El reportaje literario

Las mujeres de la Generación del 98 que no venían en tu libro

La periodista Carmen Estirado publica en Carpenoctem un suculento ensayo en el que reivindica las imponentes y olvidadas figuras de María Lejárraga, Carmen de Burgos, Sofía Casanova, María de Maeztu, Carmen Baroja, Belén de Sárraga y Regina de Lamo

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
11 dic 2022 / 13:33 h - Actualizado: 11 dic 2022 / 13:50 h.
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  • María de Maeztu.
    María de Maeztu.

Probablemente, como ocurrió en el proyecto de Las Sinsombrero, que rescataba a las escritoras del 27 de las que nunca habíamos oído hablar, con este ensayo de la joven periodista Carmen Estirado también ocurrirá que no están todas las que fueron pero sí fueron -y con sobrados motivos- las siete escritoras que están en su libro, titulado Lo que yo iba escribiendo y publicado hace solo semanas por la editorial Carpenoctem. De algunas nos suenan sus apellidos, por los hermanos que sí estudiamos hasta en la sopa, como María de Maeztu o Carmen Baroja, claro, pero, ¿quién conocía a Sofía Casanova, por ejemplo, una escritora tan prolífica que la Real Academia Gallega la propuso como candidata al Premio Nobel de Literatura en 1925; que cubrió como corresponsal de guerra más conflictos que nadie; que tradujo la obra Quo Vadis de Henryk Sienkiewicz y entrevistó a personalidades de la talla de Madame Curie, Rasputín, Tolstoi o Trotsky; que tuvo cuatro hijas y crio sola a tres de ellas tras separarse de su marido? Ya sabemos la respuesta, justificada además por las propias palabras de la autora de este libro tan reivindicativo como riguroso en su documentación. “Sofía era conservadora y muy católica. Empatizó inicialmente con la revolución comunista, pero, tras el asesinato de unos familiares por parte del ejército rojo, se declaró antibolchevique. Flirteó con el poder alemán de Hitler si bien al final de sus días fue censurada por el diario ABC por su oposición al nazismo. Apoyó también al bando nacional en la Guerra Civil y consideraba a Franco como el posible salvador de la patria. Es más, Sofía se convirtió en uno de sus instrumentos de propaganda en el extranjero. No obstante, su censura en el diario conservador decepciona al régimen y finalmente muere sola en Polonia, habiendo renunciado a su nacionalidad de origen y sin que nadie en España la reclame como escritora”. Demasiadas contradicciones para haber sobrevivido.

Las mujeres de la Generación del 98 que no venían en tu libro
El libro ‘Lo que yo iba escribiendo’, de Carmen Estirado.

Tal cúmulo de contradicciones también se da en el resto de mujeres del 98, hijas de una “genealogía bastarda”, como señala en el prólogo la también escritora Layla Martínez, acordándose de autoras incluso más actuales: “Nosotras, escritoras solitarias, nunca hemos tenido quien nos hiciera todo ese trabajo. Nadie ha mecanografiado nuestros manuscritos ni ha corregido las traducciones de nuestros libros, tampoco nadie ha empeñado nunca los muebles de la casa para que podamos escribir. Ni siquiera han hecho su parte del trabajo doméstico, ni se han ocupado de los niños unas pocas horas. Toni Morrison se levantaba a las cuatro de la mañana para poder escribir; Tillie Olsen lo hacía en los trayectos en el autobús, muchas veces de pie; Lucia Berlin de noche, después de acostar a sus hijos”. Todo eso, y mucho más, tuvo que hacer, por ejemplo, María Lejárraga, una escritora centenaria -nació en 1874 (el mismo año que Manuel Machado) y murió en 1974- y que, a pesar de haber escrito casi un centenar de libros, solo firmó con su propio nombre uno publicado en 1899 y titulado Cuentos breves, y porque todavía no se había casado con Gregorio Martínez Sierra, el marido con el que, teóricamente, hubo de colaborar, aunque en rigor se tratara de que ella escribía y él negociaba con sus escritos, novelas, artículos y exitosas obras de teatro. De hecho, el título del libro del que tratamos este domingo está sacado de la dedicatoria de otro libro publicado en México en 1953 y titulado Gregorio y yo: medio siglo de colaboración, seis años después de la muerte de este, quien la había engañado, por cierto, más de media vida con la actriz principal de la compañía de teatro que erigió el matrimonio: Catalina Bárcena. La dedicatoria de aquel libro decía: “A la Sombra que acaso habrá venido –como tantas veces cuando tenía cuerpo y ojos con que mirar- a inclinarse sobre mi hombro para leer lo que yo iba escribiendo”.

