Granada Arias Romero, alias Mundonada, podría narrar su trayectoria profesional como artista, pintora, ilustradora y dibujadora en miles de «dibujitos», como dice ella. Siempre ha sido muy tímida, por lo que le resulta más fácil expresar sus sentimientos dibujando que mediante la palabra. Sus obras reflejan su filosofía de vida y su manera de hacer las cosas. Son como unos mensajes embotellados y perdidos en medio del mar esperando a que alguien los recoja, al menos así lo describe la artista. Mundonada responde al teléfono para recorrer una historia personal y vital a través del arte que comienza cuando era tan solo una niña corriendo por las calles de Mairena del Alcor, Sevilla. «Con la mano en el pecho te cuento mis cosas...», susurra.
Una exposición de arte digna de la pintora Frida Kahlo sería el primero de los «dibujitos» de la historia de esta artista. En un pequeño pueblo de Sevilla, Alcalá de Guadaíra, Granada Arias iba a su primera exposición artística realizada por una mujer poco conocida («para mí, una ídola»). En ese momento, no sabía que aquella mujer le cambiaría la vida. «Me hizo darme cuenta de que yo lo que quería hacer era pintar y hacer cosas mías, cosas que tuvieran que contar algo más allá de lo bonito». Para Arias, una soñadora de vocación, aquel día fue el inicio de esta historia. Tiene una timidez natural cuando cuenta las cosas. Y es una cara poco conocida, de hecho, hasta ahora desconocida, pero con mucho que contar como mujer artista. Su manera de pensar, contar las cosas, mirar y sentir es con la pintura, una manera «muy fácil» de decir todo lo que tiene dentro. Como expresa ella, el lenguaje es algo muy abstracto y describir una cosa con palabras es mucho más difícil que hacerlo con una imagen. «El blanco para nosotros es una cosa blanca y punto, pero en el dibujo una cosa blanca puede significar muchas cosas», aclara la pintora. «Es una persona muy especial. Si te contaran cómo es Granada no te creerías que existiese una persona así», destaca su amiga Teresa Benito. Siempre hay algo que descubrir de esta artista y así lo ha demostrado durante algunos de sus años más imparables en múltiples proyectos: diseñar camisetas para ganar dinero y crear una escuela para niñas en Bangladesh, crear una «fábrica feliz» repleta de ilustraciones, fundar una librería muy especial en su pueblo o crear su mayor obra, Softwarevida. Un libro con ilustraciones, feminista y autobiográfico en el que cuestiona los comportamientos, la cultura y el elemento social. Sin engaños ni secretos.
Sus obras son como un aire de tranquilidad, inspiración, sentimiento y belleza. «Cuando vas descubriendo a Granada te das cuenta de que en ese cuerpo tan pequeñito, que en ocasiones pasa desapercibido, hay un mundo interior enorme. Sus obras son tesoros», dice la artista Alida Blanco. «Ella es lo que es. No engaña a nadie y así lo demuestra en cada dibujo y en cada cosa que realiza», añade Ana Patricia, pintora y restauradora.
Granada Arias todavía recuerda que hace menos de una década, recién graduada en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, emprendió su carrera profesional cargada de ilusiones y ganas de comerse el mundo, como cualquier joven. Y no tardó en darse de bruces con la realidad de su profesión. Se dio cuenta de que sabía pintar y se había formado para ello, pero no sabía cómo vivir de eso. Su primer trabajo fue en la plaza del Museo de Sevilla. Citando a la pintora: «Todos los domingos iba a la plaza del Museo de Sevilla para mostrar mis pinturas y muchos me las compraban. Ganaba un buen sueldo y el ambiente era precioso». Luego, vinieron otros trabajos distintos a su profesión e, incluso, se apuntó a una aceleradora de negocios («no sabía ni que era eso») hasta que, finalmente, decidió emprender una aventura en Bangladesh.
En esa época tiene lugar el segundo dibujo de la historia de Granada Arias. En este caso, podría tratarse del cuadro Los amantes, de René Magritte (1928). La artista Arias conoció a un joven informático llamado Paco y se enamoró de él. A los cuatro años de estar juntos a él le salió un trabajo en Bangladesh. «Yo no quería irme allí. Al principio tenía muchos prejuicios porque era un país musulmán y con mucha población analfabeta. Sin embargo, la empresa sugirió que probásemos a ir a conocer el país y así decidir. Solo te digo que fuimos y nos quedamos 5 años más», expresa Arias. La artista cuenta que cuando llegó a Bangladesh se dio cuenta de que la manera que tenía de vivir la vida hasta ese momento allí no funcionaba, por lo que tuvo que «desaprender todo». Le costaba entender «la cantidad de normas que tenemos los europeos» que en otras partes del mundo son diferentes. Luego, cuando tuvo a sus hijos y tuvo que enseñarles cómo funcionan las cosas se dio cuenta aún más. «Las normas que tengo implantadas cuesta mucho cambiarlas, pero a mis hijos no tanto porque están aprendiendo. Es como que una vez que subes un escalón ya no puedes verte abajo, sino que ya siempre vas subiendo. La vida no es solamente la forma, sino es algo más interno y visceral», reflexiona.
