a Granada, “nuestra meta principal” y donde concibieron a su hija, Tracey. Su director de tesis, Arthur Terry, había apoyado ya su proyecto de investigar la primera etapa de Lorca, hasta su primer libro de poemas de 1921, pero ni el profesor ni él mismo sospechaban aún la deriva investigadora de Gibson hacia el asesinato del poeta...

Las apasionantes memorias de Gibson, el biógrafo de Lorca

Antecedentes

A Gibson lo persiguen desde su llegada a España, y concretamente a Granada, las huellas que habían dejado años antes Gerald Brenan, Claude Couffón o Agustín Penón, entre otros, en sus respectivas búsquedas de las razones del asesinato de Lorca. Pero ninguno como él se acercaría tanto a los protagonistas de aquellos días finales del poeta granadino, empezando por la propia familia, por sus hermanas e incluso por primas como Clotilde García Picossi, que lo recibe tan amigablemente. Ya entonces descubre que el Franquismo había permitido la publicación de las obras completas del poeta a partir de 1954 pero con una censura en muchos de sus libros “que hay que suponer aceptada por sus herederos”.

Ian se entrevistaría varias veces con amigos íntimos de Federico como Miguel Cerón, el que organizó el Concurso de Cante Jondo de 1922, y sobre todo con auténticos implicados en el crimen como Manuel Castilla Blanco (más conocido como Manolo El Comunista), el enterrador de Lorca, del maestro republicano y de los dos banderilleros en el barranco de Víznar, adonde Gibson es conducido hasta el pie mismo del olivo... Más interés cobran todos sus recuerdos cuando aparece el hombre que detuvo al poeta, Ramón Ruiz Alonso (el padre de las actrices Emma Penella, Elisa Montés y Terele Pávez), a quien entrevista varias veces en Madrid hasta que el autor de Corporativismo, un manual fascista publicado en Salamanca en 1937, descubre que Ian lo está grabando...

Gibson entrevista por primera vez a Luis Rosales, el más pequeño de la familia donde pasó sus últimos días Lorca, el 2 de septiembre de 1966... Y la cantidad de testimonios que recuerda el biógrafo de Lorca son tan estimables que incluso los conocedores de todos los pormenores del asesinato de Federico publicados hasta ahora deberían sumergirse en estas páginas empapadas de sinceridad y lucidez. “Soy plenamente consciente de que este autorretrato no es el de una persona agradable”, confesará Gibson casi al final del libro, “sino el de un ser obsesivo empeñado sobre todo en que los demás lo admiren, o por lo menos le hagan caso”, y añade: “El hecho es que jamás me he gustado. También, que sin el dinero de mi padre nada de lo que he conseguido habría sido posible. A veces considero que mejor me habría ido suicidándome de niño –tirándome, por ejemplo, a nuestro modesto río local, el Dodder- ante la pérdida de Kathleen, el rechazo maternal, la acumulación de vergüenza y de culpa que me hacía la vida intolerable. Sin embargo, no lo hice. Algo en mí resistió. Traté de curarme, busqué mi salvación por distintas vías, siempre lleno de terror ante la inevitabilidad de la muerte. Y luego, un día, se produjo, como he contado, el milagro de mi descubrimiento de Lorca y, con él, de mi vocación biográfica”.

Es de admirar que Gibson, con 84 años recién cumplidos, e incluso “muy afectado anímicamente por la pandemia”, esté deseando salir de nuevo, como un Don Quijote levantado de la cama, “...salir otra vez de casa y seguir, con el tiempo que queda, si es que queda, investigando, que es lo mío”, dice. “Bajar de nuevo a Cáceres, por ejemplo, en busca de Turobriga, el santuario, todavía no localizado, de Ataecina, destacada diosa lusitana prerromana de origen celta...”. Conociendo a Gibson, todo se andará. Y ojalá se publique.


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