Las mujeres de la Generación del 98 que no venían en tu libro
Carmen de Burgos.

Romanticismo y anonimato

La historia de María Lejárraga y su marido es tan tremenda, tan dolorosa y tan injusta, que solo con ella se justificaría la publicación del libro. Uno de sus obras dramáticas, firmado como todos por su marido, Canción de cuna, fue galardonada como la mejor creación de la temporada teatral en 1910-1911 por la RAE. María Lejárraga fundó asimismo algunas de las revistas literarias más importantes de su época, se reunió con las principales feministas inglesas y americanas y, en 1933, se convierte en una de las nueve diputadas de la II República, las primeras de la historia de nuestro país y responsables de haber conseguido el derecho al voto femenino. Desde sus orígenes, sin embargo, sufrió el desaliento contra su propio talento en el seno de su propia familia, que solo aprobó con gusto que se dedicara a ejercer de maestra. Luego se casó profundamente enamorada con Gregorio, siete años menor que ella, y jamás cobró los derechos de sus obras, ya que no constaba como autora en la Sociedad General de Autores que, por cierto, presidió su marido en 1915. María y Gregorio –que tiene una hija con la actriz y amante Catalina Bárcena- siguieron colaborando incluso después de separarse formalmente en 1922. Incluso Hollywood llegó a comprar algunas de sus obras para adaptarlas al cine. En 1933, de hecho, llegó a la gran pantalla Canción de Cuna, con Gregorio ayudando tras las cámaras y Catalina en uno de los papeles protagonistas.

La rotunda realidad de que era María Lejárraga la que escribía la conocían de primera mano eminencias de la talla de Juan Ramón Jiménez o Ramón Pérez de Ayala, que solían reunirse en su casa, o incluso el maestro Manuel de Falla, que tuvo siempre que agradecerle el libreto de El amor brujo al que él compuso la música. Hasta el exitoso dramaturgo Eduardo Marquina reconoció muchos años después que El pavo real fue escrito por María Lejárraga y que él se dedicó luego a versificar aquel material.

El verdadero cambio vital le llega a María Lejárraga en 1933, cuando ya había publicado como medio centenar de obras firmadas con el nombre de su marido. Tenía 59 años, estaba en el ecuador de su larguísima vida y las organizaciones de Granada le escriben a la casa que ella misma se había comprado en la Riviera francesa para proponerla como candidata. Por eso vuelve a España para dar, con su cara y con su nombre, las primeras conferencias en el Ateneo de Madrid, defendiendo el sufragio femenino y, en artículos, el miedo a que el protagonismo de la Iglesia terminara influyendo demasiado en las mujeres. Escribirá, tantos años después en Una mujer por los caminos de España (Buenos Aires, 1952), el testimonio de sus andanzas por todo el país enseñando a las campesinas: “El único deber religioso universalmente comprendido por el devoto sexo femenino es asentir a lo que dice el cura. Comprender lo que se asiente está de más. El clero lleva siglos de estar de parte del rico”.

Con la irrupción de la guerra civil, María tuvo que exiliarse y sus obras fueron censuradas. Con su pobreza a cuestas, vivió primero en Francia, luego en EEUU, más tarde en México... y acabaría sus días en Buenos Aires (Argentina), donde siguió escribiendo para ganarse la vida. En España era una perfecta desconocida. Hoy en día, en la Biblioteca Nacional hay que buscarla como “colaboradora” para buscarla entre la ingente obra supuestamente publicada por Gregorio...

Las mujeres de la Generación del 98 que no venían en tu libro
María Lejarraga.