Esta experiencia, construida por pura casualidad, se convirtió en una etapa muy especial. En apenas unos días de llegar al país musulmán, Granada Arias tenía muchas ganas de cambiar las cosas y «europeizar» todo. En Bangladesh se produce casi todo el textil que consumimos en Europa y la imagen que tenemos de las fábricas de allí está relacionada con la «explotación», comenta la ilustradora. Por eso, contactó con una fábrica que había en uno de los barrios de Bangladesh para convertirla en «una fábrica feliz». Se encargó de informarse de cuáles eran los derechos y deberes que tenían los trabajadores bangladesíes para ilustrarlos y colocarlos por toda la fábrica con el objetivo de que fuesen «conscientes, más felices y menos ignorantes». Además, desarrolló la iniciativa «transparencia social», que consistía en poner un código en toda la ropa que se realizaba en la fábrica para poder conocer, a través de la página web, a la persona que había tejido esa ropa (foto, origen, salario y alguna anécdota). «La fábrica feliz nace de las ganas de cambiar el concepto que tenemos los europeos de cómo tienen que ser las cosas», explica la pintora. Sin embargo, según Granada, aunque ya no se siente «la mujer europea» que llegó a ese país «queriendo cambiarlo todo», su intención siempre ha sido ayudar a las personas a través del arte. Todo esto lo cuenta en su libro Softwarevida, donde también habla sobre el amor desde su lado más científico hasta el más poético e ilustrado. Manifiesta cómo ve el amor ella y cómo lo ven otras personas que han formado parte de su vida a lo largo de su recorrido.
En Asia, el amor se vive de una manera completamente distinta de cómo lo vivimos en Europa. «Mi amiga, hablando sobre los matrimonios en Bangladesh, nos hacía reflexionar sobre el amor. Desde que uno nace no elige a las personas con las que tiene que compartir su vida, no elige a sus padres, ni a sus primos, no elige a sus compañeros del colegio, ni a sus vecinos, ni a sus compañeros de universidad, ni de trabajo.... Nos toca aprender a convivir con los que nos rodean, y aprender a quererlos y apreciarlos. ¿Por qué elegir a tu pareja?», da a conocer la artista Arias. Sin embargo, ella no solo reflexiona sobre el amor, también lo hace sobre el papel de la mujer.
Bangladesh es un país musulmán en el que Granada Arias solo veía a hombres cuando salía a la calle. Las mujeres están siempre en casa cuidando a los hijos. De hecho, algo que le llamó la atención a la pintora es que incluso los hombres les compraban a sus mujeres la ropa que tenían que llevar para que no tuviesen que salir a la calle. «¡No le dejaban elegir ni la ropa!», recuerda perpleja. Estamos en lo cierto al pensar que la mujer tiene un papel secundario en ese país. La artista describe en su libro una de las mañanas que fue al mercado a comprar: «Alguien se me acercó por la espalda. Un hombre muy joven. Eso no era lo normal, de hecho, los hombres nunca se acercan a las mujeres. Me asusté y me sentí incómoda, fue solo un segundo, luego me tocó el brazo y salió corriendo. La sensación era como si me hubiera cogido el culo, o un pecho; así lo viví, aunque solo me había tocado un brazo. Me sentí vulnerable. Sentí acoso sexual. Aunque, fuera de contexto, sea solo un gesto simbólico, una muestra de afecto». Esta situación que le tocó vivir hizo que la artista se replantease cómo podía ayudar a las mujeres bangladesíes y, al final, acabó lanzándose en un proyecto educativo para niñas adolescentes. Empezó a diseñar camisetas para poder venderlas y así conseguir dinero para construir una escuela para niñas. «Le enseñamos un oficio para que tuviesen una salida laboral y no tuviesen que depender de ningún hombre», indica. Una fábrica repleta de mujeres en Bangladesh era signo de «rebeldía» y «modernidad», al menos eso piensa Arias. «Eran las rebeldes», añade.
Con cinco años, la pintora cuenta en su libro, que estaba en las escaleras del recreo del colegio comiéndose su desayuno cuando unas niñas más mayores la miraban y se reían de ella por la forma en que estaba sentada. Granada Arias no las entendía. «Me decían que se me veían las braguitas y yo me preguntaba qué tenía eso de gracioso», dice. Esto hizo que la artista reflexionase en el libro «¿Por qué no debemos enseñarlas? ¿de quién las protegemos? ¿a quién les molesta verlas?». Al igual que Arias no hacía nada malo en ese momento, la artista reflexiona sobre las mujeres que llevan burka: «Las mujeres que enseñan su rostro y no llevan burka no hacen nada malo. Son inocentes».