La primera periodista de España

Muy conocido fue el compañero de Carmen de Burgos, Ramón Gómez de la Serna, por las greguerías y todo lo demás, pero ella tuvo que esconderse bajo los seudónimos de Perico de los palotes, Marianela y, sobre todo, Colombine, que fue con el que triunfó como la primera columnista diaria de nuestro país. Un sucinto listado de su centenar largo de obras da cuenta de su importancia trascendental: La mujer en España (1906), El veneno del arte (1910), Peregrinaciones (1916), El perseguidor (1917), La mujer fría (1922), La malcasada (1923), La mujer fantástica (1924), La mujer moderna y sus derechos (1927), Quiero vivir mi vida (1931) o Nuevos modelos de cartas (1934). Desde luego, hay un momento importante en su vida, que es cuando traduce La inferioridad mental de la mujer (1900), del neurólogo y psiquiatra alemán Paul Julius Moebius, contra el que decide manifestarse.

En 1903, al margen de su trabajo como maestra –en Guadalajara, Toledo, etc.- se gana un puesto fijo en la plantilla del diario El Universal, para el que manda crónicas seis años después desde la guerra de Melilla, en una época en la que ya alterna el periodismo con la ficción. Será Carmen de Burgos la primera que visite la tumba de Larra en el viejo cementerio madrileño de San Nicolás, el 2 de noviembre de 1901, como un acto de reconocimiento a su padre intelectual. Luego irán todos los escritores de la Generación del 98, cuando ella ya estaba organizando la primera gran manifestación feminista de la que hay registro en la prensa. Fue una marcha con Carmen de Burgos a la cabeza, y con millares de mujeres entre obreras y artistas como Pastora Imperio, que atravesó la Carrera de San Jerónimo y que acabó con la entrega de un manifiesto al Congreso de los Diputados por los derechos políticos de la mujer. Carmen tuvo que soportar que su compañero, Ramón Gómez de la Serna, le fuera infiel con su propia hija, la única que le había sobrevivido de su anterior matrimonio, hasta el punto de que Ramón huyó avergonzado a París tras el estreno de Los medios seres (1929), cuyo papel protagonista había hecho la hija, María, precisamente por intermediación de su madre. Carmen fue propuesta como académica para la RAE, solo propuesta. Murió de repente un 9 de octubre de 1932, en medio de una mesa redonda sobra educación sexual en el Círculo Radical Socialista... Algunos años después, los órganos censores de Franco dieron la orden de reducir a cenizas todo lo que había escrito.

Mujeres increíbles

El libro de Carmen Estirado va relacionando a unas autoras con otras, porque muchas de ellas se conocieron, se cartearon y fueron cómplices en una labor sobre la que luego se arrojaron toneladas de silencio. María de Maeztu fue tan adelantada a su época, que pudo haber sido la verdadera revolucionaria de la educación en nuestro país. Es la primera autora en España que reniega de los exámenes como único instrumento de evaluación, la primera que insiste en la construcción de espacios de recreo para su desarrollo integral y fue amiga de María Montessori, aquella profesora italiana que decide instalarse en España en 1935 por las amenazas de Mussolini, después del intento de este de adoctrinar a los niños con finalidad bélica. La habitación propia de Virginia Wolf la desarrolla María de Maeztu con la creación del Lyceum en 1926, dentro de la Residencia de Señoritas que le encarga dirigir la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas y que abrió sus puertas para toda mujer mayor de 17 años que estudiara en Madrid, preparase su ingreso en la universidad o incluso fuera autodidacta. La mismísima Gabriela Mistral, la primera escritora en castellano en conseguir el Nobel, se alojó allí en 1924. El Lyceum fue la primera organización laica y cultural en España con fines feministas.

Este libro rescatador de las autoras del 98 de las que nunca hablaron los libros de texto, en fin, termina con Regina de Lamo, la jiennense de Úbeda defensora del amor libre y que estuvo toda su vida del lado de los oprimidos. Regina fue una de las luchadoras más activas para introducir la voz de las mujeres en las cooperativas en España, y la fundadora del primer banco obrero, una institución financiera sin ánimo de lucro.

Como dice Carmen Estriado en el epílogo final, “si estamos en la cuarta ola feminista, esta sería la que trabaja en un feminismo más diverso, es decir, que se acepte a los cuerpos no estereotipados, a sexualidades diversas y a que descolonice el éxito de la raza blanca (...). Debemos ser rebeldes. Tenemos que seguir sacando la furia que nos hace identificar los privilegios y las desigualdades y, una vez etiquetada y puesta sobre la mesa, la sonrisa será la señal de que hemos pasado a la acción”. Con estas siete mujeres del 98 puestas en negro sobre blanco, desde luego, se acaba de dar un paso de gigante.