El tercer cuadro que refleja a la artista es Susana y los viejos, de Artemisia Gentileschi (1610). El comportamiento tan desagradable que se observa en los gestos y poses del cuadro visualiza la experiencia que nos contaba antes Granada Arias. De hecho, la artista lo menciona. Sin embargo, también cabe analizar otro aspecto relevante en la vida de la pintora. El mundo de la pintura, por mucho que estemos en pleno siglo XXI, ha estado y está repleto de generaciones de mujeres silenciadas, ignoradas y olvidadas durante mucho tiempo. Arias no entiende por qué las obras de los hombres tienen que ser más visualizadas que las de las mujeres: «Yo me he encontrado muchas dificultades a lo largo de mi recorrido por el hecho de ser mujer. Siempre nos han hablado de la pintura masculina, pero ¿y la de las mujeres? Todo el mundo habla de Velázquez, pero nadie ha mencionado a su mujer, que también era pintora. Si veías sus cuadros eran casi iguales que los de él». Muchas mujeres no han tenido el reconocimiento que merecían y han caminado a la sombra de hombres considerados grandes y reconocidos artistas. La pintora denota indignación a través de su voz.
La artista Arias atesora una belleza casi indescriptible, pero no me refiero a la belleza física, sino a la capacidad que tiene para sacar la belleza de las cosas «insignificantes». «Cuando yo pinto o dibujo intento reflejar los detalles insignificantes que para mí son algo infinito». Ya puede tener un mal día o estar enfadada con la vida que si le pones una canción o un libro por delante «te dibujo una pintura bonita y, al mismo tiempo, me salva el día». Según Ana López de Haro, restauradora, «Granada sueña con un mundo mejor lleno de amor, ternura y paz. Un mundo que usa la cabeza para pensar y reflexionar. Sus obras nos acercan a lo bello y, en definitiva, nos hace vivir mejor».
Durante la llamada telefónica, tiene una voz casi de susurro, alegre y tímida, pero al mismo tiempo, con mucha fuerza y decisión. Detrás de esa voz, está la pintora sevillana, nacida en Mairena del Alcor, que irradia una naturalidad casi pueblerina. Habla con mucha cercanía y como si de un libro abierto se tratase. Creció en una familia andaluza con cuatro hermanos y dos padres «muy trabajadores» que la educaron para que fuese una mujer que no se rinde tan fácilmente. Comenzó a trabajar y se pagó sus estudios con esfuerzo. Pese a que se considera «un desastre» porque siempre tarda más tiempo en «aprender a hacer las cosas con respecto al resto de la gente», también se define como una persona que no se rinde. «Siempre se me ha dado mal todo, pero nunca he dejado de intentar aprender. Soy muy persistente», agrega.
Cuando era pequeña su hermana no era capaz de pronunciar tantas letras y, en lugar de decir Granada, la llamaba «Nada». Entre la nada, para ella infinita, y el mundo que parece algo insignificante, pero para la artista significa todo, Granada Arias crea el concepto Mundonada al poco tiempo de graduarse. En un momento en el que también conoció a Paco, que desde entonces es su «gran amor». Él ha estado presente en prácticamente todos los momentos más felices de su vida. «Paco siempre me ha apoyado a que yo sea la persona que soy. Siempre he sido una persona muy insegura y él siempre me ha animado», menciona.
Cinco años vivió en Bangladesh Mundonada, hasta que, atraídos por su creatividad, unos vecinos de su pueblo natal decidieron llamarla por teléfono porque querían que ella diseñase la estética de una librería que querían montar en, ni más ni menos, que una antigua fábrica de harina. Era un proyecto de ellos, pero la artista acabó involucrada hasta el fondo. Más tarde, ellos no pudieron seguir con la empresa y a Granada Arias le daba mucha pena que aquel lugar acabase en manos de desconocidos después de todo el esfuerzo. Decidió comprar la librería y llamarla ‘La Señorita Esquivel’ («era el nombre de una profesora que tuve en el colegio que me inspiraba»). Ahora es su «pequeñito rinconcito» y se ha convertido en un proyecto que no tenía en mente, pero que le encanta. «Es una librería muy grande donde hacemos presentaciones de libros, doy clases de dibujos y también hacemos cosas culturales y de arte», destaca la pintora. No obstante, Arias revela que compró la librería justo cuando sacó al mercado el libro ilustrado Softwarevida y no ha tenido tiempo «ni de moverlo ni nada», expresa con una voz triste. Estamos tan ocupados y llenos de distracciones en un mundo tan acelerado que, a veces, se nos olvida conectar con nosotros mismos. Eso es lo que intenta Granada Arias con sus obras, hacer que conectemos con el «lado más humano de las personas». Hace poco la artista volvió a la plaza del Museo después de mucho tiempo y no reconocía el lugar. «El criterio del arte ha cambiado mucho, pero en mi corazón no», explica emocionada.
Y hasta aquí el recorrido de Granada Arias que, con todos los proyectos artísticos que tiene en mente, parece que no es el final: «Mi último cuadro de las cosas insignificantes está por pintar».